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Tribuna:Elecciones 27M
Tribuna
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Mayoría natural versus bloque de progreso

El autor apunta que la deriva conservadora de la sociedad se debe a la inseguridad ante el futuro, la exigencia de competir cada vez más y el miedo a la multiculturalidad

Llegaron las elecciones y con ellas cábalas y augurios sobre la cuestión básica: ¿alcanzará el PP los por él ansiados y por los demás temidos 50 diputados? Al final casi todo se reduce a que depende de la participación. Así es en efecto, pues la fidelidad del votante de derechas en los últimos tiempos hace prever que volverán a estar en torno a 1,2 millones de sufragios, lo que casi les aseguraría de nuevo la mayoría absoluta. Las esperanzas de la izquierda se centran en que aumente ese 1,3 millones de votantes del 2004, en que la suma que supone el Compromís, signifique aventajar al PP en los últimos cocientes y en la probable erosión del partido gobernante sobre todo en la circunscripción alicantina donde su fractura es más evidente. No son muchas esperanzas, la verdad, pero al menos permiten pensar en unas elecciones abiertas al cambio si se logra transmitir la idea de que son tan importantes como las generales y se supera la participación de éstas.

Pero es que estar planteándose esto es ya en sí mismo un síntoma de lo que hay. Porque hablamos de la mayoría absoluta de un partido cuyo gobierno hace meses que no ejerce, que tiene en su currículum la condena a prisión de un conseller, en sus listas electorales varios imputados en delitos, que ha descuidado servicios públicos básicos y fracasado en su proyecto más emblemático, que practica la exclusión, el sectarismo y en muchas ocasiones el nepotismo cuando de contratación pública se trata, que ha convertido la televisión de todos en una obscenidad intelectual y que, encima, ha dado el espectáculo de la división interna justo en precampaña. Por si fuera poco, depende de una dirección nacional sumida en el resentimiento y enredada en un mar de falsedades tan indignas como las que afectan al 11-M. La pregunta surge obvia: ¿por qué la ciudadanía no muestra una mayor propensión al saludable y temporal relevo de gobernación?

Hay razones estrictamente políticas, claro, y quizás la principal radique en que el PP no tiene competidores en el centroderecha. Y eso es justo lo incomprensible: ¿cómo pueden votar lo mismo tibios liberales, rancios conservadores e incluso conspicuos ultraderechistas? Así es. Un poco en la línea de aquella "mayoría natural" que años atrás buscaba Fraga, el PP ha sabido convertirse en referente único para clases y capas sociales mayoritarias en la sociedad valenciana. Por el contrario, la dinámica social le ha puesto muy difícil al PSOE la reedición de aquel "bloque social de progreso" que dio soporte a las políticas modernizadoras y redistributivas de los ochenta.

Por partes. Aquel bloque coincidió, pese a sus contradicciones internas, en la exigencia modernizadora que implicaban la superación de la crisis del petróleo y la integración en la CEE. Lo nuclearon el proletariado industrial, parte del de servicios, pequeños propietarios y jornaleros agrarios y unas crecientes clases medias identificadas con el proyecto europeizador. Pero hoy los pequeños propietarios y jornaleros agrarios casi han desaparecido, los obreros de la industria han disminuido en términos relativos y su peso político es mucho menor, pues los trabajadores de servicios no tienen ni la conciencia de clase ni la tradición colectiva de los obreros de fábrica, los jubilados han reorientado su voto y, sobre todo, las clases medias viven una época de incertidumbre.

Tal vez sea esta la cuestión políticamente central por tratarse de capas sociales cuyo número y posicionamiento resulta dirimente. Porque en esta nueva mayoría forjada en los noventa resulta lógico que estén empresarios, propietarios agrarios o clases medias de corte tradicional -botiguers, rentistas, profesionales liberales- o los ampliados grupos de cuadros directivos y, claro, el mundo clientelar que ello mueve, pero la cuestión que afecta al conservadurismo de las clases medias asalariadas es harina de otro costal. Se ha hablado mucho de su "fatiga fiscal" y no deja de ser real que son las nóminas de estas clases las que sostienen el edificio de la solidaridad con el agravante de que ellas acuden a los servicios privados para mejorar sus prestaciones vía planes de pensiones, seguros médicos, costosos másters... Pero con todo, no creo que sea esa la razón última. Saben que su esfuerzo fiscal proporciona una cohesión social que redunda en su beneficio al fomentar la estabilidad y el crecimiento económico. No, lo que en el fondo está generando esa deriva conservadora, es la inseguridad frente al mundo que se apunta. Lo advierten en la exigencia de competir cada vez más, de estar en permanente formación, en que sus hijos se planten en los 40 sin lograr un trabajo estable y mucho menos de calidad; incluso en la perplejidad que origina la creciente multiculturalidad. Si aquellas clases medias en ascenso de los setenta apostaban por reformas, estas que ya están bien instaladas, lo que quieren es conservar su status y procurárselo análogo a sus hijos.

No se engañe la izquierda. El modelo económico del PP será todo lo depredador y corto de miras que se quiera, planteará más problemas para el futuro de los que resuelve en el presente, pero genera beneficiarios en amplios sectores sociales. La opción de la socialdemocracia radica en convencerles de que eso no será posible desde anclajes con el pasado, sino con un discurso reformista que asuma los retos de la modernización pero, eso sí, sin poner en riesgo la estabilidad actual, sin provocar desequilibrios y tensiones. Los radicalismos pueden servir para cohesionar a los que ya están convencidos; pero articular mayorías con intereses contradictorios supone cuanto menos, transmitir prudencia, interlocución social y capacidad de diálogo.

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Joaquín Azagra es profesor de Historia Económica de la Universidad de Valencia.Universitat de València.

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