Por las vías a lomos del 'caballo'
Once toxicómanos, arrollados en menos de un año por los trenes que pasan por los poblados chabolistas. El último, este viernes
Con el mono a cuestas, una ansiedad de caballo y el poblado a sólo unos metros, un tren no es un tren. Es una sombra, o un ruido molesto o una alucinación. Pero no es una máquina de hierro que se acerca a unos 80 kilómetros por hora. "La última vez que hubo un arrollamiento, la locomotora se llevó media cabeza de aquel chaval.
Se la arrancó. En la otra mitad se le quedó la expresión de terror. Con un ojo abierto", recuerda un vigilante de seguridad.
Para ahorrarse un trecho, los toxicómanos cruzan y bordean las vías hasta El Salobral
Desde agosto, los trenes han arrollado a siete toxicómanos en las estaciones de San Cristóbal Industrial y a cuatro en Pitis. Siete murieron y cuatro terminaron heridos o mutilados. El último fallecido, el pasado viernes. Su cuerpo acabó desmembrado.
Ambas estaciones están cerca de poblados chabolistas donde acuden los toxicómanos a comprar heroína o cocaína. Para ahorrarse un trecho, muchos cruzan las vías o recorren un sendero que las bordea. A veces el tren los arrolla de pleno. Otras, caminan tan cerca de la vía que la fuerza del convoy los absorbe y los devuelve de golpe a la cuneta. La mayoría de veces, ya sin vida.
Frente a la pradera de chabolas del Salobral, uno de los mayores supermercados de droga de Europa (22 hectáreas donde habitan entre 2.000 y 3.000 personas), hay una pasarela que se construyó hace cinco años cuando dos primos de etnia gitana fueron atropellados por un Cercanías. Todavía quedan coronas e inscripciones en su recuerdo. Ajenos a la fúnebre advertencia, los toxicómanos prefieren jugarse la vida saltando la valla que hay junto a la vía. "Y si me muero, pues me muero", dice uno al cruzar. Así de sencillo.
A las seis de la tarde, cientos de pájaros están posados en el borde de los depósitos de cerveza de una fábrica cercana al Salobral. Se dan un festín de cebada. Junto a la vía, un reguero de yonquis peregrina por un camino de tierra hasta la chabola de su vendedor. Algunos llegan en el cercanías y bajan en San Cristóbal Industrial o San Cristóbal de los Ángeles.
Unos 500 metros los separan del poblado. Un sendero lleno de jeringuillas, excrementos y trozos de papel de plata. Junto al muro que separa la vía de un antiguo cuartel, algunos yonquis han construido un refugio con cartones y telas para estar más cerca de sus proveedores. En un montículo, dos tipos se llenan las venas de lo que acaban de comprar.
"Algunos cruzan la vía. Nosotros, no. Pasamos por el puente ése...", dice un chico de unos 30 años, delgado y con un chándal del Real Madrid acompañado por una chica. Ellos vienen de Getafe a comprar al Salobral. "¿Cada cuánto vengo? Cuando hay pasta". Dicen que no cruzan la vía y que conocían a alguno de los que los trenes se han llevado por delante, pero justo cuando se despistan los vigilantes, saltan al trote los raíles y se lanzan al sendero.
"Es un drama. Los maquinistas que arrollan a una persona lo llevan con ellos toda la vida. Pedimos que se desmantelen los poblados y que se extremen las medidas de seguridad", exige Jesús García-Fraile, coordinador general del Sindicato Estatal de Maquinistas y Ayudantes Ferroviarios (SEMAF). "En esas zonas los maquinistas aumentan la tensión y reducen la velocidad, pero a veces es imposible evitarlo. La zona es tan peligrosa que no puedes ni recogerlos hasta que llega la policía".
El protocolo del Samur, desde que en 2002 fue arrollada una enfermera que auxiliaba a un herido en la vía, indica que debe cortarse la circulación durante la intervención. Renfe incorporó vigilancia privada en la zona. Además, se reforzaron las vallas y se construyó un muro al lado de la pasarela. "No sirvió de nada. Cuando el cemento estaba fresco, lo tiraron", explica Juan Antonio, uno de los vigilantes. Él y su compañero recorren a cada rato el sendero de los yonquis. Cuando los toxicómanos los ven, se giran y tratan de pasar por otro lado. "Bienvenido a la zona cero", anuncia el vigilante señalando la pradera por la que toxicómanos y vigilantes juegan al gato y al ratón.
De cada tren que llega a San Cristóbal Industrial baja algún yonqui. También llegan en cundas (vehículos, normalmente robados, que salen desde el centro de la ciudad) o en el autobús 79. "Ése el autobús más peligroso de Madrid", explica en la estación Bill Gabish, un estadounidense que trabaja en una de las empresas de un polígono cercano. Ese autobús es el que utilizan muchos vecinos de la zona. Los toxicómanos se sientan en la parte trasera y los residentes se quedan intimidados de pie cerca del conductor.
Los vecinos están fritos. Sufren atracos y robos en sus vehículos, que algunos usan para pasar un rato calientes mientras se drogan. Una de sus preocupaciones es el paso subterráneo de la estación. Cuando oscurece tratan de evitarlo. Lo llaman "la boca del lobo". Los toxicómanos lo usan para inyectarse o fumarse sus dosis. "Me da mucho miedo ese paso. Llevo seis años viviendo en el barrio, y la verdad es que no ha cambiado demasiado", denuncia una vecina de la Colonia Marconi.
El Salobral está delimitado por la línea de ferrocarril Madrid-Alicante, la M-45 y la avenida de Andalucía. Una isla de unas 400 chabolas habitadas en su inmensa mayoría por personas de etnia gitana, de las que unos 300 son niños menores de 15 años. Como los que arrolló el tren hace cinco años.
Juan un toxicómano de 29 años cruza la vía tranquilamente. "Compi, tú me has visto", dice señalando su enjuto cuerpo con las dos manos. "¿Crees que me preocupa lo de los trenes?".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.