Si yo fuera candidato
Queridos conciudadanos y conciudadanas, ante todo debo recordar que Francia no vive aislada ni en un mundo inmóvil.
Debemos ser conscientes de que vivimos en una comunidad de destino planetaria frente a las amenazas mundiales que suponen la proliferación de armas nucleares, el desencadenamiento de conflictos étnico-religiosos, la degradación de la biosfera, el rumbo ambivalente de una economía mundial descontrolada, la tiranía del dinero y la combinación de una barbarie que se remonta a la noche de los tiempos con la barbarie glacial del cálculo técnico y económico. El sistema planetario está condenado a transformarse o morir. Nuestra era de cambios se ha convertido en un cambio de era.
No os prometo la salvación, sino que indicaré la vía larga y difícil hacia una patria que sea la tierra y una sociedad que sea el mundo, lo cual significa, ante todo, la reforma de la ONU para superar las soberanías absolutas de las naciones-Estado, sin dejar de reconocer su plena autoridad en los problemas que no sean cuestión de vida o muerte para el planeta.
Haré todo lo posible para dar consistencia y voluntad a Europa y dotarla de autonomía política y militar. Le propondré un plan de conjunto: reformar su propia civilización mediante la integración de elementos morales y espirituales de otras civilizaciones; contribuir a un nuevo tipo de desarrollo en los países africanos; instituir una regulación de los precios para los productos manufacturados a bajo coste gracias a la explotación de los trabajadores asiáticos; elaborar una política común de inserción de los inmigrantes, y, sobre todo, crear un foco ejemplar de paz, comprensión y tolerancia; y en este sentido, intervenir en Darfur, Chechenia y Oriente Próximo, e impedir la guerra de civilizaciones.
En cuanto a Francia, definiré una estrategia que tenga en cuenta los acontecimientos y los accidentes. De momento, convocaré dos reuniones entre interlocutores sociales, una sobre empleo y salarios y otra sobre pensiones de jubilación.
Estableceré dos comités permanentes encargados de reducir las fracturas sociales:
1. Un comité permanente de lucha contra las desigualdades, que, para empezar, abordaría los excesos (de privilegios y remuneraciones en los escalones más altos) y las insuficiencias (de nivel y calidad de vida en la base).
2. Un comité permanente encargado de invertir el desequilibrio en la relación entre capital y trabajo, que no ha dejado de incrementarse desde 1990.
Dada la importancia vital de integrar una política ecológica, crearé un tercer comité permanente que aborde las obligatorias transformaciones sociales y humanas.
Indicaré el camino hacia una política de civilización que resucite la solidaridad, haga retroceder el egoísmo y reforme más profundamente la sociedad y nuestras vidas. Nuestra civilización está en crisis. El bienestar material -en los lugares a los que ha llegado- no siempre ha contribuido al bienestar mental, como lo demuestra el consumo desenfrenado de drogas, ansiolíticos, antidepresivos y somníferos. El desarrollo económico no ha aportado un desarrollo moral. La aplicación del cálculo, la cronometría, la hiperespecialización y la compartimentación al trabajo, las empresas, las administraciones e incluso nuestras vidas, ha supuesto, con demasiada frecuencia, el deterioro de la solidaridad, la burocratización generalizada, la pérdida de iniciativa y el miedo a la responsabilidad.
También reformaré las administraciones públicas e incitaré a la reforma de las administraciones privadas. El objetivo es desburocratizar y dar iniciativa y flexibilidad a los funcionarios y los empleados. La reforma del Estado se haría alterando la lógica que considera a los seres humanos como objetos cuantificables y no como seres dotados de autonomía, inteligencia y afectividad.
Propondré revitalizar la fraternidad, subdesarrollada dentro de la trilogía republicana. En primer lugar, fomentaré la creación de Casas de Fraternidad en las ciudades y en los barrios de metrópolis como París. Estas casas acogerían todas las instituciones de carácter solidario que ya existen (Secours Populaire, Secours Catholique, SOS Amitié, etcétera) eincluirían nuevos servicios de intervención en caso de emergencias de tipo moral o material, dispuestos a salvar del naufragio tanto a las víctimas de sobredosis de drogas como a los que sufren alguna pena. Serían focos de iniciativas, mediaciones, ayuda, información, voluntariado y movilización permanente.
Al mismo tiempo, habría que establecer un Servicio Cívico de Fraternidad que estuviera presente en esas Casas y se volcara además en las catástrofes colectivas, no sólo en Francia sino en Europa y el Mediterráneo. De esa forma, la fraternidad estaría verdaderamente integrada y viva en la sociedad reformada que deseamos.
En nuestra concepción de la fraternidad, los delincuentes juveniles no son unos individuos abstractos a los que hay que reprimir como si fueran adultos, sino unos adolescentes en edad maleable a los que hay que facilitar las posibilidades de redención. Los inmigrantes no son unos intrusos a los que debemos rechazar, sino unos hermanos procedentes de la más espantosa pobreza, creada no sólo por nuestra colonización en el pasado, sino por la introducción en sus países de nuestra economía, que ha empujado a las poblaciones rurales a la miseria de los barrios de chabolas en las grandes ciudades.
Dado que el rumbo actual de nuestra civilización privilegia la cantidad, el cálculo, el tener, dedicaré mis esfuerzos a una amplia política de mejora de la calidad de vida. En este sentido, favoreceré todo lo que sirva para combatir los diversos elementos que degradan la atmósfera, los alimentos, las aguas y la salud. Todo ahorro de energía debe ir en provecho de la salud y la calidad de vida. Por ejemplo, la desintoxicación automovilística de los centros de las ciudades, que se traducirá en una disminución de los casos de bronquitis, asma y enfermedades psicosomáticas. La desintoxicación de las capas freáticas reducirá la agricultura y las ganaderías industriales en beneficio de una agricultura artesanal que restaurará la calidad de los alimentos y la salud del consumidor.
La reducción de las intoxicaciones de la civilización (entre ellas, la intoxicación publicitaria), el desperdicio de los objetos desechables, las modas aceleradas que dejan obsoletos los productos en el plazo de un año, todo eso, debe ayudarnos a convertir la carrera para tener más en un camino para estar mejor, y debe inscribirse en una acción permanente en favor de dos tendencias incipientes que es preciso desarrollar: la rehumanización de las ciudades y la revitalización del campo. Esta última significa revivir los pueblos, mediante la instauración del teletrabajo y el regreso de las panaderías y las tabernas.
En materia de empleo, estableceré ayudas a la creación y el desarrollo de todas las actividades que contribuyan a la calidad de vida. La política de grandes obras que propondré para desarrollar el transporte por tren y carretera, ampliar y prolongar los canales y crear cinturones de aparcamientos alrededor de las ciudades y los centros urbanos permitirá, al mismo tiempo, crear empleo y mejorar la calidad de vida. Los gastos necesarios quedarán compensados en unos años por la disminución de las enfermedades sociopsicosomáticas debidas al estrés, la contaminación y las intoxicaciones.
En economía, trabajaré en favor de una economía plural, cuya evolución permitiría superar la dictadura del mercado mundial. En Francia, la economía plural, que incluirá a las grandes compañías globalizadas, desarrollará las pequeñas y medianas empresas, las cooperativas y mutuas de producción y consumo, las profesiones solidarias, el comercio justo, la ética económica, el microcrédito, el ahorro solidario que financia proyectos de proximidad y creadores de empleo. El desarrollo de la alimentación de proximidad nos suministrará productos de calidad artesanal y además nos preparará para soportar posibles crisis planetarias.
En cuanto a la educación, su misión primordial la formuló J. J. Rousseau en su Emilio: "Quiero enseñarle a vivir". Se trata de suministrar los medios para afrontar los problemas fundamentales y globales que atañen a cada persona, a cada sociedad y a la humanidad entera. Para ello, hay que descomponer dichos problemas en una serie de disciplinas compartimentadas. Lo primero que haré será instituir un curso propedéutico para todas las universidades sobre: los riesgos de error y engaño en el conocimiento; las condiciones para un conocimiento pertinente; la identidad humana; la era planetaria en la que vivimos; la forma de afrontar las incertidumbres, la comprensión del otro y, por último, los problemas de la civilización contemporánea.
El impulso para la gran reforma surgirá de las profundidades de nuestro país, cuando se dé cuenta de que puede asumir el control de sus necesidades y sus aspiraciones. Porque el país, a pesar de estar esclerotizado en todas sus estructuras, está vivo en su base. El cambio individual y el cambio social son inseparables, porque, por separado, son insuficientes. La reforma de la política, la reforma del pensamiento, la reforma de la sociedad y la reforma de la vida se unirán para desembocar en una metamorfosis de la sociedad. Los futuros radiantes ya no existen, pero nosotros vamos a abrir la vía hacia un futuro posible. Una vía que podemos impulsar en Francia y confiar en que llegue a adoptarse en Europa. Y Francia, al servir una vez más de ejemplo, transmitirá una esperanza de salvación para el mundo.
Edgar Morin es sociólogo francés. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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