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Reportaje:

Beirut bajo el terror

El miedo a la violencia paraliza una de las ciudades más vitales del mundo, que teme perder otra temporada turística.

Fernando Gualdoni

Una cinta amarilla con la prohibición de aparcar recorre de principio a fin la céntrica y comercial calle Hamra. Para cruzar de acera en acera en la mayoría de las avenidas beirutíes es necesario esquivar gruesas vallas de cemento paralelas al bordillo. Hay cabinas telefónicas selladas por doquier, detectores de metal en los centros comerciales, y florecen en cada esquina los controles de la policía y el Ejército libanés.

De día la gente hace lo que tiene que hacer lo más rápidamente posible y vuelve a casa. La noche de una de las ciudades más vitales del mundo se ha apagado. Ahora es solitaria y está llena de desconfianzas. "Es el terrorismo amigo, mío, es el terrorismo", se lamenta Salim Mawad, un reconocido analista político que trabaja para que los niños de distintas religiones aprendan a convivir en paz.

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Los libaneses albergaban la esperanza de borrar este verano los dolorosos recuerdos de la guerra que hace un año libraron la milicia chií de Hezbolá e Israel. En vez de eso, los combates entre los yihadistas suníes de Fatah al Islam y el Ejército libanés en un campo de refugiados palestino al norte del país han revivido recuerdos aún más nefastos, los de la sangrienta y despiadada guerra civil que asoló Líbano entre 1975 y 1990. Aunque los atentados con bomba no son inusuales en la capital libanesa, la aparición de un grupo terrorista vinculado a Al Qaeda ha puesto los pelos de punta a todo el mundo.

"Voy a tener que aprender inglés, no porque vayan a venir turistas, sino porque últimamente sólo recojo a periodistas que hacen muchas preguntas que apenas puedo responder", dice el taxista Mustafá Jaburi. Jaburi ya no trabaja de noche ni deja salir a sus hijos adolescentes. "Muy pocos bares y restaurantes abren ya por la noche", afirma Nino Beck, encargado del bar Dragonfly en el barrio cristiano de Gemaizeh, famoso por su vida nocturna. "La noche es peligrosa, se puede morir por una bomba o en manos de los militares", añade.

El lunes por la noche los militares mataron a dos hombres e hirieron a un tercero en un control sobre la carretera que va al aeropuerto de la capital. El Ejército sostiene que el conductor del taxi, sirio, no quiso detenerse, por lo que los soldados tuvieron que disparar. El coche, que quedó como un colador, acabó estrellándose contra el terraplén. Muchos creen que el conductor no se detuvo porque los que no son libaneses tienen prohibido conducir taxis; otros suponen que los soldados, nerviosos y sin experiencia, dispararon por error.

"Hemos redoblado el personal, comprado equipos y prestamos más atención desde que hace semanas comenzaron a registrarse atentados casi a diario", dice Karin Hadad, directora de la empresa de seguridad Protectrom, la más importante de Líbano, encargada de proteger edificios de empresas extranjeras, hoteles de lujo y embajadas.

El negocio de la seguridad es uno de los más prósperos en Líbano, llegando a multiplicarse por diez la demanda de algunos servicios. "En los últimos meses hemos triplicado nuestras ventas en Líbano", explica desde Dubai Dennis Mark, de la empresa estadounidense Armoredcars, que fabrica coches blindados.

Mientras Mark y sus socios hacen caja, Rhula Masad, encargada de una tienda de lujo del exclusivo barrio cristiano de Ashrafieh, teme quedarse sin empleo. "Tenemos pocas ventas y los costes, en especial los de seguridad, han subido mucho". El incremento de la violencia en Beirut ya se ha cobrado 10.000 puestos de trabajo en el sector servicios en lo que va de año, en especial en la hostelería, la restauración y el pequeño comercio, según el economista Tony Saadi.

"El turismo representa cerca del 12% de nuestra riqueza y, después de una Semana Santa muy buena, pensábamos que este verano íbamos a recuperar lo que perdimos el año pasado por la guerra, pero me temo que si la violencia continúa no nos recuperaremos al ritmo que teníamos previsto", se lamenta Saadi.

Ihab Husein no llega a los 40 años, tiene un café en Hamra y a las ocho de la tarde ya empieza a pensar en echar la persiana. Recuerda que aún durante la última guerra con Israel estaba más tranquilo que ahora. "Terrorismo, terrorismo", dice mientras va metiendo las sillas en el local. "Váyase de Beirut mientras pueda... Es lo que han hecho todos en mi familia, sólo quedo yo". Los 12 millones de emigrantes libaneses -tres veces el número de los que viven en el país- envían cada año unos 4.500 millones de euros en remesas. En tiempos de guerra, cuando todos huyen y la actividad se para, esos fondos son prácticamente lo único que mantiene la economía del país.

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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