Retorno a Croxteth
Los goles al Milan devuelven a Rooney al esplendor de 2004, cuando dejó Liverpool
Entre pinta y pinta, Simon, viejo tribuno de Anfield, veterano de The Kop, reflexionaba con melancolía sobre el destino trágico de uno de sus paisanos más genuinos en su viaje a lo que llamaba "El Más Allá". Sólo se trataba de 60 kilómetros hacia el oeste por la autopista M62. Pero para Simon el lugar al que se había ido Wayne Rooney era "el más allá".
En el verano de 2004, Rooney dejó Liverpool para instalarse en Manchester. Cambió la camiseta azul del Everton por la roja del United. Luego dejó de marcar goles con Inglaterra, se lesionó, se endeudó por valor de un millón de euros y la prensa amarilla lo persiguió hasta hacer de él una caricatura del nuevo rico. Hasta el martes, la carrera del delantero más popular de Inglaterra ofreció muy pocos momentos brillantes. El martes, en Old Trafford, el Manchester pasó de perder por 1-2 a imponerse por 3-2. Dos goles de Rooney dieron la vuelta al partido y, posiblemente, a la eliminatoria.
"Rooney", decía Simon hace dos años, "nunca se sentirá en su casa en Manchester. Él es de Croxteth, el suburbio más deprimido, más oscuro y más dejado de la mano de Dios de toda Inglaterra. Si eres de Croxteth, mentalmente, tienes pocas posibilidades de salir alguna vez de Croxteth".
Rooney dejó el barrio con 18 años. Había causado sensación en la Eurocopa de Portugal y acababa de convertirse en un héroe nacional. Era el prototipo del adolescente inglés nacido y criado en una familia castigada por la crisis industrial. Semianalfabeto, obsesionado con apostar sus primeros sueldos en las carreras de caballos y ocasionalmente estacionado en los prostíbulos más sórdidos, donde parecía encontrar el sosiego que le faltaba en su hogar. Cuando el Manchester lo fichó por 50 millones de euros, entró en una órbita desconocida. Sólo el empeño del director general del club, Alex Ferguson, le mantuvo a flote. "Es el mejor jugador de menos de 20 años que he visto", decía.
Como goleador, Rooney se vio relegado a un segundo plano. Primero, por Van Nistelrooy. Después, por Cristiano Ronaldo. En la selección no le fue mejor. Desde que hizo dos goles a Croacia en la Eurocopa 2004 nunca más volvió a marcar en partido oficial. Rooney tenía potencia, habilidad, inteligencia para definir y sentido del pase. Sin embargo, no terminó de dar forma a todo su potencial. Jimmy Greaves, goleador de Inglaterra en 1966, sugirió una solución drástica: "Wayne no puede soportar la presión. Debe retrasarse al medio campo".
En Manchester, Rooney comenzó a vivir como una estrella. El cumpleaños de su novia, Coleen McLoughlin, el mes pasado, escenificó la metamorfosis. Fiesta en la mansión neogótica de lord Leverhulme, toneladas de hielo esculpido con forma de barra de bar, malabaristas y un gasto de 900.000 euros en fastos resumieron una velada hiperbólica. Para entonces, el joven delantero, que todavía no cumple los 21 años, había publicado la primera entrega de su biografía: Mi historia, hasta ahora.
El primer volumen de la vida de Wayne no ha tardado ni un mes en quedar completamente desfasado. No registra su segundo gol al Milan. Desmarcándose hacia fuera y rematando en un giro de cazador, como un zarpazo, sin anunciar el derechazo, sin preparar la pierna. El balón salió picado y entró en el arco pegado al primer palo. Cuando Nesta y Dida cayeron en la cuenta, era gol (3-2). Rooney estaba de vuelta en Croxteth.
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