Intolerancia
Llegó el verano y el sofocante calor, así que el pasado viernes tomé a mi compañero de aventuras, mi perro Gibrán, y nos marchamos a Tarifa (Cádiz). Mochila, tienda y necesidad de mar, pero no fue fácil y no sé por cuánto tiempo más podré disfrutar esta libertad, mientras siga creciendo la intolerancia en nuestra sociedad.
En la mayoría de los países de la UE se permite entrar y salir con perros y gatos sin demasiados problemas debido a su extendida cultura animal y, por norma, adiestran a sus perros. En España no ocurre lo mismo: poca gente se preocupa por educar a su animal y pagamos justos por pecadores. A veces me hacen sentir como si viajase con un ser infecto. Tan sólo un 19% de los hoteles en España admiten mascotas y cada día los admiten en menos cámpings. En playas, prohibidos durante verano, aun cuando cumplan todas las normas exigidas (correa, bozal y cartilla al día) y exigibles (adiestrado en obediencia), y en la ciudad, con ellos no se puede usar el transporte público, ni entrar en bares, tiendas o museos.
En España no se puede vivir en libertad si se comparte la vida con alguno de estos entrañables seres, y más vergonzoso aún es que invidentes y discapacitados vean limitados sus accesos por acompañarse de sus fieles compañeros. Yo me pregunto cómo han conseguido en gran parte de Europa convivir normalmente con ellos. ¿Quizá porque su cultura y respeto les lleva a hacerse responsables del comportamiento de sus mascotas? Nos queda aún mucho por aprender y ya no sé bien cómo sobrellevar la intolerancia.
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