Otro urbanismo es posible
La forma en que se está materializando el desarrollo urbano en Madrid y en otras ciudades españolas, y como consecuencia, los modos de ocupación del territorio, tanto en extensión y tamaño como en su localización, puede calificarse de perversa, inculta y agresiva, tanto en los aspectos físicos, medioambientales, como los sociales y económicos.
Si la vivienda es el "ladrillo" con el que construimos la ciudad, la forma en que lo ensamblemos es de máxima importancia y condicionará el resultado final. La ciudad resultante puede parecerse a un simple montón de ladrillos, todo lo grande que se quiera, o configurar un edificio proporcionado y eficaz. Sin un proyecto guía, los múltiples ladrillos se convierten en un vertedero, en un basurero. Así está ocurriendo, por ejemplo, en Madrid, donde la ausencia de un proyecto metropolitano y de unos planes medianamente cultos, hace que la enorme cantidad de viviendas que se están construyendo esté dando lugar a vertederos urbanos, lo que Rem Koolhaas ha denominado, acertadamente, "espacios basura".
La ausencia de unos modelos económicos y territoriales en los que prime el bien común ha hecho que la gran cantidad de recursos técnicos, económicos y humanos vinculados a la construcción residencial no haya dado como resultado unos nuevos ejemplos de ciudad, una nueva estructura metropolitana. Lo que han producido es una invasión indiscriminada de nuestro territorio, destruyendo recursos naturales y paisaje y sin dar respuesta eficaz a las necesidades de vivienda de capas muy amplias de la población, especialmente los jóvenes. Ha sido y es un proceso guiado únicamente por el beneficio inmediato de las empresas inmobiliarias, en ausencia y claudicación de unos poderes públicos residuales y abúlicos, cuando no conniventes. Una actitud de los poderes públicos que es tolerada por una sociedad resignada ante tanta potencia económica, tanta mercadotecnia engañosa, y a la que aún le queda la esperanza de que, con tanta vivienda en construcción, alguna vez le toque una, aunque sea en un nuevo barrio triste e infradotado, es decir, feo.
No siempre ha sido así. Sin volver la vista atrás con nostalgia de tiempos mejores cabe, sin embargo, rememorar momentos en los que la política de vivienda fue parte importante en la construcción o reconstrucción de las ciudades europeas tras los desastres de las dos guerras mundiales. En los años veinte y treinta, coincidiendo con la hegemonía de una cultura política socialdemócrata, surgen desarrollos urbanos como las Siedlungen alemanas o los Hoff vieneses. En la Inglaterra laborista de los años cincuenta y sesenta se desarrollan con mayor o menor éxito, las new towns. Ejemplos de un compromiso, y de la utilización de los desarrollos residenciales como prototipos de una nueva forma de habitar. Más modestamente, en el Madrid de 1980, también socialdemócrata, los Barrios en Remodelación fueron respuesta a demandas sociales y a una clara política de "hacer ciudad en la ciudad". Los Leganés Norte y Madrid Sur venían a completar y complementar la ciudad existente y respondían a necesidades sociales bien definidas y acotadas.
¿Por qué es tan diferente el proceso actual? Sería un grave error enfrentarnos a los modos de producción de la ciudad y a los procesos de ocupación del territorio rescatando del armario viejos mecanismos intelectuales e instrumentos de intervención que casaban bien con una España, con unas ciudades, en las que casi todo estaba por hacer, los ritmos demográficos eran lentos y la acumulación de capital en el sector inmobiliario privado era débil. El protagonismo de lo público se sentía respaldado y exigido por una amplia base social. Hoy no es así.
Pocas veces, la humanidad ha tenido tal poder económico y financiero concentrado en tan pocas manos; hay mucho dinero concentrado en un sistema empresarial inmobiliario, que dispone de una alta tecnología a su servicio y ha adquirido una alta eficacia en su funcionamiento empresarial. Estas circunstancias permiten la aparición de grandes operadores, capaces de promover y ejecutar desarrollos urbanos de tamaño impensable hace sólo 25 años. Empresas privadaspoderosas económicamente, rodeadas de un aura de prestigio ¿social? y capaces de imponer sus prioridades a los poderes públicos que, como ya hemos señalado, acaban por incorporar como propias la lógica y los modos de actuación del sector privado, guiado únicamente por las leyes del mercado. Poderes públicos desnutridos culturalmente y desarmados en cuanto a los instrumentos de intervención el desarrollo territorial.
La falta de una elaboración profesional y política de una cultura del territorio, ha permitido la contaminación ideológica, la penetración del "pensamiento único neocon" en la mente de profesionales y políticos. Demostrados insuficientes los instrumentos urbanísticos del pasado, no se ha sido capaz de inventar otros nuevos que, conservando las conquistas esenciales, se muestren más eficaces en la dirección y control de los procesos territoriales. Desarmados y vencidos, nuestros ayuntamientos y gobiernos se retiran en desbandada. O lo que es peor, simplemente se alían con los promotores privados, alimentando el caldo de cultivo de la corrupción, aunque no quiero decir que toda alianza de este tipo implique obligatoriamente comportamientos corruptos.
Lo malo de todo esto no es la calificación moral de los actores, sino las dramáticas consecuencias para nuestro hábitat, el destrozo que está sufriendo nuestro paisaje, sea éste un huerto de naranjos, un pinar o un vacío manchego.
¿Cabe oponerse y corregir estos procesos? ¿Es conveniente en los momentos actuales de la economía? ¿Se dispone de los instrumentos adecuados? ¿Lo demanda la sociedad? No sólo es posible, sino necesario. Los daños ya infligidos a nuestras ciudades y los desastres territoriales que se anuncian como herencia inevitable de los procesos en curso, exigen una respuesta rápida basada en la racionalidad económica y medioambiental.
Para poder articular esos mecanismos de corrección y cambio de rumbo hay que hacer cuanto antes un profundo análisis de la situación actual, con datos objetivos que permitan entender cuáles son las fuerzas y mecanismos que impulsan y sustentan en la actualidad la forma de hacer ciudad y territorio. Entender, conocer, explicar el qué y cómo de lo que está ocurriendo. Descubrir los problemas reales y las oportunidades factibles es difícil, pero necesario. Pero sólo del análisis, por refinado que sea, no surge un proyecto eficaz socialmente. Para ello es necesaria una voluntad propositiva basada en un nuevo modelo cultural y político, que se reflejara en la política territorial, una vez recuperada la cultura del plan. Y no me refiero a la elaboración de planes burocráticos y tecnocráticos, dominantemente normativos, sino a proyectos de ciudad sugerentes, capaces de ilusionar y movilizar a los ciudadanos.
De nuevo habrá que afirmar la "geografía voluntaria" frente al "urbanismo espontáneo". Los profesionales deberán retomar su compromiso con la cultura del plan, tendrán que aprender a "hacer planes. ¡Claro que hay que hacer planes! Planes, proyectos, metaproyectos, esquemas, visiones, estrategias de cualquier naturaleza o escala. Sobre todo, hoy, de alcance territorial, de ingeniería y geografía urbanísticas, de economía y biología urbanísticas. Redactados por quien sepa hacerlos. Urbanísticos por su contenido y por su alcance, no por su perímetro. No un rearme nostálgico y fundamentalista, sino un rearme moral de los urbanistas, amenazados como estamos por dos carcomas éticas igualmente letales: el pesimismo y el cinismo". Son citas de M. Solá-Morales. Planes, proyectos cuyos contenidos y finalidad última no será la de establecer cuánto se puede construir, sino cuanta cantidad de construcción es capaz de soportar nuestro territorio. En algún momento habrá que decir: aunque usted quiera, España no puede, o a la inversa.
Sanchinarro o el Ensanche de Vallecas, la M-30 con sus diabólicos túneles y su hipoteca financiera, puede que no nos gusten, incluso puede demostrarse su perversión, su desproporcionada dimensión, incluso su fealdad, a pesar de algunas arquitecturas de prestigio puestas en ellos como camuflaje estético, pero están ahí, con sus grandes infraestructuras, ejecutadas con inversiones económicas muy importantes, incluso con expectativas de muchos ciudadanos que esperan encontrar en ellos la vivienda necesaria. Borrarlos es imposible. De lo que se trata es de civilizarlos física y socialmente, con o sin la participación de los promotores privados que ya han extraído una cuota importante de beneficios.
El esfuerzo habrá que centrarlo en recomponer, en civilizar lo ya hecho, reorientar lo anunciado y evitar daños futuros con un cambio drástico de modelo con el que hacer ciudad en la ciudad, regenerar y reconstruir territorios ya ocupados pero obsoletos, como algo más importante que fomentar nuevos crecimientos extensivos y dispersos que vengan a colmatar nuestro territorio regional. Habrá que acometer actuaciones capaces de reavivar la esperanza y la confianza en que otro urbanismo es posible.
Eduardo Mangada es arquitecto.
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