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Columna
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La ocasión

La brutalidad se ha instalado entre nosotros y la perversa condición humana nos lleva a la aceptación, cada vez más distraída, del sangrante goteo de víctimas de la llamada violencia de género, que los machos ganan por goleada.

Sólo de tarde en tarde, como si fuera para salpimentar la estadística, una mujer agarra el hacha, la piedra, el cuchillo de trinchar y, en franca decadencia, el socorrido matarratas. Este último recurso casi siempre tenía detrás largos plazos de sufrimiento, de odio, de sevicia institucionalizada. En el feroz tanteo salen siempre perdiendo las mujeres sin que parezcan útiles los recursos para eliminar o reducir la macabra estadística.

Lo que llama la atención es la simplicidad brutal de estos actos, la remisión al necio recurso de "la maté porque era mía" que, aunque parezca extraño, se agazapa en un alto porcentaje de sucesos. La ya remota alusión al despenalizado adulterio late en buen número de casos. La convivencia se rompe, la esposa o compañera llega a la conclusión de haberse equivocado, cuando, en la mayoría de los casos, la pareja elegida para el amor y la compañía, se extravía por los innumerables caminos que hoy ofrece la perdición, que antes se decía: la falta de trabajo, el alcohol, la droga, la dureza sin horizontes de la propia existencia, emponzoñan el carácter. Él se vuelve duro, cruel, intolerante y ella -en muchas ocasiones- carece de energía o destreza para gobernar situaciones extremas. En su derecho denuncia y solicita protección. Se inscribe lo primero pero, por desgracia, el amparo rara vez es suficiente.

"Si parece que van pidiendo guerra, con la minifalda por la ingle", dijo un tertuliano

Son las situaciones que cada día escuchamos o leemos, que terminan con el inerte bulto que los del Samur, la Cruz Roja, los bomberos o la Policía, meten en la innecesaria ambulancia. No cabe duda de que los tiempos son ásperos y que la ira, el furor y el arrebato circulan por diferentes estratos de la sociedad. Como un refrescante consuelo y una necesaria esperanza, hemos sabido, estos días pasados, de muchachas y chicos que destacan en los estudios y llegan a ese rácano 9,9 en su calificación escolar o universitaria. Frente a esa minoría, se alza la amenazadora legión de los explotados y empujados a la violencia, otra lacra en aumento, tras la cual también se levanta la codiciosa sombra de los narcóticos y el alcohol mal administrado y de pésima calidad.

¿Qué hacer, ante este sombrío paisaje? Hay quienes se inclinan hacia el sistema de la mano dura, la represión, el castigo. Lo malo de ese sistema es que no garantiza sino que los supuestamente corregidos vuelven a la calle peor. Siendo tan breve el paso por la adolescencia, la verdad, no caben remedios que abarquen plazos dilatados. Tenemos al "Ratita", al que ha proporcionado una invisible publicidad la desdichada madre de su víctima, a la que maltrató, torturó, violó y mató. Ha pasado un tiempo en centros de reclusión de menores, pero no sabemos una palabra de su proceso sentimental e intelectual en ese período. La ley le pone en libertad, porque así está hecha, desentendida de lo que pueda hacer un ser humano con tan lúgubre comienzo en la vida.

Un amigo de la tertulia, que tiende a simplificar los problemas, escuchaba la perorata de otro asistente con merecida fama, que atribuía muchos de los crímenes cometidos sobre mujeres jóvenes, a altas horas de la madrugada, a la salida de un centro de diversión: "Si parece que van pidiendo guerra, con la minifalda por la ingle". El otro bebedor le repuso: "Las chicas van menos vestidas aún en una piscina y no es frecuente que nadie se abalance sobre ellas para rebanarlas el cuello y violarlas. Creo que tienen derecho a vestir como les plazca y el que debe vigilarse es quien encuentra en ello una provocación".

Por fin pudo hablar el primero: "Creo que la solución la han encontrado en algunos países árabes, en esos donde las mujeres lleva la burka. Cubiertas de pies a cabeza, así alejan los malos pensamientos ajenos, pues pocos se arriesgarán a forzar a un ser que parece una cabina telefónica enfundada en azul. Es lo que decían los viejos clásicos: Quien quita la ocasión, elimina el peligro". Un tercer amigo resumió: "No sé cuál de los dos sois más brutos".

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