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Reportaje:ARTE

Todo empezó con el 'boogie-woogie'

La exposición estrella del verano parisiense reúne recuerdos de los años del 'rock and roll'

Es la exposición del verano, pero permanecerá abierta hasta el 28 de octubre. Al igual que el rock & roll, su inicio parece claro, pero su final trasciende las fronteras. Geográficas y temporales. En la Fondation Cartier han optado por fechar el arranque de manera provocativa: a partir de los conciertos de boogie-woogie que un grupo de músicos de color dieron en el Carnegie Hall neoyorquino a finales de 1938. Era la primera vez en que un público blanco, numeroso, descubría una música que contiene las bases rítmicas del rock & roll. Elegir 1959 como final del movimiento se explica porque ese año se estrella el avión en el que viajaban Buddy Holly, Ritchie Valens y J. P. The Big Bopper Richardson; porque el disc-jockey Alan Freed es despedido por la emisora que le empleaba desde 1954; porque el 22 de septiembre de 1958 Elvis Presley se ha embarcado para cumplir su servicio militar en Alemania; porque a Chuck Berry le detienen por querer acostarse con una mujer que no es la suya, y porque Jerry Lee Lewis tiene que suspender su gira por Gran Bretaña al descubrirse que su esposa, además de menor de edad, es su sobrina.

América había cambiado. El rock & roll es el paisaje sonoro de ese cambio. Durante esos años explota el número de adolescentes y éstos se convierten en blanco económico de diversos sectores: música, cine, moda... La doctrina segregacionista -"Separados pero iguales"- que rige el conjunto de EE UU desde 1896 entra en crisis: la clasificación de mayores éxitos musicales deja de llamarse Hit parade race en 1949 y adopta la denominación Hit parade rhythm & blues, aunque no es hasta 1959 en que un título de esta lista -el mítico What'd I say cantado por Ray Charles- que aparece entre los 10 primeros del muy blanco Hit parade pop. Son los años en que el dj Alan Freed se niega a programar versiones blancas de éxitos negros en su emisora de Nueva York.

La Fondation Cartier ha aceptado el riesgo de exponer lo invisible -la música- porque sabe que hay algo más: una forma de cultura, un movimiento social, el eco de unos cambios... En las salas no faltan los objetos de culto: unas chaquetas de Elvis Presley y Eddie Cochran, un Cadillac descapotable, el estudio en el que Buddy Holly grabó Peggy Sue, los carteles que reúnen en un mismo concierto a Fats Domino y a Paul Anka; las imágenes de emisiones televisivas proponiendo la prohibición pura y simple del rock & roll. Sin embargo, lo que domina es el retrato de la época, con EE UU embarcado en un esfuerzo bélico que canaliza todas las energías del país entre 1941 y 1946, la histeria anticomunista y el auge económico, los efectos del baby-boom y, sobre todo, el espejismo de que la discriminación racial podía acabarse. Ahí están las fotos del zoo de Miami en cuya entrada reza un cartelón que precisa que "hoy los blancos no tienen derecho a entrar", o los lavabos públicos en que hay grifos y jofainas distintas.

El visitante tiene la oportunidad de descubrir cómo era EE UU entonces. En 1947, sólo el 0,5% de los hogares norteamericanos tenían televisión pero ocho años más tarde ya es un 55,7%. El disco de gramófono ha democratizado el acceso a la música. El cine de Hollywood se llena de "rebeldes", de Marlon Brando a Sal Mineo pasando por James Dean. A la delincuencia le añaden el adjetivo "juvenil". La sexualidad deja de ser una obsesión de "salvajes" o materia para psicoanalistas.

El rock & roll es, en definitiva, una manera de "blanquear" el mundo "negro" pero "ennegrece" también el universo "blanco". El rock bailado es una versión edulcorada del lindy hop o del jitterbug, pero es también un baile para aficionados ya que exige de quienes lo interpretan un menor grado de virtuosismo que el boggie-woogie, el gospel, el blues o el jazz. Esa menor exigencia no impide la aparición de virtuosos como Presley, Little Richard o el propio Jerry Lee Lewis, el primero de la voz, los otros dos del piano. Pero el impacto transgresor de la nueva cultura es rápidamente controlado por el poder que utiliza para ello todas sus armas: el mercado, la de la censura, y la mundialización, determinando que los nuevos rockeros (The Beatles, los Rolling Stones pero también los Sirex o Johnny Hallyday) sean europeos y ajenos a la realidad negra. En definitiva: hemos pasado del rock al pop.

Elvis Presley besa a una desconocida en una de las piezas de la exposición.
Elvis Presley besa a una desconocida en una de las piezas de la exposición.

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