La invasión de los fantasmas votantes
No sé si se acordarán de las fotos que publicó el periódico sobre el caso de los fantasmas votantes que se les están apareciendo a vecinos de pueblos de Castellón. Al parecer, un número estremecedor de fantasmas votantes están haciendo de las suyas para que aparezcan sus nombres en el censo, un poco al estilo de las caras de Bélmez pero con una vocación política sobrenatural. Éste es un caso clarísimamente de Iker Jiménez.
Algunos vecinos de Fanzara, uno de los pueblos que actualmente padece la invasión de los fantasmas votantes, muestran su escepticismo ante tal fenómeno paranormal y, como suelen hacer todos los fanáticos racionalistas, atribuyen la aparición de los nombres en los censos a las malas artes del partido que les gobierna, en este caso el PP, para perpetuarse en el poder. ¿Por qué esta desconfianza?, ¿por qué pensar siempre que los políticos quieren perpetuarse?
La provincia de Castellón necesita un Juan Rulfo que escriba su novela de fantasmas. La sonoridad del nombre, Fanzara, no tiene nada que envidiarle al mítico Comala, el pueblo al que volvió Pedro Páramo, no se sabe si muerto o vivo, para encontrarse unas calles habitadas por fantasmas.
Pero lo que yo quería preguntarles es si se acuerdan de las fotos que aparecieron en la prensa sobre esas casas abandonadas en las que dice el censo que viven fantasmas rumanos. Debo decir que más allá de la sospecha fundada de los socialistas de que todo se debe a una voluntad de mi señorito Fabra, el presidente de la Diputación de Castellón, por perpetuarse, la pura visión de la sala de estar de la casa me rompió el corazón.
Cualquiera podía reconocer en esa salita humilde de paredes azul cielo muchas de las casas que formaron parte de nuestra vida y que se abandonaron o, en el mejor de los casos, se reformaron. Era aquella casa de los abuelos del pueblo en la que las paredes estaban peladas y el tic-tac del reloj tenía una presencia impertinente. La noticia no sólo estaba en el texto, que daba cuenta de los fantasmas votantes, sino en la foto, que certificaba dolorosamente el abandono de la vida rural.
En este sentido, me ha emocionado especialmente la carta del amigo Antonio Abarca, un chaval de Collados (Cuenca) que ha montado una asociación junto con otros vecinos para ponerse a la tarea de que su pueblo y los de la serranía de Guadalajara no desaparezcan del mapa. El amigo Antonio no pide el voto ni hace campaña, sino que exige atención hacia esas zonas que por carecer de interés para los especuladores o por no ser políticamente conflictivas parece que no existen.
En este caso los fantasmas votantes no resuelven el problema de fondo. Lo que estos pueblos necesitan no son habitantes virtuales, sino criaturas de carne y hueso. O que resuciten los muertos, que falta hacen.
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