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DESDE MI SILLÓN | TOUR 2007
Columna
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Espectáculo

La verdad es que después de lo de ayer, uno se acuerda de Armstrong. Y es que hacía ya mucho tiempo que no se veía un espectáculo semejante en una etapa de montaña. Y eso que no era lo que se llama una etapa reina, sino una simple etapa pirenaica con una zona difícil de salida, un terreno fácil por el medio, y dos puertos al final -eso sí, ambos durísimos-, siendo en lo alto del último el final de etapa. Visto lo visto, yo estoy ansioso por ver lo que puede ocurrir en las otras dos etapas que aún quedan en Pirineos, ambas más complicadas que la de ayer, sobre todo la del martes.

Y me acordaba de Armstrong precisamente porque ya no está, pero yo particularmente no le eché en falta, más bien al contrario. Porque con él no se fue solo el campeón, sino una forma de hacer ciclismo que, aunque efectiva, aniquilaba el espectáculo. Cierto es que también tenía su aquél ver cómo el equipo del americano iba quemando las fases de ese cohete de propulsión en el que se convertía el equipo, con él al frente. Ese ritmo asfixiante que imponían, que dejaba como pasados por un rodillo a todos sus adversarios. Aquello estuvo bien una vez, o dos, o tres, pero seis años ya eran demasiados. Y luego estaba él en sí mismo, con su pedaleo molinillo de androide, que a ti que también andas en bicicleta, te hacía dudar de su condición humana.

Pero lo de ayer fue ciclismo con mayúsculas, como tiene que ser, y como hace tiempo que no era. Con ataques y contraataques. Con batalla desde el primer kilómetro de la subida y jugando con las cartas descubiertas. Con un fugado, Colom, al que le costaba ceder. Con dos equipos, el Rabobank (los míos) y el Discovery poniendo toda la carne en el asador. Con un Popovych excediéndose en su trabajo hasta el punto de que hizo dudar de sus fuerzas a todos los favoritos. Con Klöden, con Sastre, con Kasheckin, con Leipheimer, que cedían pero no explotaban. Con Evans que reventó inesperadamente cuando había sido capaz de responder a los ataques más duros. Y con dos corredores, Contador y Rasmussen, Rasmussen y Contador -no es relevante el orden-, enzarzados en una lucha sin igual. Se atacaron el uno al otro hasta que consiguieron desembarazarse de todos los demás, lo que no fue nada fácil. Y entonces hablaron, o más bien, trataron de entenderse, porque en esas circunstancias no hay tiempo para diálogos. El acuerdo era obvio, para ti la etapa, para mí la general, pero vamos a tope que hay que distanciarlos. Y ahí es donde pareció haber malentendidos, porque se vio que la colaboración no fue buena y que continuaron la guerra hasta la misma línea de meta. Al final, no obstante, ambos ganaron.

En fin, que lo triste y a la vez esperanzador es que un deporte que camina hacia la autodestrucción sea capaz de ofrecer un espectáculo como el de ayer. Y que continúe.

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