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Elecciones presidenciales en Francia

Los votantes ahogan a Le Pen

El presidente electo habría perdido de no ser por el voto captado en la ultraderecha

Sin los electores captados en la ultraderecha, Nicolas Sarkozy habría perdido la elección presidencial del pasado domingo. Poco más de dos millones de votos le separan de la candidata socialista, Ségolène Royal, que se quedó atrás pese a recibir 16 millones de votos. La distancia sacada por Sarkozy equivale a lo que éste ha pescado en los caladeros de Jean-Marie Le Pen, el líder del Frente Nacional, ahogado políticamente a los 78 años de edad.

La consigna lepenista de "abstención masiva" para las urnas del domingo fue ignorada, a su vez, masivamente. De cada 10 votantes de Le Pen en la primera vuelta, seis volcaron sus apoyos en Sarkozy para la segunda. Esto sucedió tras haber sufrido ya una grave sangría de votos en la primera vuelta. En esa ocasión obtuvo un resultado inferior en siete puntos al 18% alcanzado en abril de 2002, cuando desbancó al socialista Lionel Jospin en la primera vuelta de la anterior elección presidencial.

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Cinco millones de personas habían votado entonces por el extremista. Le Pen quedó en cabeza entre los hombres, los sectores obreros y los parados, y fue el segundo más votado entre agricultores y pequeños empresarios. El campeón del extremismo capitalizó el miedo de esas capas sociales a perder sus condiciones de vida. Descartados todos sus candidatos, la izquierda llamó a votar por Jacques Chirac en la segunda vuelta, y esto contuvo la arremetida de los ultras, al precio de dejar la impresión de que Francia había rozado la catástrofe.

El tsunami electoral de 2007 se ha llevado por delante ese efecto. El presidente electo lo ha conseguido pasando por encima de la cúpula de los ultras, "robándoles la cartera" y sin negociar con ellos. Lo cual plantea también la incógnita del grado de derechización que imprimirá a su política. Durante la campaña de pesca de votos, Sarkozy prodigó mensajes y discursos que caen bien entre las bases de los ultras, como la defensa de la "identidad e integración nacional" -muy vinculado al problema de la inmigración, la eterna bicha del Frente Nacional- o la elevación del movimiento de Mayo del 68 a la categoría de enemigo a batir.

Le Pen volverá a intentarlo en las legislativas de junio, partiendo de la base de la "inevitable decepción" que provocarán las promesas electorales incumplidas por Sarkozy. De nuevo ha dado instrucciones a "los patriotas" para que "elijan, desde la primera vuelta, a diputados del Frente Nacional".

Sin embargo, en su casa arde la guerra civil. Colaboradores de Jean-Marie Le Pen buscan culpables de la catástrofe sufrida y varios dedos acusatorios señalan a la hija del caudillo, Marine Le Pen: "Hemos confiado la campaña a unos niños", clama uno de los partidarios de Bruno Gollnisch, el número dos oficial del Frente Nacional, que desea suceder a Le Pen cuando éste parece interesado en favorecer a su hija.

De momento, la amenaza del ultraderechismo ha naufragado en la marea de votantes de Nicolas Sarkozy.

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