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David Lynch, artista inquietante

LA FONDATION Cartier de París, antes de embarcarse en su gran exposición veraniega -del 22 de junio al 28 de octubre- dedicada a la génesis del rock and roll, ha decidido presentar la obra pictórica, fotográfica, sonora, cinematográfica y de dibujante de un hijo de ese rock and roll: David Lynch. Nunca su trabajo no cinematográfico comercial había sido presentado de manera tan exhaustiva. En la Cartier se han reunido dibujos o fotos realizados a finales de los cincuenta, es decir, antes que Lynch ingresase en la escuela de Bellas Artes de Pensilvania -lo hizo en 1965- y pinturas terminadas pocas semanas antes de abrirse la exposición, visible hasta el próximo 27 de mayo. El conjunto viene titulado The air is on fire.

¿Cuándo supimos que Lynch era un tipo a seguir? ¿En qué momento se hizo evidente que era alguien con una visión del mundo personal y rica? Es fácil decir que bastó con descubrir Erarserhead (1977), que es un maravilloso filme del miedo premonitorio, de metamorfosis inquietantes del cuerpo y la naturaleza, pero esa versión no tendría en cuenta la confirmación sorpresiva que supuso El hombre elefante (1980), película que ratificaba que nos encontrábamos ante un "raro", pero también que el tipo era perfectamente capaz de adaptarse a las exigencias de la industria del entretenimiento. Luego, con Dune (1984), la desorientación fue total: ahí había elementos de decorado, objetos, animales que remitían a Lynch pero ¡todo estaba tan mal contado, tan mal expuesto! La confirmación ante el mundo del cine de que Lynch era un artista llegó con Blue Velvet (1986), su oreja cortada, su cantante masoquista y los bomberos como imagen patriótica.

A partir de ahí Lynch ha podido hacer de todo, bueno o malo, pero nadie duda de su talento. Es un pintor. Un dibujante. Un fotógrafo. Lo era antes de hacer cine y lo ha seguido siendo. No es un pintor que se expresa a través de imágenes filmadas sino un artista que sigue pintando, dibujando, componiendo música y filmando, todo a la vez, y siempre a un gran nivel.

Fascinado y horrorizado a un tiempo por lo que de inhumano hay en los humanos, Lynch es un heredero de dos grandes corrientes -la expresionista y la surrealista-, pues si una le suministra el marco formal, la otra le inspira un universo. De alguna manera Lynch parece empeñado en reescribir la historia de América, en mirar detrás del decorado de colores chillones de los años cincuenta. No es una lectura política en un sentido estricto pero sí desde una perspectiva más amplia que simbolizan a la perfección sus siniestros paisajes urbanos. En la exposición se presentan también algunos filmes de animación realizados entre 1967 y 1973, crueles y divertidos. También se le ofrece al visitante la oportunidad de entrar en un decorado concebido especialmente para la ocasión y que corresponde a esos interiores de techo bajo, colores sorprendentes y geografía improbable que tanto agradan al Lynch cineasta. La atracción del abismo.

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