El pragmatismo gana en Turquía
Los islamistas moderados son favoritos en las elecciones legislativas turcas gracias a la bonanza económica
"En la casa donde se cocina tiene que haber comida", dice un viejo proverbio otomano. Turquía ha duplicado en cinco años su producto interior bruto, ha dividido por tres la inflación y multiplicado por 20 las inversiones que recibe desde el exterior. Y aunque muchos de los 75 millones de turcos siguen almorzando pan con apenas queso, aceitunas y pepinos, y, de vez en cuando, un vaso de ayran (yogur licuado), los hospitales y las escuelas comienzan a sustituir a los cuarteles como principales edificios públicos en las ciudades de la Anatolia profunda. Los islamistas moderados del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegaron al poder tras el desplome de la economía en 2001, y en medio del descrédito de los partidos tradicionales laicos. Los sondeos apuntan a que el AKP obtendrá en las elecciones legislativas del próximo domingo en torno a un 40% de los sufragios, seis puntos más que en 2002, y revalidará su mayoría absoluta tras haber colocado a Turquía en la senda de un crecimiento sostenido al ritmo del 7% anual.
La extrema derecha y los nacionalistas kurdos amenazan la hegemonía de los islamistas
La herida abierta por la fallida elección presidencial del pasado mayo -bajo la nada velada amenaza de las Fuerzas Armadas- aún tardará en cerrarse, pero el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ante todo un reformista pragmático, se dispone a repetir mandato con un mayor respaldo de los votantes después de haber capitaneado el periodo de bonanza más largo de la historia contemporánea de Turquía. Tan seguro está de ello que, mientras en la Bolsa de Estambul se disparan las ganancias ante las perspectivas de estabilidad política, promete en sus mítines que se retirará del poder si no puede gobernar en solitario. En su haber cuenta el incremento del 210% de la renta per cápita turca, hasta situarla en unos 5.500 dólares (3.980 euros) anuales. En su debe, una tasa de desempleo invariable del 10%, pese a que cada año se incorporan un millón de jóvenes al mercado de trabajo turco.
Turquía es también un país de paradojas. Musulmán (99% de la población), aunque laico. Asiático en su mayoría, pero aspirante a ingresar en la UE. Miembro de la OTAN y crecientemente antioccidental, ante el rechazo de Alemania o Francia a su integración en Europa y a la política de EE UU en el vecino Irak. Y Erdogan obtendrá previsiblemente más votos en las urnas y menos escaños en el Parlamento. El excesivo listón electoral del 10% de los votos exigido por la ley electoral para poder tener escaños en la Cámara le benefició hace cinco años, cuando con el 34,4% de los votos, el AKP acaparó casi dos tercios de los 550 diputados de la Asamblea Nacional. Ahora, la concurrencia de nuevos partidos dificulta esa meta.
El líder islamista ha entendido el mensaje de la calle. En los multitudinarios mítines que encabeza, aboga por la moderación. "Queremos que todas las mujeres, lleven pañuelo o no, puedan estudiar en la universidad, pero aún no tenemos un compromiso entre las instituciones del Estado", explica Erdogan ante las miles de turcas que le aclaman con la cabeza cubierta. La ley prohíbe el uso del velo islámico en las facultades en Turquía. El primer ministro también se ha mostrado dispuesto a pactar con la oposición el nombre del candidato a presidente de la República, que deberá ser designado por el nuevo Parlamento este mismo verano, para evitar un nuevo enfrentamiento con el Estado laico y el Ejército. "El AKP se ha convertido en un partido de masas con amplio apoyo social", precisaba ayer Tarhan Erden, director del instituto demoscópico Konda, tras difundir su último sondeo de intención de voto: 42% para el partido en el poder, que puede alcanzar hasta el 48% con los indecisos.
La polarización de la sociedad entre islamistas y laicos movilizará también el domingo a millones de turcos que rechazan las políticas de Erdogan, tras las que ven una agenda oculta para imponer la sharía (ley islámica) y someter al país a los dictados de Occidente. El histórico Partido Republicano del Pueblo (CHP), fundado por Mustafá Kemal Atatürk como partido único, ya no será la única oposición al AKP en el Parlamento, aunque los sondeos predicen que seguirá siendo la segunda fuerza, con más del 20% de los votos. Su líder, Deniz Baykal, vicepresidente de la Internacional Socialista, arremete contra las privatizaciones emprendidas por Erdogan.
Pero el descontento antiislámico, que llevó a cientos de miles de turcos a manifestarse la pasada primavera contra la elección del ministro de Exteriores, Abdulá Gül, como nuevo presidente de la República, parece haber sido capitalizado, con más de un 10% de intención de voto, por la ultraderecha del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), heredero del movimiento extremista de los Lobos Grises. El líder del MHP, Devlet Bahçeli, proclama que para solucionar el problema kurdo basta una soga. Turquía abolió la pena de muerte en su negociación con la UE, lo que sirvió para conmutar la condena a la horca dictada contra el líder de la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdalá Ocalan.
La previsible entrada en el Parlamento de tres decenas de candidatos independientes que se presentan en las circunscripciones del sureste de Anatolia, feudo del nacionalismo kurdo, erosionará más la hegemonía de los islamistas del AKP y lo alejará de la mayoría de dos tercios del Parlamento, clave para el control de las instituciones.
Para Ihsan Dagi, analista del diario Zaman, el ejercicio del poder ha desgastado menos a Erdogan que a la oposición laica. "Los votantes esperan que los logros macroeconómicos del Gobierno empiecen a verse reflejados pronto en su vida cotidiana. Por eso van a concederle un segundo mandato".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.