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Crónica:La retaguardia | Elecciones 27M | YO, PERIODISTA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Caña, mucha caña!

Elvira Lindo

Mi lector y sin embargo amigo, Ramón Herránz, me escribe para decirme que me ha ido leyendo este mes, mochila al hombro, mientras se me hacía el hombre el camino de Santiago. El peregrino Ramón me anima a seguir de por vida con este ping pong que juego con los lectores. Muchas gracias, Ramón.

Ramón, decidido a que su carta sea una inyección de entusiasmo, la remata con esta frase que desde que la leí no se me va de la cabeza: "¡Sigue así, que ya verás cómo los aspirantes a munícipes te van a declarar persona non grata!".

Ramón, tú no sabes lo que has hecho. Ramón, que me cuenta que es neurocirujano, no ha oído hablar del síndrome del columnista. El columnista puede parecer, si nos atenemos a esa foto de columnista con la que se presenta, una persona mentalmente equilibrada, pero no, no hay columnista sin brote. Y el que no lo tiene acaba teniéndolo.

El columnista es un ser humano que, engolfado en su prosa y a veces animado por lectores como Ramón, se sube a su columna y tira a dar. Es como esos niños antiguos que se subían al tejado con un tirachinas. Como sabe que su arma no es letal el columnista se emplea a fondo con el primero que se le pone a tiro. Pero lo que quiere el niño terrible es bajar luego a la calle y hacerse pasar por bueno, que le pasen la mano por la cabeza.

El columnista está tan rematadamente loco que, cuando oye a un grupo comentar que el día que pillen al niño capullo lo van a hacer pedazos, se une con furia a la denuncia: "¡Sí, sí, en pedazos bien pequeños!", porque al niño columnista se le ha olvidado por completo que era él mismo el que hace unos minutos estaba en el tejado.

Ese es el trastorno que produce el columnismo y no se ha inventado hasta la presente serotonina que lo alivie, salvo abandonar la columna y morirte de aburrimiento, cosa que al columnista le cuesta porque el columnismo crea dependencia.

Pero lo que hizo Ramón el andarín con su carta fue despertarme a la niña buena que todo columnista lleva dentro. Inspirada por su carta y por otra más que me escribe Fernando desde Fuentetodos (cuna del sordo genial), en la que me pregunta si es que creo que no hay alcalde bueno, hoy me dispongo a escribir, más que una columna, un pliego de disculpas, una rectificación, un donde dije digo digo Diego, porque hay una verdad que, por simple que parezca, a lo mejor hay que decirla: hay alcaldes honrados, hay concejales que se dejan los cuernos, hay políticos con vocación de servicio público.

Dicho esto, cabe preguntarse si a ustedes les gustaría que esta columnista fuera la abeja Maya en un país multicolor. Lo dudo, porque lo que ustedes me han pedido, ah, culpables encubiertos, es caña, mucha caña.

Elvira Lindo bucea en los comentarios de los lectores para su columna. Envíelos a lectores@elpais.es

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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