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Columna
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El Jueves

La ironía es una cumbre del espíritu. Desde Aristóteles hasta Freud, los filósofos han intentado profundizar en el humor sin llegar a desentrañar su enigma. En la actualidad existen prestigiosas asociaciones científicas como la Internacional Society for Humor Studies destinadas a analizar ese fluido tan sutil como el aliento, pero la única conclusión irrevocable a la que han llegado los expertos es que existe un paralelismo absoluto entre el humor y la esencia del pensamiento libre. Según parece la creatividad humana funciona con el mismo mecanismo en el que se fundamenta el chiste. En ambos casos se trata de relacionar dos ideas aparentemente inconexas y de ese cortocircuito mental salta una chispa que igual puede desembocar en un principio matemático que en una sonora carcajada.

A veces la risa también encierra un fondo melancólico; otras resulta corrosiva porque implica una decepción. La ironía según Bergson no es otra cosa que una espera decepcionada. El sentido del humor lo mismo que el ácido úrico es uno de los grandes elementos diferenciadores del carácter. Hay pueblos que se toman a sí mismos demasiado en serio y van por ahí envalentonados, defendiendo sus esencias patrias; otros, sin embargo, basan su filosofía en el pensamiento paradójico. El otro día un paisano gallego con cara de póquer le respondía así a la pregunta incómoda de una periodista: "Mejor me callo, porque si le digo la verdad, le mentiría". Bien pensado la risa no es más que un sortilegio humano para ahuyentar nuestros demonios. Quien no es capaz de reírse de sí mismo, está irremediablemente condenado a la úlcera de estómago. Quizá por eso Groucho Marx, imaginó un último requiebro y mandó esculpirlo sobre su lápida a modo de epitafio: "Señora, perdone que no me levante".

Pese a que según las encuestas los españoles pasamos por ser un pueblo alegre, no siempre estamos a la altura de la sonrisa. Nuestro país es una mezcla de modernidad y colon irritable, de alta cocina a lo Ferran Adrià y boquerones con anisakis en el bar de la esquina; de grandes avances sociales perfectamente compatibles con los exabruptos verbales de Martínez Pujalte y la gran profusión de excrementos de perro por metro cuadrado; de ministros poetas y arzobispos con más fe en la bilis propia que en la educación ciudadana; de importantes logros científicos en la investigación con células madre y de políticos de hormigonera y gafas negras que a pesar de estar encausados por lo criminal, salen elegidos por mayoría para subirse el sueldo en el mismo acto de toma de posesión. Si se piensa, éste es un país de gran calado humorístico.

Visto así, la caricatura que motivó el secuestro de la revista El Jueves no es más que un reflejo de esta mezcla autóctona de obviedad ramplona y escatología patria tan arraigada en los países con moscas y crímenes catastrales. Y aunque la falta de ingenio no sea, bajo ningún concepto, motivo justificado para cerrar un semanario, cualquier persona, amante de los matices, se ve abocada a añorar aquellas publicaciones republicanas satíricas y corrosivas como la Traca o el Frailazo que afinaban el estilete del humor con el acero puro de la ironía.

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