¡Qué domingazo!
Sin tiempo para superar el arrebato de la Liga, los espectadores compartiremos hoy tres grandes duelos sólo posibles en el deporte profesional: el nuevo intercambio de golpes Nadal-Federer en París, el nuevo intercambio de miradas Alonso-Hamilton en Montreal y el nuevo intercambio de rugidos Lorenzo-Bautista en Montmeló. Demasiada pasión para un solo domingo.
Después de tantos partidos cuerpo a cuerpo, conocemos muy bien los poderes de los dos mejores tenistas del mundo. Roger es el resultado de la transformación de un muchacho tímido en un hombre tranquilo. Sin duda, carece del espíritu ofensivo de John McEnroe, un camorrista insaciable que sólo sabía jugar enfadado y que en caso de alarma era capaz de discutir por un milímetro y de matar por un punto. En cambio, él mantiene dos ventajas: una figura elástica que le permite convertir cualquier giro de muñeca en una forma de expresión corporal, casi en un recurso de lenguaje, y una facilidad natural para entender los códigos que relacionan una raqueta con una bola.
Lejos de esa maestría tan cercana a la perfección, Rafa es más un púgil que un tenista. Sus gestos indican que los golpes del adversario le duelen como bofetadas; por eso los devuelve con una contundencia explosiva que no puede explicarse únicamente con el afán de ganar. Sabemos que se mueve entre el método y la furia; que su rendimiento no está sujeto a las reglas de la academia, sino a los impulsos de la emoción, y que no hay manera de controlarlo: si se le apaga la inspiración, se le enciende el temperamento.
Sea por casualidad o porque todo estilo crea escuela en los patios de vecindad, su paisano Jorge Lorenzo hace de la competencia una cuestión personal. Su futuro es todavía un misterio: gana campeonatos, planta banderas, vive en un circuito imaginario, habla como un enviado, jura en arameo y se ha convertido en su propio héroe de cómic. Sin embargo, no consigue separar la realidad y la fantasía que conviven en su personaje. Ahora, cuando ha encontrado en Álvaro Bautista una nueva excusa para tirar la moto, deberá medirse mucho: este Bautista que sonríe por definición no está dispuesto a entregar su cabeza.
En cuanto a Hamilton y Alonso, la leyenda continúa. Los cronistas ingleses buscan desesperadamente un sucesor de Damon Hill que les reconcilie con su pasado. Sin salir del box de McLaren, tienen todo lo que necesitan para levantar la fábula del conquistador: el candidato más ambicioso, el coche más rápido y el enemigo más duro.
Sólo deben resolver un problema desde este frenético domingo en el que pasaremos por Nadal, Lorenzo, Bautista y Canadá: sus planes no coinciden con los de Fernando.
Con los nuestros, tampoco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.