Solidaridad musical
Miles de personas salieron a las calles de Belgrado la noche del sábado para celebrar la victoria de la cantante Marija Serifovic, su representante en la 52ª edición del Festival de Eurovisión, celebrada en Helsinki. Serifovic obtuvo el apoyo incondicional del resto de los participantes de la antigua Yugoslavia, como si se hubiesen borrado para la ocasión las huellas de los conflictos que los enfrentaron durante los noventa.
En cualquier caso, el circunstancial aprecio hacia la música de Serbia que mostraron Montenegro, Eslovenia, Macedonia y Croacia no fue distinto del que se observó en el interior de otros dos bloques de países, como el de los escandinavos y los ex soviéticos. De hecho, los representantes de Ucrania y Rusia completaron la terna de los galardonados.
La imagen de los viejos enemigos apreciando sus respectivas interpretaciones musicales no fue la única paradoja que deparó la noche. Al mismo tiempo que los habitantes de Belgrado salían a la calle para festejar el éxito de su intérprete, el Parlamento serbio intentaba dar forma al nuevo Gobierno que se venía negociando desde enero, bajo una fuerte presión internacional y con el trasfondo del estatuto de autonomía para Kosovo. El éxito de Marija Serifovic en el Festival de Eurovisión despertaba mayor entusiasmo e interés que las arduas negociaciones sobre el futuro político del país.
Lejos de recurrir a tópicos almibarados sobre la capacidad de la música para unir a los pueblos, algunos de los periodistas que seguían el festival recordaron la realidad de lo que se vivió en Helsinki. No se sabe si esta solidaridad musical augura mejores tiempos políticos y diplomáticos; lo que sí hizo fue poner en entredicho este ya rancio festival.
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