Que les den Vuitton
Una de las ventajas de vivir en Beirut es que estoy, como reza el epígrafe, fuera de mis casillas. Es una sensación extraña, me refiero a la universalización de nuestras vidas, de la mía concretamente. En las últimas semanas tengo la impresión de que también soy ubicua, como el señor Aznar, y de que asisto a las transacciones que se efectúan por su sabia intermediación. Le veo con los ojos de la conciencia, supongo.
"Te presento a este gringo, que tiene un pastón y va a invertir en tu país". Algo así debió de decirle al presidente Kirchner de Argentina, quien tuvo que tragar, pues Josemari no es muy de su predilección, según fuentes fidedignas de mi fe. Y está lo de las islas Caimán, y lo de los encuentros con Zarputín para el petróleo... Y aunque parece que no ha mediado en que Rusia se quede con el Polo Norte, no me extrañaría que cualquier día descubriéramos el gran papel que jugó nuestro héroe en la operación. Me gustan los Patriotas Sin Fronteras del neoconservadurismo actual. Aznar, Cheney. No mandan invasión sin sacar o meter hilo. Deberían darles Vuitton, me refiero al anuncio de maletines. Como el de Gorbachov, pero con Irak al fondo.
Cuando leí que su padrino de Aznar y de Israel, el Media Magnate de los Medios Rupert Murdoch, había comprado a Dow Jones (más que el índice económico, el dedo gordo de las cotizaciones; aunque yo siempre creí que era un actor secundario de Hollywood que gozó de cierta fama en los años cincuenta) comprendí que estamos perdidos.
Menos mal que, en su día, no acepté la oferta de Mr. Solomon, un encantador jefe de cultura de The Wall Street Journal que pretendía que colaborara esporádicamente con dicho periódico. Decliné amablemente, sin confesarle -él no tenía culpa- que lo hacía por la miserable información que dieron en 1990, cuando marines estadounidenses asesinaron al fotógrafo de este periódico Juantxo Rodríguez, en Panamá. De haber aceptado, ahora mismo estaría siendo sustituida por mi admirada Pilar Rahola.
Globalidad, ubicuidad, concatenación. Características de nuestro tiempo.
Fíjense en el Efecto Papallona, como lo llamamos en Cataluña. Una Central Eléctrica se enardece y mi barrio de Barcelona se queda a oscuras. "¿Qué tal estáis?", les llamé con perfidia tonta (mi piso barcelonés salió perjudicado) y rezongaron: "Eso tú, vaya sitio para vivir". Cuando les traicionan las tecnologías no soportan mi tono irónico. Y eso que no les pregunté qué había sido de los sorbetes de tortilla de patatas de Ferran Adrià que suelen acumular en sus congeladores. Repliqué: "En Beirut tienes el generador automáticamente. Y si se va el agua viene el de la cisterna con la manguera, te la pasa por delante y te llena el depósito". Total, que es casi como follar. Se conoce gente. Se habla. Además, que da una alegría muy grande volver por la noche a casa, ver que tienes la suerte de que haya luz, y despertarte por la mañana y gozar de la fortuna de que haya agua. Te conviertes, para parámetros occidentales, en un ser mucho más de ciencia-ficción que Paris Hilton en la película futurista que va a hacer sobre la deshumanización del planeta con ella dentro. Te conviertes en una persona de las de antaño. Sientes pequeños placeres, te regocijas por las cosas elementales, montas una verbena con los vecinos y celebras que la globalización no nos haya arrebatado la magia.
>FUERA DE MIS CASILLAS
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