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El restablecimiento de la realidad

Quizá no por su importancia cuantitativa, pero sí por la novedad, por el morbo, por la atención mediática que había suscitado su éxito de noviembre pasado, el comportamiento en las urnas de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía (C-PC) constituía una de las grandes incógnitas, uno de los puntos de mayor interés analítico de las elecciones municipales convocadas para este 27 de mayo.

En materia electoral, el triunfo o el fracaso se miden siempre con respecto a los objetivos previamente fijados, y es preciso reconocer que los de Ciutadans eran ambiciosos. Durante los meses de abril y mayo, sus portavoces oficiales u oficiosos hablaron de "entrar en tromba en numerosos municipios catalanes", de consolidarse "como partido de referencia, como partido bisagra" para España, un partido capaz de excluir de la gobernabilidad estatal a las fuerzas nacionalistas catalanas o vascas y, a la vez, de echar abajo a ese gigante con los pies de barro que era el establishment político catalán. Para alcanzar tales metas, C-PC presentó al final 78 candidaturas en Cataluña más otras dos -a manera de globos-sonda- en el resto de España, y desarrolló una campaña muy semejante a la del pasado otoño: explotación del qualunquismo de sus cabezas de lista (juventud y frescor sin pasado político, aunque en el caso de Albert Rivera resultase luego que tal virginidad era relativa...), cultivo del victimismo mediático, económico e institucional, de la imagen de pobres y excluidos (aunque se acudiese a algún mítin en coche oficial, se pagasen anuncios de página entera en los diarios o se organizara la noche electoral en el antiguo Ritz...) y escasa preocupación por las propuestas programáticas, más allá del monotema lingüístico.

Esta vez, sin embargo, la fórmula no ha funcionado. Sólo medio año después de su debut, Ciutadans pierde 22.252 votos, una cuarta parte de los iniciales. Es cierto que la abstención aumentó -apenas tres puntos, tampoco crean...-, pero el malestar y el hastío que ese fenómeno denota deberían haber favorecido a C-PC, que se presentaba como una alternativa al sistema y a la clase política instalada. Pues bien, no; es harto significativo que los votos totales al Partido de la Ciudadanía (67.315) quedasen bastante por debajo de los votos en blanco (89.617), incluso sin sumarles los nulos (19.420 más), unos y otros expresión genuina y militante de rechazo al statu quo.

Sobre el territorio, estos resultados han dejado a Ciutadans fuera de ese formidable escaparate que es el consistorio barcelonés, pero también fuera del 90 % de ayuntamientos en los que aspiraba a entrar. La presunta irrupción en los grandes municipios metropolitanos queda reducida a ocho escuetos concejales que formarán minorías unipersonales en Castelldefels, Gavà, Sant Boi, Sant Andreu de la Barca, Viladecans y tres poblaciones más pequeñas; también salieron otros cinco en el pueblo leridano de Gimenells i el Pla de la Font, pero aquél es un caso de transferencia en bloque de alcalde y votantes (unos 350) desde el Partido Popular. Así, con un total de 13 concejalías, C-PC se ve claramente superada, en el medallero municipal catalán, por fuerzas como las Candidatures d'Unitat Popular (CUP) y la Plataforma per Catalunya (PxC). Y hay todavía otro dato al que se ha prestado poca atención: la cosecha de Ciutadans en las dos capitales españolas donde probaba suerte. En Salamanca ha recogido el 2,28% de los votos, y en Alicante el 1,42%, sin arañar siquiera las posiciones de PP y PSOE. Para sostener la bisagra estatal, parecen pocas tuercas...

Si de los efectos pasamos a las causas, éstas son, como siempre, diversas. Pero está claro que las discordias internas conocidas desde mediados de mayo, las noticias de cuadros dimisionarios y de militantes expedientados empañaron la imagen de Ciutadans y desmotivaron a su electorado. Ahora bien, ¿se trata -como denunció la alcaldable por Barcelona, Esperanza García- de una crisis "inexistente", inventada desde los medios hostiles? ¿Es inexistente el suspendido coordinador andaluz, Mario Acosta? ¿Es un invento la carta de dimisión ("hasta aquí hemos llegado, amigo Albert...") que el secretario general, Antonio Robles, envió con fecha 4 de abril? ¿No existe, tampoco, la Carta abierta a Arcadi Espada que el militante Enrique Suárez Retuerta colgó en la Red el 22 de mayo, y en la que puede leerse: "las cosas no van bien en nuestro partido, por no decir que van francamente mal. Se han cometido muchos errores, que van más allá de la torpeza del novato, y se aproximan a la habilidad del artero detentador..."?

No, la culpa no es del mensajero, y querer cargársela constituye un truco de la más vieja y resabiada política. No obstante, sí creo que ciertos medios de comunicación -una parte de los que ayudaron a ensalzarlo- han contribuido al pinchazo del Partido de la Ciudadanía. En su carta antes aludida, Antonio Robles aplazaba hasta después de las municipales la renuncia pública a la secretaría general, "para evitar que la prensa nacionalista nos desprestigie a las puertas de la campaña electoral". Sin embargo, no ha sido ningún periódico nacionalista catalán, sino el más nacionalista-español de los diarios españoles el que tituló, tres días antes de la cita con las urnas, "Ciutadans en descomposición", e hizo balance del escrutinio con estos dos titulares-epitafios: "El fenómeno Ciutadans se diluye", y "El proyecto Ciutadans se desmorona en toda Cataluña". Por su parte, Federico Jiménez Losantos ya ha admitido públicamente que apoyó a C-PC sólo para desgastar a Josep Piqué. Huérfano de estas muletas -el cierre de filas en torno a Rajoy, con las generales a la vista, no admite mariposeos-, Ciutadans se tambalea, y corre el riesgo de convertirse en un partido temático, el de los obsesos con la supuesta persecución del castellano. O en un apéndice del proyecto de Fernando Savater.

En 2005, el primer manifiesto de intelectuales del que surgiría Ciutadans terminaba reclamando la creación "de un partido político que contribuya al restablecimiento de la realidad". Pues parece que, el 27 de mayo de 2007, esa realidad tan enfáticamente invocada ha empezado a volver por sus fueros.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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