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Columna
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Somos unos 'frikis'

El que esté libre de ser un friki que levante su espada láser. Todos guardamos en nuestro interior el anhelo de vivir otras vidas, de ser otro personaje, la fantasía de habitar otras galaxias muy lejanas o de dominar la nuestra propia. Y quien no disfrute entrando en el mundo de la ficción o dejándose poseer de vez en cuando por él, sí es un verdadero raro.

El viernes se celebró por segundo año consecutivo en Madrid el Día del Orgullo Friki. Un pasacalles desde la plaza de Santo Domingo, varios duelos de jedis bajo el cartel de Schweppes y hasta una guerra con espadas y escudos de pan (barras y hogazas) formaron parte de la fiesta. De la misma forma que los homosexuales están saliendo del armario, los frikis comienzan a escapar de sus tumbas de carbonita. Hoy casi todo el mundo siente el derecho a ser diferente. En una sociedad que respeta y protege cada vez más a las minorías, los extravagantes, estrafalarios o fanáticos (definición del término inglés freak) han encontrado su oportunidad para sacar a la calle sus pasiones y sus túnicas de Obi Wan Kenobi.

Según el manifiesto redactado por el propulsor del Día del Orgullo Friki, el Señor Buebo, el friki tiene derecho a: quedarse en casa, tener pocos amigos y ninguna pareja, ser virgen indefinidamente, no gustarle el fútbol ni ningún otro deporte, padecer sobrepeso y miopía e incluso a intentar dominar el mundo. Pero, al margen de este personaje de manual conocedor de los centímetros del tupé estrellado de Goku y de la gramática del klingon, existe el friki "normal".

La ficción es una dimensión de creciente importancia en la vida de muchísimas personas. La realidad ha dejado de ser un territorio fértil donde edificar una vida interesante o, en cualquier caso, resulta absurdo conformarse únicamente con esa existencia. Internet fue el primer umbral para adentrarse en otra realidad. Second Life, donde también se celebró el Día del Orgullo Friki (no muy lejos debía de andar el avatar de Llamazares dando un mitin), es el ejemplo más gráfico de la creciente voluntad por habitar otras vidas, otros personajes, otras galaxias.

Mientras que la generación del 68 quiso cambiar el mundo, la siguiente ha decidido inventar uno diferente. La estrategia ya no es la lucha, sino la evasión; no es la protesta, sino el desentendimiento. Hoy las consolas conforman gran parte de ocio de mucha gente, y no sólo de los adolescentes. La mitad de los nueve millones de videojugadores españoles tiene más de 20 años. Transformarte en un guerrero místico, en un futbolista de élite, en un superhéroe o en un piloto de fórmula 1 es el mejor antídoto contra una realidad monótona y, muchas veces, poco gratificante.

Y es que el mundo real ya no convence, se ha quedado obsoleto, reducido, claustrofóbico. La pasión por los programas de telerrealidad ha decrecido mientras triunfan en todo el mundo las series de ficción y, en concreto, de ciencia-ficción. Los jóvenes siguen creyendo en que otros mundos son posibles pero, al contrario de lo que dijo Paul Éluard, no están en éste.

Tengo amigos que poseen una réplica exacta del sable láser de Darth Vader, una extensa colección de cómics manga, son capaces de recitar de memoria diálogos de El Señor de los Anillos y saben los nombres de los cuatro elefantes que sostienen el Mundodisco. No están especialmente pasados de peso (no más que cualquiera) ni son susceptibles de sacar algún día una recortada en un McDonald's. Son chavales capaces de ilusionarse y vivir más intensamente que los demás argumentos inventados que no interfieren o distorsionan su vida, sino que la enriquecen y la edulcoran.

Estar excesivamente apegado a la realidad, lastrar la imaginación y la fantasía es una conducta de otro tiempo, ya ni siquiera de otra edad. Hoy no existe una etapa adulta delimitada. Los jóvenes se van de casa cuando pueden, muchas veces pasada la treintena, cuando consiguen sus primeros trabajos fijos. Son opcionales los rituales de iniciación a la madurez como la boda o los hijos. La juventud se ensancha indefinidamente, invade la treintena, la cuarentena y más allá como la negra viscosidad que se apodera de Spiderman en la última secuela. Sin embargo, en lugar de convertirnos en personajes malvados, en vez de succionarnos al lado oscuro, ilumina nuestras vidas con una luz sobrenatural.

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