Territorio 'Ibérica'
Cinco años cazando miradas. El fotógrafo bilbaíno Ricky Dávila saca los rostros de su nueva cartografía humana. Un inventario extenso y personal que empieza ahora a itinerar por España y en 2008 por el extranjero
Una serie de retratos de gran formato. En un nítido blanco y negro. A medio cuerpo. Con fondo neutro. Ancianos, niños, un aparcacoches, un legionario, un chaval con la mejilla cosida, un transexual, un párroco. Y así hasta noventa y cinco. Quien les apuntó con su cámara fue Ricky Dávila (Bilbao, 1964). Su proyecto se llama Ibérica y sigue en marcha.
Álex de la Iglesia: "Es un maldito brujo, con su mirada transparente y fría", que "atrapa las almas y las guarda"
El heterogéneo grupo de rostros, que desde el pasado 2 de junio y hasta ayer ha colgado de las paredes de la iglesia de la Merced en Cuenca dentro del Festival Photoespaña, viajará pronto por otros lugares de España. Y el próximo marzo arrancará su itinerancia internacional en el Centro de Fotografía de Lima, con el apoyo de la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior (Seacex). Para entonces ya estará en la calle -la publicación está prevista para diciembre- el libro con las caras, las que se han visto en Cuenca y muchas más que ha captado desde entonces. En total, casi doscientas.
Dávila arrancó a disparar sin una tesis sociológica que probar. La conclusión puede que llegue al final, pero aún calcula que quedan tres años por delante y un montón de personas a las que mirar. La "dialéctica interna" entre los rostros no se ha cerrado. Él prosigue con su "aritmética". Sumando disparos en este "inventario extenso" que, asegura, no sabe adónde le conducirá.
Las inmensas caras atrapadas hasta ahora son "territorio de ficción, una cartografía de la Península cuyas líneas maestras son los rostros". El solar ibérico es el escenario de trabajo. Una tarea que define como aleatoria, resultado de encuentros "episódicos", de naturaleza muy distinta. Desde su abuela, hasta la joven esposa de un amigo, un soldado que se cruzó en su camino o un marinero que formaba parte de un pesquero. "Visualmente hay una complicidad declarada del retratado". Esto es todo lo que está dispuesto a contar.
De mirada azul, casi translúcida, y gesto tranquilo, el retratador esquiva su propio retrato. Frente a él parece que los sujetos ibéricos se han mirado ante un espejo. Pero Dávila defiende su punto de vista al otro lado y habla de ventanas propias, de un "itinerario personal a través de los retratos de los demás". Dice que todavía se finge fotógrafo. No acaba de sentirse cómodo con el molde artístico, pero sabe que la poesía forma parte de su perspectiva. Le gustan las historias y las novelas. Se siente cerca de los escritores, aunque las suyas son frases construidas a golpe de encuadre. Y así, este narrador sostiene que si hay que elegir, él se queda con la idea antes que con la manera, con el "peso específico de aquello sobre lo que se habla por encima de la manera en que se ordenan las palabras". Por encima de la composición o la luz, defiende "la dirección en que se apunta la mirada". Manda el fondo sobre la forma. Y lo dice alguien cuyas fotos presentan un revelado de definición milimétrica, cruda y poderosa, tanto que al fondo de las pupilas de sus retratados se adivina la silueta del fotógrafo. La operación inversa de búsqueda de Dávila en estos rostros no resulta tan limpia, ni accesible.
Dicen de él que parece "un maldito brujo, con su mirada transparente y fría" y que "atrapa las almas y las guarda en sus pequeños carretes". Quien así habla es Álex de la Iglesia -ha trabajado con él-, en el prólogo de Retratos, un libro que recoge en color y blanco y negro una buena muestra del trabajo de Dávila. "Cuando miro sus fotos siento como si ellas también me mirasen a mí, como animales salvajes encerrados en un papel...", escribe De la Iglesia. Agencias de publicidad, discográficas y revistas y periódicos han sido palos en el repertorio del fotógrafo.
En el año 2000, por el camino de Ricky Dávila se cruzó una exótica ciudad con nombre de mantón: Manila. De aquello salió un mítico trabajo y su primer libro, con el que ganó el Premio Photoespaña al mejor Libro de Fotografía de 2005. Entre los callejones, boxeadores y niños de la capital de la antigua colonia empezó a buscar nuevos moldes editoriales. Pensó en el formato libro, en historias y en fórmulas narrativas que escapan al reportaje periodístico en el que llevaba años sumergido. Un psiquiátrico en Leros, los niños de Chernóbil en Cuba, un presidio en Bolivia. De todo hubo en la década de los noventa. La tan manida percha de actualidad que exigen los medios agotó su filón con Ricky. Ni conflictos bélicos ni flores. Documentalismo subjetivo -donde "el punto de vista de uno y su posición está asumida"- es la respuesta que Ricky Dávila se da a sí mismo y a quien le pregunte.
En esa fina línea que se encuentra entre la pulsión poética y la opción clara, descriptiva y documental se mueve Ibérica y los ojos azules que hay detrás. Porque quizá no haya que elegir entre Kafka o Kapuncinsky, el escritor y el periodista a quien cita como ejemplos.
Como fórmula, Ricky Dávila ha apostado por el retrato depurado y su "contención formal". En él encuentra un valor metafórico y entiende que se da "más énfasis al retratado que al fotógrafo, que cede protagonismo". Su tenaz búsqueda de rostros que aísla y captura, hablan de su perspectiva humanista: "Yo intento explicarme el corazón del hombre con mi cámara".
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