La malquerida
De poder evitarla, nadie tiene aprecio por la coalición. A no ser, claro, esas formaciones oportunistas que se presentan a las elecciones con el único objetivo de pegar mordisco en el pan ajeno, ofreciéndose a completar mayorías a las que ellos mismos ni siquiera aspiran. Pero entre los partidos que si aspiran a ocupar espacios políticos con fuerza propia, la querencia se queda toda para la mayoría absoluta. El poder, en principio, no se quiere compartir. Como la estilográfica, "que se le cambia el punto".
Pero cuando no es dada tanta dicha electoral como para lograr la bien querida mayoría absoluta, los partidos, obligados de todas maneras a formar gobiernos, que es para lo que están, no tienen más remedio que quedarse con la menos querida, incluso la malquerida coalición. Y como todas las cosas en la vida, la coalición tiene ventajas e inconvenientes. Ventajas, ¿cuál más que la de acceder a un gobierno, mucho o poco?. Y es que la política, privada de la posibilidad ejecutiva que da el gobernar, es poco más que bla bla hacia la melancolía.
En cualquier caso, ya sea a consecuencia del voto popular o por no desaprovechar la ocasión de tocar poder, coaligarse es una solución, además de legítima y democrática, sumamente práctica. Hay incluso quien piensa que también sana, porque, dicen, los gobiernos con unas pizcas de pluralismo interno resultan más flexibles, atentos y predispuestos.
Al margen de teorías y opiniones, con la legislación electoral vigente en Galicia y en España, y al ser el nuestro, no lo olvidemos, un Estado complejo y muy descentralizado, en el que existen partidos de identidad no estatal cuya participación, sin embargo, en la formación de la voluntad común es muy importante, están servidas las condiciones favorables para la formación de coaliciones. O al menos de que resulte frecuente la necesidad de apoyos cruzados entre fuerzas políticas estatales y regionales, ya sea para la formación del gobierno nacional o de los autonómicos.
Debemos ir aceptando, pues, la conveniencia de cultivar una cultura de la coalición. Nos servirá para evitar algunos de los dislates que se han cometido en Galicia, por ejemplo, respecto de la negociación de acuerdos entre el PSdeG y el BNG para la formación de los gobiernos municipales.
El principal de ellos fue la deslegitimación de las coaliciones en que ha incurrido el señor Núñez Feijóo, anteponiéndole unas supuestas prerrogativas de la lista más votada que la ley no reconoce y que probablemente tampoco la Constitución ampararía. A los alcaldes y sus grupos de gobierno los elige la mayoría de los ediles que hayan accedido debidamente a su condición en el acto de constitución de los ayuntamientos. Punto. Eso es lo que dice la ley. Y si hay algún límite que oponerle, será únicamente el del sentido común en correspondencia con el voto ciudadano.
También se han equivocado, y a mi manera de ver mucho, quienes viéndose en la tesitura de formar coaliciones, lo hacen de modo tal que trasladan a la ciudadanía un discurso tan precavido sobre las mismas que hasta pudiera resultar contraproducente. Las demandas del BNG respecto al blindaje de las competencias de sus concejales, con obvio desprecio de la unidad de criterio con que debe actuar todo gobierno y el deber de preservarla que corresponde al alcalde, son pecados mayores. Y al cometerlos se ha trasladado a la ciudadanía una percepción también pecaminosa de la propia coalición, en la que parecieran ponerse en juego más intereses que responsabilidades, con lo cual más que coalición sería apaño.
Con todo, los acuerdos se han suscrito, incluido el muy inteligente acuerdo general que enmarca los locales. Los desvíos han sido pocos y las correcciones oportunas. Así, bien pudiera resultar cierto que el cambio político iniciado en la formación del gobierno de la Xunta se extiende y consolida en el mapa local, sobre lo cual, a su vez, podrían abrirse expectativas de una transformación más profunda y a más largo plazo de la manera de hacer política en Galicia. Cosas demasiado importantes para encizañarlas con bobadas.
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