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Fútbol | Copa de la UEFA: vuelta de las semifinales

La noche en que Valverde se quitó una espina en Alemania

Jordi Quixano

Hace 19 años Ernesto Valverde vivió los 120 minutos del partido de vuelta de la final de la Copa de la UEFA sentado en el banquillo del viejo estadio de Leverkusen al lado de Michel Pineda. Era la noche del 18 de mayo de 1988. Valverde (Viandar de la Vera, Cáceres; 1963) vivió aquella primera parte bastante más tranquilo que anoche, pero acabó tirado en el césped, vestido con un chándal roto como todo el espanyolismo, con una espina clavada que no se quitó hasta anoche.

Valverde no jugó aquel día ni un minuto y cometió un pecado de novato: en el descanso tocó y besó el trofeo. Iban empatados a cero goles, o sea, que el Espanyol mantenía la ventaja lograda en el partido de ida, que como ayer antes de empezar el partido era de tres goles. Aquella noche no sirvió de nada, aunque en el descanso, nadie dudaba, Valverde tampoco, que volverían a Barcelona con la Copa de la UEFA en baúl de Viçens Lloret, el útillero. Se equivocaron. Volvieron con una espina clavada.

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Ayer, un gol de Corominas y uno de Lacruz se la arrancó de cuajo. Se la quitó a Valverde y se a muchos de sus ex compañeros y de sus amigos: A Diego Orejuela, a Michel, a Fernando, que, esté donde esté, ayer brindó con whisky de malta para celebrarlo. Los hubo, como Márquez, su ayudante, que estuvieron en Leverkusen hace 19 años y repitieron anoche, en Bremen, en el Weserstadion. También Tommy N'Kono, entrenador de porteros, que sufrió más ayer que aquella noche bajo los palos, o como Edu Mauri, que ejerció anoche de doctor en el banquillo y jugó en el histórico equipo de Javier Clemente hace ahora casi 20 años. Tocó sufrir, claro. "Nadie dijo que fuera a ser fácil", aclaró Valverde. "Han salido muy fuertes, muy directos", explicó sobre la angustia que pasó el equipo en el primer tiempo. "Nos han creado problemas, aunque tampoco ocasiones muy claras porque la defensa estuvo bien. Era más incertidumbre que otra cosa", aclaró el técnico, que reconoció: "Un 2-0 era peligroso, había que marcar". Valverde nunca se achantó ni como futbolista ni como entrenador. Y en el descano retó a sus hombres. "Si quereis ir a la final hay que meterles miedo", les dijo. "No había más, era peligroso echarse atrás. Teníamos que coger el balón, hacer valer que éramos uno más, meterles sustos". Feliz -"es una enorme satisfacción estar en la final", reconoció-, confesó que recuerda Leverkusen con cierto agrado: "Perdimos, pero pudimos ganar". Le espera el Sevilla. Le hubiera gustado ver a su amigo Cuco Ziganda, entrenador de Osasuna, pero 19 años despues, ya sin espina, Valverde vuelve a la final de la UEFA.

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