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DESDE MI SILLÓN | TOUR 2007
Columna
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Derrotismo

Visto con objetividad, el ciclismo es un deporte extraño, muy extraño. Se trata de llegar el primero -en bicicleta y siguiendo el recorrido indicado, claro está- a una línea pintada en el suelo. Y no importa ni cuánto se tarde en hacerlo, ni cómo se haga si cumples con el objetivo de hacerlo antes que los demás. Lo que no es nada fácil, por cierto, aunque visto así lo parezca.

Ayer esa línea estaba situada 200 kilómetros después de otra parecida que marcaba el comienzo de la etapa. 200 kilómetros que se pueden calificar de llanos -aunque eso siempre es relativo-, lo que en buena lógica, y tratándose del Tour, significan entre cuatro y media y cinco horas de bicicleta. Una lógica que, con la ayuda de la historia, dice que en el Tour todas las etapas son disputadas desde el principio al final. Que hay intentos de protagonismo por todas partes y que si se impone la ley del más fuerte -la del pelotón- es por una cuestión de mayoría, nunca por dejadez o por un cierto derrotismo.

Pero éste es un Tour extraño, al menos de momento. Nadie regala nada, sólo hay que ver la lista de ganadores para comprobarlo, pero en el ambiente general se respira ese derrotismo. Lo respiro yo desde mi casa a través de la pantalla, así que no me quiero ni imaginar lo que será por mitad del pelotón.

Yo entiendo el modo de actuar de mis compañeros y cuando estoy cansado me refugio en ese gregarismo tan típico: para qué vamos a ir más rápido si al final va a ganar el mismo (el otro día por cierto, un corredor se justificaba así por la lentitud de la etapa, pero cuando iba a pronunciar la última palabra se quedó cortado: había ganado Cancellara). Hay etapas en las que la fuga no tiene ninguna opción porque el sprint está cantado. Pero también hay equipos que en el sprint no tienen ninguna opción, no hay que olvidarlo. Como me decía un periodista, los corredores no deben olvidar que todo este circo es eminentemente un espectáculo televisivo, y que la competencia es muy alta. Y la verdad es que ver a 200 corredores paseando en bici por Francia tiene bien poco de espectáculo. Eso sí, es un buen motivo para... echar la siesta.

Menos mal que el derrotismo cae en el olvido cuando se huele la línea esa de meta. Algo es algo. A partir de ahí estamos viendo espectáculo, y del bueno. Ayer volvimos a ver un sprint anárquico y multicultural (ocho nacionalidades diferentes entre los 10 primeros, ahí está el dato). Yo estuve a punto de dar un salto de alegría por la victoria de Freire, pero Boonen me aguó la fiesta. Otra vez será, porque Freire sabe aún mejor que yo que en el fondo de lo que se trata es de cruzar el primero esa raya. Y él sabe cómo hacerlo.

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