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REFLEXIONES TRAS EL 27-M
Columna
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Y Rita ganó en Orriols

Las lamentaciones de algunos dirigentes del PSPV sobre el resultado electoral, basadas en el argumento "el centro progresista nos ha abandonado" pueden tener sentido en cuanto instrumento de consuelo ante un fracaso de inesperada dimensión, y, por ello, pueden aceptarse por mor de la misericordia de que son dignos los sufrientes, pero como diagnóstico no vale un pimiento, dicho sea en términos de defensa. Cuando el PP saca al PSPV más de 100.000 votos en la ciudad quejarse del abandono centrista no parece que tenga mucho sentido, por dos razones: los electores de centro ni son tantos ni tienen por qué votarte.

Por de pronto hemos pasado por unas elecciones de segundo orden en las que la información política que llega a los ciudadanos a través de los informativos (nadie hace caso de los spots de publicidad y los slogans de la radio) directamente o a través de los líderes de opinión, la información de que se dispone para formar decisiones de voto, es nacional, porque nacionales son los líderes en los que se centra la campaña, nacionales son los temas que estos imponen, nacionales son los mensajes y, como es de esperar, nacionales son las decisiones. Por eso la elección la ganó Mariano y la perdió José Luis. Es claro que la estrategia de desmovilización de la competencia y movilización de la muchachada que ha forjado el PP alrededor de los errores en la política antiterrorista (en especial De Juana y el trato disparatado del problema ANV) ha funcionado. Dicho esto, que es el factor primordial que explica en el conjunto de España la elevada tasa de abstención, hay que determinar por qué ese mensaje exitoso no ha impedido al PSOE ganar en Canarias o mantenerse en Asturias, y, en cambio, ha tenido un éxito abrumador en Madrid, en Murcia y en el Pais Valenciano. Los errores pueden explicar la erosión general de los apoyos, pero no pueden explicar los casos particulares.

Como algunos mejor equipados que yo han puesto de relieve en los últimos tiempos en nuestro caso el resultado puede entenderse si se consideran los profundos cambios que ha sufrido la sociedad valenciana del 95 hasta la fecha. Por la combinación del éxito del modelo Florida que ha impulsado el PP, y que ha generado en torno a la construcción, el urbanismo y el turismo de sol y playa un bloque social bien articulado y potente, y la paralela decadencia de la industria tradicional y el estancamiento o poco menos de la que no lo es. El PP se beneficia de los apoyos activos de los beneficiados (reales o presuntos, esa es otra cuestión) mientras que la izquierda se ve arrastrada a una lenta decadencia porque los sectores económicos en los que se basa su electorado estable también lo está, la deriva conservadora que señala el índice de autoubicación política (el valenciano con el 5.06 está medio punto a la derecha del nacional) es al respecto sintomática. Y porque los segmentos de la burguesía y las nuevas clases medias vinculadas al sector industrial carecen de alternativa política votable y, por ello, acaban apoyando al "partido de la propiedad". Ese es así, pero esa, si bien me parece una explicación necesaria, no me parece una explicación suficiente. Requiere de complementos. Porque no me parece que el victimismo y el agua, que pueden explicar el hundimiento de la izquierda en el Vinalopó, lo expliquen en Torrent o en Vallecas.

A mi juicio la masiva abstención que se ha registrado en el electorado tradicional de la izquierda, más allá de la coyuntura, obedece a razones de fondo. Es claro que esa abstención es una manifestación de protesta, mediante la que una buena parte del electorado progresista envía el mensaje: así no. Probablemente la señal estaría mejor definida en términos "queremos un gobierno progresista, pero así no", algunos datos demoscópicos permiten sostener esa tesis, pero lo que es innegable es que ha habido una abstención masiva del electorado natural de la izquierda. Y me atrevo a decir que esa conducta no es irracional. Es una respuesta tan discutible como correspondiente a una situación de hecho. Una situación que es en parte social y en parte político-partidaria.

En parte es una respuesta lógica fundada en la situación social: si los precios de la vivienda estan en el cielo y el alza de los tipos de interés al aumentar el coste de la hipoteca mina mis ingresos, si la dualización del mercado de trabajo produce un segmento muy importante de trabajo precario, bien por su estatuto jurídico, bien por su baja remuneración, de tal modo que no sólo yo vivo con estrechez creciente, sino que el horizonte que se ofrece a mis hijos es lenta pero constantemente más oscuro, si los datos macroeconómicos son buenos, pero las rentas de trabajo registran una tendencia a la baja y han descendido por debajo de la mitad del PIB, si resulta que las rentas de trabajo sostienen la fiscalidad pública con un gobierno que no hace nada significativo para corregir el escándalo de que en el Impuesto sobre la Renta los salarios aparezcan como casi cuatro veces que las rentas no salariales y me toca a mi pagar mi parte de los impuestos y casi otro tanto por lo que las clases altas y media-altas no pagan. Si... ¿por qué demonios tengo que molestarme en votar a este gobierno?

Y entonces llega el intelectual colectivo que debe explicarme por qué y resulta no sólo que ese intelectual colectivo -el partido- está mudo. Es que casi no existe. Tiene muy poco de intelectual porque el partido es apenas una maquinaria electoral compuesta casi exclusivamente por electos y sus clientelas, en el que rige la regla de oro "el vecino del quinto sabe leer y escribir, es peligroso", tiene muy poco de colectivo, porque como asociación apenas si existe. Y difícilmente puede explicarme nada porque un partido sin militancia efectiva no puede funcionar como canal de comunicación entre electores y electos, ni en sentido ascendente ni en sentido descendente. Si, pongamos por caso, en una ciudad de tres cuartos de millón de habitantes el Partido Socialista tiene una red asociativa efectiva, no de papel, no de fichero, de militancia real y cotidiana, que los optimistas cifran en algo más de cuatrocientas personas y los pesimistas en menos de doscientas ¿cómo demonios va a comunicar nada? Y, claro, Rita ganó en Orriols.

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