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Columna
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La novia

Manuel Vicent

Este antiguo comunista, hoy arquitecto de éxito, un tipo elegante de pelo plateado, vive en una casa con jardín guardada por dos perros rottweiler, de orejas cercenadas. Cuando alguna visita, sobrecogida por los ladridos, le pregunta por qué vive protegido por ese par de asesinos, este antiguo progresista comenta: "El hombre nuevo, que anunció Lenin, se ha demorado. El mundo está lleno de maleantes". El domingo este arquitecto irá a votar montado en el todoterreno, en compañía de su mujer y de su hija, que acaba de llegar de una isla de la Polinesia donde ha practicado submarinismo y de un hijo becado en la Universidad de Arizona. Después, los cuatro, guapos y felices, con las mangas del jersey anudadas en el pecho, tomarán el aperitivo en una terraza antes de almorzar en un famoso restaurante japonés y por la tarde él se echará la siesta y luego esperará en su estudio el resultado de las elecciones oyendo una ópera de Verdi mientras analiza el proyecto de una nueva urbanización en la costa, de la que espera sacar una sustanciosa tajada que corone definitivamente su espléndida madurez. Este arquitecto ha salido indemne de dos casos de corrupción, aunque en su conciencia todo parece estar bien trabado. Ha evolucionado, eso es todo. Pero ayer mismo tuvo un encuentro inesperado que le devolvió todo su pasado a la memoria. Entró por casualidad en una librería donde trabaja como directora su primera novia, a la que no veía desde hacía muchos años. Se saludaron no sin cierto rubor; se analizaron durante unos segundos el fondo de la mirada y después de expresar su sorpresa decidieron tomar un café en el bar de la esquina. Habían envejecido cada uno a su manera, porque ella en el rostro aún conservaba aquella disposición juvenil, ahora renovada, que la había empujado siempre a apoyar las causas perdidas. Recordaron los viejos tiempos, su amor en el campus de la universidad, su viaje a Nicaragua cuando creían cambiar el mundo, la caída con otros camaradas que los llevó a la cárcel y todo lo que vino después hasta que se cada uno se fue por su lado. De pronto, guardaron silencio, ya no tenían nada que decirse, en la sonrisa congelada percibían la larga distancia que los separaba. Los dos sabían muy bien a quién iban a votar mañana, pero no hablaron de eso. Ella regresó a la librería y envolvió un libro de Pavese para un cliente. Él llegó a casa, les echó de comer a los perros y ellos lo agradecieron con una furia inocente, como sólo los perros muy peligrosos saben hacerlo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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