La corrida interminable
A la hora de cerrar esta edición aún quedaban por saltar al ruedo dos de los ocho toros anunciados. Una interminable corrida de cuatro espadas, atípica y extraña, que no parece responder más que al interés de la empresa por incluir algún torero al que apodera y que no encontró acomodo en los distintos carteles.
El festejo comenzó a las siete y media de la tarde y finalizará cuando Dios quiera. Y lo peor no es la larga duración, sino que, hasta el momento, pocas cosas quedaron para el recuerdo. Pocas cosas buenas, se entiende, porque perdurará la desesperación producida por la invalidez manifiesta y la apabullante falta de casta de los toros de Santiago Domecq.
No obstante, el público, bondadoso, triunfalista y jaranero, se lo pasó bien con El Cordobés y despidió entre pitos a Enrique Ponce, que se marchó pronto porque torea esta mañana en la plaza francesa de Nimes. Manuel Díaz contó con el apoyo de un extraordinario fervor popular que quiso ver toreo del bueno donde sólo hubo deseos de agradar, trapazos con el capote y muletazos insulsos. Pero mantuvo en pie a su inválido primer toro y puso voluntad, que no es poco.
Hernández / Finito, Cayetano, Benítez
Toros de Santiago Domecq. Bien presentados, inválidos, nobles y descastados. Enrique Ponce: Palmas y dos orejas tras aviso. Finito de Córdoba: Silencio tras aviso y ovación. El Cordobés: Oreja. El Juli: Ovación. Plaza de Toros de Córdoba. 26 de mayo. Corrida de Feria. Casi lleno.
Y Ponce se marchó a Francia en loor de multitud cuando sólo había dado sendas lecciones de veterano enfermero de cuidados intensivos. Un moribundo fue su primero y allí se mantuvo el torero el tiempo justo de justificarlo. Bobalicón fue el otro, sin casta ni codicia, pero Ponce, maestro de la técnica, trazó una faena de perfecta bisutería y escasa profundidad que enardeció a los tendidos.
No tuvo mejor suerte El Juli con su primero, tan amuermado como los demás, al que robó varios naturales estimables. Sólo su seguridad y conocimiento impidieron que el público muriera de aburrimiento.
Y queda el más querido, Finito de Córdoba, que pasó las de Caín con el que mató -es un decir- en primer lugar. Era un toro de feo estilo ante el que el torero se descompuso; sobre todo, a la hora de matar. El enfado fue morrocotudo por aquello de que "quien bien te quiere...".
Estaba el sexto en el ruedo y Finito lo veroniqueó con gracia y tragó más de lo habitual para cerrar con decoro su triple presencia en esta feria.
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