Benicàssim no duerme
El FIB reúne a 150.000 personas en cuatro días de conciertos
El FIB Heineken 2007 acabó ayer porque prácticamente nadie puede aguantar 90 horas de festival con apenas unas entrecortadas horas de sueño al día. Quien duerme, se lo pierde. Afonías, ojeras, cansancio, resaca... Todo se acumulaba entre quienes han resistido el que ha sido un fin de semana sin tregua y que ni siquiera en la tarde de ayer dio un respiro para poder enfrentar el final de la más internacional de las convocatorias musicales del verano, que ha registrado 150.000 entradas en los cuatro días, según datos de la organización.
Y es que la noche del sábado fue muy intensa. En el que, sin duda, fue el más vibrante, contagioso y embaucador de los conciertos de la 13 edición del FIB, los Arctic Monkeys no dieron tiempo a coger aire, ni entre canción y canción. Así, los servicios de seguridad tuvieron que afanarse en comenzar a sacar espectadores de primera, segunda, tercera y cuarta fila, inmersos en una masa de público absolutamente entregada. Los británicos se llevaron los máximos galones. Suya era la responsabilidad de llenar, ya de madrugada, la explanada del escenario verde. Y no defraudaron. Como si hubieran llevado al rock británico a un nuevo kilómetro cero, son insultantemente jóvenes, insultantemente frescos e insultantemente capaces de asimilar cientos de nutrientes hasta dar con una vibrante propuesta a la que no se le ve costura alguna. Incontaminados y aún en bruto, detentan todas las virtudes y ninguno de los vicios de la era cibernética: es pasmoso ver cómo cuatro muchachos que apenas rozan la veintena son capaces de apabullar a cerca de 35.000 almas casi sin darse cuenta de ello. Prueba de ello fue lo bien que funcionaron sobre el escenario temas de su último disco como Fluorescent Adolescent o Teddy Picker. Y Alex Turner, pleno de arrojo y convicción, es lo más parecido al Paul Weler que lideraba The Jam con 17 años. Sin duda, el concierto de esta edición.
Minutos antes, los veteranísimos The B-52's habían sido los primeros en lograr que la gran explanada tuviera un aspecto de lleno total, uniendo a todos los públicos. Como suspendidos en el tiempo, incidieron, al igual que Devo en la noche anterior, en la didáctica exposición de motivos de la América más díscola, efervescente y arrimada a la serie B, al ritmo de clásicos como Rock Lobster o Loveshack. Dignos.
El calor impide el descanso en las tiendas de campaña después de pasadas las diez de la mañana y la playa sirve para las siestas, pero hasta los veinteañeros admiten que no es lo mismo. El de ayer era un día de citas ineludibles desde las cinco de la tarde. Y es que nunca se había visto una carpa tan abarrotada a tan temprana hora para ver a The Pipettes, en una jornada protagonizada por secundarios de lujo. Las minisinfonías adolescentes del femenino trío vocal británico hurgan en el baúl de los recuerdos de Phil Spector, el pop inglés de los sesenta y los girl groups de la Motown y lo hacen con encomiable entusiasmo. Puede que lo suyo tan sólo sea una estudiada jugada de diseño, pero sobre el escenario sus canciones de tiernos amoríos y vitalidad sin freno funcionan a la perfección. Más difícil de desentrañar es el discurso de Animal Collective, banda norteamericana asidua por estos pagos. Sus hipnóticos mantras remiten por igual a la escuela psicodélica de Elephant Six como al alucinado nuevo folk americano, constituyendo una de esas excitantes propuestas que hacen del FIB un certamen igualmente apto para paladares exigentes.
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