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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ridículo en la T-4

Al margen de quién haya pagado qué, el espectáculo a cuenta de la nueva estación de Metro que permite desde ayer llegar a la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas es de los que siegan la credibilidad en las instituciones. La proximidad de las elecciones suele tener un efecto tóxico sobre numerosos políticos, que con frecuencia les conduce a perder el sentido del cargo, del ridículo y de la medida respecto a la inteligencia de los administrados a los que sirven.

Se puede criticar que la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, se haya apresurado a inaugurar una estación que, en realidad, ha sido costeada en su totalidad por su departamento (la Comunidad de Esperanza Aguirre ha contribuido con el tendido de la línea y el túnel correspondiente). Incluso que se haya hecho acompañar de los candidatos socialistas a la Comunidad y el Ayuntamiento en las elecciones del próximo día 27. Resulta un poco infantil creer que la foto puede ser rentabilizada electoralmente por Simancas y Sebastián. Pero, sobre todo, lo que decididamente ofende la inteligencia de los votantes, tengan éstos más simpatías por uno u otro de los dos partidos enfrascados en ella, es que Aguirre haya pretendido prolongar el maraton de inaugraciones al que se ha lanzado con una obra que no ha pagado en su totalidad, forzando el protocolo para excluir a la ministra.

La respuesta apresurada y nerviosa de la Comunidad y el Ayuntamiento, controlados por el PP, descalificando lo obvio, revela una versión pueril del servicio público. Una sociedad desarrollada exige de sus políticos más eficacia y sobriedad, y menos palabrería vacía y autobombo. Es decir, un trato respetuoso y adulto para con los ciudadanos que, en definitiva, son quienes pagan todo.

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