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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un aviador prevé su muerte

Marcos Ordóñez

LOS INGLESES se atreven con todo, hasta con sus monumentos más egregios.

A comienzos de este verano, el National londinense ha osado presentar (y coproducir) una adaptación escénica de A Matter of Life and Death, de Powell y Pressburger, "la" película por excelencia de la generación de la guerra. A Matter (en España, A vida o muerte) fue un encargo de propaganda aliada transustanciado en obra de arte, entre el kitsch sublime y la emoción pura: una exaltación del amor loco, un cuento fantástico empapado en el tecnicolor onírico de Jack Cardiff. Un piloto de la RAF, el poeta Peter Carter, es abatido pero sobrevive a una muerte cierta por un despiste de su ángel guardián. Poco antes de saltar sin paracaídas dirige sus últimas palabras a una joven operadora de radio, la americana June, instantáneamente enamorada de ese dandy impávido que recita a Shakespeare mientras las llamas rodean su cabina. El aviador se encuentra con June en la playa de Burrows: ambos se reconocen en el acto y sin palabras. Su pasión eterna es interrumpida por el ángel guardián, encargado de conducir a Carter a un más allá en blanco y negro para reestablecer el orden celeste. El espectáculo de KneeHigh Theater, la enérgica compañía de Cornwall, parece concebido bajo la triple influencia, evidente desde la primera escena, de Complicité, Dennis Potter y la pionera Joan Littlewood de Oh what a lovely war. Un niño (Dan Canham, en funciones de narrador) avanza por el inmenso, oscurísimo espacio del Olivier y lanza un avión de papel. Como un transatlántico en la noche, se desliza hasta el proscenio una tarima con arco art-dèco en el que una banda estilo Pasadena Roof toca melodías de preguerra. Una docena de enfermeras en bicicleta rodean al chaval, girando en plácidos círculos al son de la música, mientras el resto de la compañía, con pijamas listados, irrumpe empujando camas y más camas de hospital. Las luces de las bicicletas barren el cielo, siguiendo la pista del avioncito; boca arriba en las camas, las enfermeras pedalean furiosamente y las ruedas semejan toberas de spitfire en caída libre. En la cima de una altísima escalera de mano aparece Peter Carter (Tristan Sturrock), rodeado por la niebla, despidiéndose de su amada June (Lyndsey Marshal). La música chirría, una columna de fuego brota de una cama vacía, las ruedas giran y giran, y el aviador, suspendido de un cable, se precipita al vacío como un trapecista. Emma Rice, directora del montaje, y Tom Morris, coadaptador, apoyan ese juego a caballo entre el circo de tres pistas y la comedia musical convirtiendo al amaneradísimo ángel guardián original en una mezcla de mago, clown y acróbata -el torpe y arrogante Magnus el Magnífico (Gisli Orn Gardarsson), que se hace llamar "el Houdini noruego", ahogado en un barril de leche ante quinientas personas, entre ellas su madre -que aparece y desaparece entre cortinas de humo y saltos portentosos, mientras se suceden las canciones (solos, dúos, coros) en los más variados ritmos: swing en la escena de la partida de pimpón con el tiempo detenido, rap (gentileza de Magnus), calypso (con ukeleles) o un enfebrecido lindyhop (puro Potter) a cargo de las enfermeras y los soldados convalecientes. También ha cambiado la temperatura erótica entre los protagonistas: desde su primer encuentro, en una cama que se balancea de lado a lado del escenario como un columpio feliz, Peter y June se abrazan con un aprovechamiento (¡el tiempo apremia!) a años luz de los castísimos besitos en la mejilla de David Niven y Kim Hunter. Y, desde luego, el personaje del doctor Reeves (Douglas Hodge: espléndido, lleno de pasión y con una gran voz de barítono) dista mucho de ser el asexuado "padre suplente" de June que interpretaba, en cine, Roger Livesey. Hay imágenes tan sencillas como eficaces (la escalera al cielo con las camas de hospital a guisa de peldaños) que alternan con trivialidades: la "cámara negra" de Reeves, aquella especie de telescopio mágico que captaba y proyectaba imágenes de todo el pueblo, es ahora una banal filmación en vídeo... de la gente que cruza el puente de Waterloo camino del teatro. También hay partes confusas y quizás innecesarias, como el ensayo en el hospital del Sueño de una noche de verano, con una subtrama ingeniosa pero demasiado lateral -el suicidio del desesperado sargento Bellamy, que se le aparece a Peter ataviado de Bottom y con la soga al cuello- y están muy poco "servidos" los brillantes números musicales. Predomina, en fin, una cierta sensación de talento torrencial, excesivo y generoso pero un tanto desnortado. El gran escollo de la película era su tercio final, un plúmbeo y casi risible juicio a los amantes, convertidos en portavoces de las esencias británica y yanqui, pie forzado del obvio mensaje: mantengámonos unidos o Hitler nos come vivos. Estaba claro que esa parte iba a ser lo primero que saltaría en la nueva versión, y bien quitada está, aunque no me imaginaba yo que buena parte de la crítica (con la excepción del siempre sensato Michael Billington, de The Guardian) fuera a sacar de tal modo las uñas, tildando a Rice y Morris de "traidores al espíritu de Powell y Pressburger" y acusándoles (ah, oh) de "pacifistas trasnochados". En la escena del proceso, los adaptadores convocan al mismísimo Shakespeare, un Shakespeare lúcido, borracho y muy à la Savary, instando al aviador a aceptar su muerte recitándole el "Fear No More" de Cymbeline, que en su boca ("Golden lads and girls all must / as chimney sweepers, come to dust") suena como una ácida y letal rima de Larkin. Cuando el Bardo sale de escena, comparecen en la tribuna de la acusación dos mujeres enlutadas, víctimas por igual del bombardeo alemán sobre Conventry y la matanza civil de los aliados en Dresde. Ha sido, sobre todo, esa equiparación posmortem la que ha detonado la más iracunda artillería patriótica de la crítica inglesa (modelo "para esto hicimos una guerra") como no se veía desde que el bueno de Kurt Vonnegut publicó Slaughterhouse Five.

A propósito de la adaptación teatral de A Matter of Life and Death, de Powell y Pressburger, por el National Theatre

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