Argentina se autodestruye
Brasil golea al cuadro de Basile, con un gol en propia puerta de Ayala, y se adjudica su octavo entorchado
Vagner Love hizo su mejor jugada del torneo. Todo consistió en interceptar un pase de Messi a Mascherano. Para eso, para quitar, le debió llamar Dunga, porque goleador no es. El balón llegó a Baptista, que encaró la portería sin demasiada convicción. No le acompañó nadie. La maniobra parecía un contragolpe banal. Ayala reculó siguiéndole los pies con la mirada. Juntos entraron al área. Abbondanzieri contempló la escena bajo los palos, expectante. El partido había empezado hacía cuatro minutos pero su defensa no estaba presente. Baptista, que lleva años sin mostrar su mejor versión, metió un gol importante. Un gol lapidario. Sin esforzarse apenas, porque Argentina permitió la agresión. Se autodestruyó con armas ajenas.
BRASIL 3 - ARGENTINA 0
Brasil: Doni; Maicon, Alex, Juan, Gilberto; Mineiro, Elano (Alves, m. 33), Josué, Baptista; Vagner Love (Fernando, m. 89) y Robinho (Diego, m. 90).
Argentina: Abbdondanzieri; Zanetti, Ayala, Milito, Heinze; Mascherano, Verón (González, m. 66), Cambiasso (Aimar, m. 58); Riquelme; Messi y Tévez.
Goles: 1-0. M. 4. Baptista, dentro del área, se perfila y chuta a la escuadra. 2-0. M. 40. Ayala, en propia puerta. 3-0. M. 68. Vagner Love asiste en un contragolpe a Alves, que cruza el balón.
Árbitro: Carlos Amarilla (Paraguay). Amonestó a Alex, Mascherano, Doni, Gilberto, Baptista y Josué.
40.000 espectadores en el estadio José Pachencho.
Afectado por el estado de necesidad, el equipo de Basile no supo gestionar la presión que le hizo Brasil. Tenía más calidad en el campo, pero también tenía miedo. Varios de sus futbolistas pertenecen a una generación marcada por la decepción. Llevan 10 años anunciando su categoría y ahora que les llega la hora de la retirada descubren que no han ganado nada.
A Argentina le tocó medirse a Brasil, al equipo que tiene todos los elementos para intimidarla. Este Brasil empobrecido pesa más sobre la conciencia de los jugadores argentinos que su mejor versión posible. Sólo cuenta con Robinho y un grupo de chicos resentidos. Ante ellos, Argentina se sintió obligada. Había hecho el mejor fútbol del campeonato y le demandaban una exhibición.
Este tipo de obligaciones no son el fuerte de Riquelme. El jugador más idiosincrásico de Argentina dice que él juega bien si es feliz. Con este aviso parece poner una condición y una exigencia que necesariamente deben asumir sus compañeros. Golpeado por Elano y Mineiro, sumido en el calor sofocante de Maracaibo, el centrocampista no fue feliz. Con un gol en contra, mucho menos. Con dos, se fue al descanso alejado de sus compañeros. Taciturno y solo tras haber mandado un remate al palo.
El gol en propia puerta de Ayala, uno de los baluartes morales del equipo, expuso a Argentina a todos sus terrores. Era precisa una reacción. Una gran dosis de coraje y de esfuerzo. El cuadro de Basile estuvo atribulado. Nunca demostró determinación. Ni el público, mayoritariamente a favor, le sirvió de estímulo. Aimar y Lucho González no lograron revertir la situación. Nunca encontraron claridad. Dani Alves interrumpió la agonía con un tiro cruzado. ¿Y Robinho? Estuvo, pero no hizo nada. No fue necesario.
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