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Elecciones 27M
Columna
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Las revelaciones

Aunque públicamente no se pueda reconocer, las campañas electorales tienen una mala prensa feroz. Entre la ciudadanía, que después de meses de acoso implícito, sufre 15 días de asedio indecoroso. Entre los periodistas, que hacemos más que nunca juegos malabares para darle coherencia a los discursos y no hacer sangre con lo que hay que oír. Y por supuesto, entre la clase política, que es más consciente que nadie del paripé. De todas formas, nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a la precampaña y la campaña del 27-M por lo que nos han abierto los ojos.

Antes de la precampaña se sabía que en el proceloso mundo del urbanismo, los ediles podían ser reos de omisión (dejar que sean otros los que hacen el planeamiento), prevaricación (permitir ilegalidades a sabiendas) o cohecho (lo mismo, pero cobrando por hacerlo). Se ignoraba, y ha sido la revelación colateral de la precampaña, que también practican algo que se parece a la extorsión (exigir un pago por no impedir actividades legales), o a lo que los norteamericanos llaman racket (cobrar por protegerte del peligro que corres si no pagas). Aunque se parezca, no debe ser extorsión porque, por poner un ejemplo, el caso de aquellos concejales de Gondomar sorprendidos y grabados en el cuarto de baño de una cafetería mientras recibían una cantidad de dinero de un constructor podría acabar siendo no delito, sino falta (¿contra la normativa bancaria?, ¿contra la hipotecaria por haberse efectuado sin el concurso de un corredor de comercio?).

En lo que atañe a la campaña propiamente dicha, el chamán ha sido José Blanco. Con esa apariencia circunspecta (circunspeta, pronunciaría él con esa fonética gallega que tanta gracia hace en territorios donde ven normal gargajear ej que) que lo caracteriza, ha reconocido su responsabilidad en la construcción del puerto exterior de Punta Langosteira. O desde otro punto de vista, se ha adjudicado el mérito de la tramitación de los fondos europeos para la cosa, mediante el rescate in extremis de un papel perdido en un ministerio, 24 horas antes de que el documento pasase a ser papel mojado. Un papel que no habían movido personajes tan volcánicos como Francisco Álvarez- Cascos o Magdalena Álvarez fue pulcramente depositado en donde debía por la mano de Blanco. Dentro de las intervenciones providenciales y en el límite, hasta ahora sólo era conocida -aunque no aplaudida ni difundida en su justa medida- la confesión de Paco Vázquez sobre cómo consiguió arrancar del Gobierno de Aznar la promesa de acometer el puerto exterior.

En aquella tensa jornada del 24 de enero de 2003, en el Palacio de María Pita, el Gobierno de España discurría un tanto acongojado cómo resarcir a la sociedad gallega por la chapuza del Prestige, mientras miles de personas ladraban su rencor por las esquinas, ante la imposibilidad legal de ladrar en la plaza, cerrada a cal y canto por las fuerzas del orden. Vázquez, moviéndose como pez en el agua en el servicio municipal de reprografía, escrutó las fotocopiadoras y descubrió que el maná bautizado como Plan Galicia no incluía el puerto exterior. Embargado de justa ira, pilló por banda a un fontanero de Rajoy para que transmitiese al cónclave aznarista que o metían el puerto exterior en el paquete, o él franqueaba el acceso a la multitud ladradora y batasunizante de Nunca Máis, confesó después el entonces alcalde con esa campechanía que siempre lo caracterizó.

Los historiadores discuten todavía si los romanos erigieron la muralla de Lugo para resguardarse de los lucenses de entonces o del frío de siempre. Y cuando al obispo Diego Peláez le dio por hacer una catedral en Compostela, posiblemente él o alguien de su entorno arrambló unos maravedíes a cuenta del suministro de cantería. La historia de las obras públicas está jalonada de polémicas sobre su utilidad y sobre si su provecho era público o privado, pero que se lleven a cabo con tramas hollywoodenses es una novedad que conocemos gracias al 27-M. A ver si en las próximas elecciones alguien explica lo de Reganosa.

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