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Reportaje:Elecciones 27M

Elecciones locales en clave nacional

Soledad Gallego-Díaz

Lo que esta en juego en las elecciones de hoy es la auténtica estructura del poder territorial de España, un poder que cada vez tiene más competencias sobre más ámbitos. La red que forman los 13 presidentes de comunidades autónomas (más Ceuta y Melilla), 8.111 alcaldes y 65.347 concejales, así como, aproximadamente, 2.000 diputados provinciales, consejeros de cabildos y miembros de Asambleas, decide en el día a día buena parte de los asuntos que afectan a la vida de los ciudadanos, desde la sanidad a la educación, pasando por la vivienda, el tan denostado urbanismo o el transporte. La "red" que se elige hoy maneja más dinero que el propio Gobierno nacional: 60% del Presupuesto del Estado frente al 40% (sin contar la Seguridad Social).

La campaña ha sido la prolongación del debate político que impregna toda la legislatura
Las peores señales para el PSOE serían una abstención alta en Cataluña y Andalucía y una catástrofe en Madrid
Rajoy necesita demostrar que, después de cuatro años de retrocesos electorales, el PP ha logrado invertir la tendencia
Hoy se elige la auténtica estructura de poder territorial del país, que maneja más dinero y recursos que el Gobierno central
Ni el PP ni el PSOE cuentan con un claro 'número dos' con influencia y poder
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La participación roza el 64% casi cuatro puntos inferior a la registrada en 2003

Pero, paralelamente, las elecciones municipales y autonómicas han tenido siempre, y tienen también en esta ocasión, una importante segunda lectura política, porque señalan tendencias y porque permiten a los partidos "nacionales" afinar su olfato ante las inmediatas elecciones generales.

Las de marzo de 2008 están a la vuelta de la esquina. El PSOE y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, necesitan comprobar, con datos en la mano si las cosas van bien y si su electorado sigue movilizado. Por encima de todo necesita valorar cuál es el efecto real, en todo el país, de su política respecto a Euskadi y de la crispación política que ha marcado toda la legislatura. Un buen resultado permitiría despejar la confusión de un sector de su electorado, e incluso de su propia organización, y darles un buen baño de energía. Una catástrofe en Madrid, altos índices de abstención en Andalucía y Cataluña o la pérdida de algún poder autonómico (¿Asturias?) tendría, por el contrario, un efecto desmoralizador.

Para el Partido Popular y para Mariano Rajoy, las señales serán todavía más importantes. Rajoy tiene que demostrar, urgentemente, que después de cuatro años de retrocesos electorales continuos (desde las municipales de 2003, pasando por las generales de 2004, Galicia o Cataluña) ha logrado parar e invertir la tendencia. Todo lo que no sea eso, será un fracaso: el menor paso atrás, o simplemente quedarse "clavados", sería interpretado como señal de que las cosas van mal. Perder el gobierno de Baleares, por ejemplo, haría muy visible ese nuevo retroceso.

Un mal resultado significaría una pérdida de poder del propio Rajoy. Estas son sus primeras elecciones a la ofensiva y ha sido él quien ha diseñado una campaña que ha girado sobre su persona. La segunda derivada de un mal resultado sería el incremento de influencia de los "barones" que hayan conseguido mejorar sus datos. Sería el caso, por ejemplo, de Esperanza Aguirre y de Alberto-Ruiz Gallardón en Madrid. Los dos compiten también entre sí para intentar establecer diferencias y para colocarse como claro número dos cara a 2008, aunque en el caso de Gallardón está por ver qué efectos tiene, pasadas las elecciones y dentro de su propio partido, el incidente con Miguel Sebastián.

La campaña electoral ha dejado claras algunas cosas. Por ejemplo, que ninguno de los dos grandes partidos tiene un número dos. En el caso de Rajoy, tanto el secretario general Ángel Acebes como el portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana, están "amortizados" para ese puesto y son personajes como Gallardón o Aguirre quienes se disputan la plaza. En el caso del PSOE, no existe ni número dos ni tan siquiera disputa por la plaza. Zapatero ha diseñado también una campaña muy presidencialista, con las ventajas e inconvenientes que ello representa. La vicepresidenta Fernández de la Vega, por ejemplo, muy popular, no ha aparecido prácticamente a su lado, como ninguno de los ministros principales de su Gobierno, que han realizado numerosos actos electorales, pero casi nunca en ticket con el presidente. El modelo "presidencial" tiene la ventaja del indudable tirón personal de Zapatero, pero también el inconveniente de dificultar la transmisión de mensajes propios de campañas municipales.

De hecho, la campaña ha sido, casi, una mera prolongación del debate político que impregna toda la legislatura. Una campaña muy tensa, sobre todo por el tema vasco, que sigue en primer plano, no solo porque el PP haya mantenido su estrategia de enfrentamiento total, sino también, sobre todo, porque Batasuna la ha aprovechado para desarrollar una intensa operación de recuperación del protagonismo político, incluso con una creciente presión callejera.

Al margen de interpretaciones partidarias, la atención se centra también en Navarra. Allí la derecha puede perder la mayoría absoluta y abrir paso a una coalición entre socialistas y nacionalistas de Nafarroa Bai, con lo que ello puede representar para el interrumpido proceso de diálogo con Batasuna y ETA.

No todo en estas elecciones son, sin embargo, PSOE, PP y País Vasco. La campaña catalana, por ejemplo, ha hecho oídos sordos a esa pelea y ha centrado el debate en problemas municipales. Los tres partidos de izquierda en la Generalitat se han lanzado a una ofensiva en toda regla para conquistar la Cataluña rural y barrer a CiU de sus últimos bastiones de poder, la ciudad de Tarragona y las diputaciones de Lleida, Girona y Tarragona. Los convergentes, por su parte, pelean por Barcelona y por dar señales que puedan interpretarse como un primer paso en la reconquista de la Generalitat.

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