¿Socialistas inmortales?
Hay instituciones en las cuales una vez se accede a ellas, la condición de miembro se adquiere de por vida. En algunas, como la Académie Française, sus integrantes reciben la denominación de inmortales. Y como ellos mismos exponen sin recato, su condición es una dignidad inamovible, permanente, de la que nadie puede dimitir. Evidentemente, son seres humanos, mortales como todos, pero lo cierto es que gozan de gran longevidad, que hoy sintetiza Lévi Strauss próximo a los 90 años. No sólo eso. Los cuarenta inmortales actuales tienen una gran opinión de sí mismos y de su labor. Ello explica las excelsas funciones que se atribuyen hasta el extremo de escribir sobre las mismas que "ser elegido es considerado a menudo por la opinión pública como un acto de consagración suprema".
Algunos políticos de la izquierda parecen haber tomado como ejemplo la actitud de estos inmortales. No sólo los de la actual estructura de poder del PSPV, pero sin duda también los que forman parte de ella. La larga lista de socialistas franceses que veloces como rayos se han aprestado a acudir a la llamada del gobierno Sarkozy-Fillon tiene en común no pocos rasgos con quienes en la dirección, o fuera de ella, cuentan con capacidad para determinar los avatares del socialismo valenciano. Unos y otros, de Jack Lang a Jean Marie Bockel o, entre nosotros, de Pla a Sarriá pasando por Escudero o Perelló, pretenden convencernos de que cuentan con el atributo de la indispensabilidad, a modo de algún tipo de inmortalidad política.
Los del PSF pretenden convencer de que colaborar con un gobierno que defiende unos valores y un programa distinto, radicalmente diferentes en muchos aspectos, a los del partido en cuyos órganos de dirección o gobiernos han formado parte hasta las recientes elecciones, es un detalle irrelevante frente a la importancia suprema de su aportación a la vida de la República vecina. No están quedando a la zaga, sin embargo, bastantes dirigentes del actual PSPV para quienes tras una trayectoria culminada en el desastre electoral del 27M, el concepto de responsabilidad política, el "otra forma de ser otra forma de gobernar" y tantas otras declaraciones quedaron de inmediato olvidadas, supeditadas a la permanencia con la excusa de ser órdenes de Madrid que nadie osó contradecir.
Sin embargo, por si no estaba ya claro para los ciudadanos, lo que viene sucediendo desde la nueva indicación de Madrid, esta vez contraria a su continuidad, les ha dejado con sólo la verdad desnuda de su apego al cargo al descubierto, robustecida incluso tras la forzada declaración de no continuidad de Pla. Bastó una alusión de Rodríguez Zapatero. Que pueda ser Jordi Sevilla, y no uno de los suyos, el que intente hacer frente al desaguisado creado por ese poder interno que rige al PSPV de derrota en derrota, ha sido suficiente para que desapareciera su autoproclamado sacrificio ante la obediencia debida. La excusa: la independencia de la organización de la que nadie se acordó ante las órdenes de Blanco. La cruda realidad: para repartirnos lo que hay ya nos arreglamos nosotros solos.
Desde hace demasiado tiempo el poder en el PSPV -a pesar del esfuerzo de cientos de militantes de base-, se ha ido consolidando como una estructura cerrada, recorrida por lealtades horizontales, articulada para el reparto de cargos entre los amigos y para bloquear el paso a los demás. Es cada vez más un núcleo no sólo carente de ideas sino en donde éstas no importan. Y cuando se cede el terreno de las ideas a la derecha, no se puede pretender que los ciudadanos nos respalden. Nos falta crear también en el País Valenciano una hegemonía cultural muy diferente de la del PP. La pacificación que Pla puede presentar como su principal, diríamos único, activo la ha conseguido a golpe de concesiones a aquellos que lo único que quieren es mantenerse en su cargo, no buscando la victoria electoral. A la vista está el resultado de todo ello en el nivel de confianza ciudadano. Sólo la lealtad, sin duda mal entendida, y la ingenua esperanza de que las cosas cambiarán explica el silencio que algunos hemos mantenido.
El que fuera portavoz de Ségolène Royal y hoy diputado por Saône et Loire, Arnaud Montebourg, declaraba hace unos días que lo que está sucediendo en el seno del PSF es la descomposición de un sistema obsoleto en el que el inmovilismo se ha convertido en ley, de un partido que ha cultivado la división y el contentar a sus facciones antes que la búsqueda de convergencias con los ciudadanos. De tanto escucharse a sí mismo, el PSF ha perdido la capacidad para escuchar a la sociedad, para afrontar sus problemas, para proponer soluciones. Si no se pone remedio con urgencia, al PSPV se le aplicará pronto también este diagnóstico. Es hora de que quienes lo han dirigido, o pretenden liderarlo, oigan no sólo las lisonjas de los aduladores en busca de recompensa, sino también lo que algunos percibimos como un clamor entre gran parte de sus militantes y entre quienes fueron sus votantes y que está en la base de los resultados del 27M. De seguir así, no vamos hacia victoria electoral alguna, vamos sólo a seguir asegurando un cargo a quienes han demostrado repetidamente que no lo merecen.JORDI PALAFOX
Teresa Carnero y Jordi Palafox son catedráticos de la Universidad de Valencia y militantes del PSPV.
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