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Columna
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El fantasma del 68

Mayo del 68 siempre fue un auténtico filón. Que se lo digan, si no, a Sarkozy. Cuarenta años después del evento aún le ha servido para ganar unas elecciones. Y no sólo eso; también para largarse de vacaciones a Malta, ya sin la pesada carga de la culpa histórica sobre sus espaldas, a bordo de un yate que cuesta 33.000 euros por día, con derecho a avión privado. Menudo chollo. Hay que reconocer que más partido no se le puede sacar a una revolución como aquella, tan efímera como olvidada.

Naturalmente Sarkozy ha sido muy criticado por ello. Pero resulta bastante obvio que al aguerrido partidario de la Francia que madruga, al líder carismático autodefinido como candidato del pueblo, al defensor del mérito y el esfuerzo, se la sopla totalmente la opinión de toda esa pléyade de intelectuales resentidos del 68 (que jamás madrugaron, por cierto, ni antes, ni después de Mayo) y que se dedicaron en su momento a escribir en las paredes gilipolleces tales como "la imaginación al poder", "prohibido prohibir", o "seamos realistas, pidamos lo imposible".

Es verdad que nadie, desde entonces, ha vuelto a decir cosas como esta. Y mucho menos la izquierda, a la que la imaginación se le acabó hace lustros, coincidiendo con la súbita irrupción de la globalización en la Europa del Bienestar. Sarkozy lo sabe. ¿Cómo no va a saberlo? Pero, según su teoría, se trata de una situación engañosa. Aunque ellos no lo sepan, detrás de cada francés aún anidaba un cierto espíritu libertario heredero de aquella primavera loca. Un espíritu tan inconsciente, como peligroso, impropio de un país que se reclama patriota, disciplinado y centralista; las mejores armas que se conocen para enfrentarse a la incertidumbre que hoy angustia a los franceses. Era preciso por tanto cortar de raíz la extensión del virus.

Y así ha sido. Ahora, Mayo del 68 está por fin enterrado. En cierto modo ya lo estaba antes. Una mayoría de los intelectuales de la época renegaron de sus orígenes y estaban desde hace tiempo del lado de los muchos Sarkozy que pueblan el planeta. Hasta el mismo Glucksmann, el filósofo ex-marxista especialista en Clausewitz, dice ahora defenderle porque cree que "está de parte de los trabajadores".

Quizá tenga razón. El futuro es ahora tan confuso, la productividad tan baja, y la deslocalización está tan cerca, que los franceses necesitaban algo más de mano dura y mucho menos republicanismo cívico y demás zarandajas. La mínima seguridad, al menos, de que si en algún momento hay que tomar medidas drásticas, alguien lo hará sin pestañear.

Lógicamente, Rajoy, otro gran filósofo ibérico, está de acuerdo; aunque para su desgracia él no puede echar mano de su particular Mayo del 68. En España por aquél entonces no había mucha animación por las calles. West Side Story llegaba a las pantallas, Massiel ganaba Eurovisión, y el Real Madrid volvía a ser, ¡maldita sea!, campeón de liga. Si no hubiera sido por el multitudinario concierto de Raimon en la capital, que acabó a tortas como era obligado, aquel año hubiera sido para olvidar.

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Aún así quizá ustedes se pregunten ¿dónde están los jóvenes, protagonistas indudables de aquella primavera parisina del 68? Pues al parecer, según todas las encuestas, ocupados buscando un piso barato para vivir, y un trabajo estable y bien remunerado. Es verdad que no todos; algunos están en contra de la globalización. Como sus padres, marcados a fuego por el relativismo moral del 68, perdieron toda su autoridad, y en las escuelas ya no se enseña disciplina, contra algo tienen que rebelarse. El mundo entero no está mal.

La semana pasada una estudiante, preguntada en las páginas de EL PAÍS por sus propuestas electorales, respondía con total desparpajo: "Tendría que haber más botellódromos". Un objetivo revolucionario, como se ve, en tiempos de calentamiento global. Y mientras tanto el Papa, que ha estado en Brasil predicando la castidad, aprovecha la confusión generalizada entre el colectivo y no duda en animar a éstos a ser misioneros. Tonto este Ratzinger, no es. Sabe que los misioneros molan mucho más que los curas de parroquia. Viajas, conoces a gente y además te crees útil. ¿Qué más se puede pedir en un mundo sin valores como éste?

Sarkozy no es, pues, ni malo ni bueno. Representa el espíritu de la época. Una época sin revoluciones ni grandes utopías, partidaria de las cosas sencillas y prácticas en un mundo cada vez más incierto e inabarcable. Nos podrá gustar o no, pero esto es lo que hay. Por mi parte, a mí nada de esto me ha pillado desprevenido. Siempre pensé, con el doctor House, que el problema de fondo es que la Humanidad está sobrevalorada

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