De poemas, rosas y un pintor
La semana del libro se ha puesto poética. Qué gusto, qué rareza, qué placer, un poco de poesía después de tanta bronca. Un poco de verdad después de tantas mentiras. Soñar que es posible un país donde las cosas se puedan discutir prosaicamente y después poder refugiarse en lo que dicen algunos poetas, algunos prosistas. Que la voz de la tribu no sea la de algunos políticos. Que este verso suelto llamado España no se parezca a los oscuros tonos de eso que llaman la oposición. Y, ya puestos a pedir, soñar con una oposición que no dé vergüenza por su prosa y por su antipoesía. ¡Que me perdone Ernesto Parra!
Antonio Gamoneda, el poeta que nos llegó del frío, el que estos días recibe el calor que se merece, dejó escrito que "la belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes". Qué hermosa verdad nos parece. Nos hace creernos valientes, nos da fuerzas, nos espanta cobardías y nos deja seguir deseando que llegue un tiempo "para no morir más de mala muerte". Un buen tiempo como el que tuvieron en Córdoba las legiones poéticas que durante unos días tomaron la ciudad. Esos seres tan peculiares que se dedican a cantar lo que está callado. Uno de ellos, "hijo del aire, de la menta y del violoncelo", el ucraniano-polaco Adam Zagajewski -amigo de correrías parisinas de Miquel Barceló-, paseaba machadianamente por la ciudad de tantos poetas, de tantos cánticos, un buen lugar para que él cantara a su manera, un buen lugar para leer a los poetas, para aprender perseverancia, fe y orgullo: "Éramos nosotros los bárbaros. Era ante nosotros que temblabais en los palacios. Nos esperabais con el corazón estremecido... Pero también nosotros conocimos la soledad y el temor, y deseamos la poesía".
Los poetas ya no son bárbaros, en los palacios ya no tiemblan ante ellos. Ahora, en palacio, comen y beben con los reyes, con los príncipes. No tiemblan los palaciegos, pero tampoco los poetas, ni los invitados a la celebración. Hace una semana, en la noche más republicana, al volver de una tardía cena, al pasar por la plaza de Tirso de Molina, un grupo de jóvenes charlaba sin temblores a altas horas de la noche. Eso no es raro. Lo que tampoco debe ser raro es que uno de esos jóvenes fuera el príncipe Felipe. Lo era. Lo vimos, nos gustó que en el Día de la República el príncipe hiciera tertulia a pie de calle. Que, sin temblores, estuviera prolongando la noche por una plaza tan fronteriza, tan de progreso y, todo hay que decirlo, tan republicana. La próxima vez, sin tanta nocturnidad, debería venir a comprar flores republicanas para la princesa. Flores para ella y su nuevo hijo de parte de un republicano. Nadie tiemble, España no se rompe.
Poetas y prosistas también están de celebración madrileña y castiza. Como lo estamos los que todavía buscamos libros. Los que algunas veces hemos encontrado los mejores tesoros en forma de libros y precios de saldo en la Cuesta de Moyano. La cuesta, sus libreros y su clientela han vuelto por donde solían. Sus casetas de madera e historia vuelven a la cuesta y con un recuperado vecino, uno de sus clientes más recordados, Pío Baroja, que ha dejado su paseo por El Retiro y está ahora a pie de libros, lo suyo. Yo creo que Hernández de León, Álvaro Siza y los responsables de esa remodelación del Prado y sus alrededores han acertado no cambiando ese lugar donde siguen habitando los libros así que pasen 100 años.
Semana de gloria para los amantes de los libros, para los poetas y los prosistas. Semana perfecta que nos permitió acercarnos a una de las más hermosas exposiciones que uno puede ver, Tintoretto. No es un desconocido en el Museo del Prado, el pintor de los amantes de la literatura -como recuerda Molina Foix en su excelente libro sobre Tintoretto y los escritores- ya estaba presente, pero su presencia de ahora es una de las mejores cosas que han pasado en este museo, que está sabiendo cómo mejorar, ampliarse, cambiar y no perder de vista lo esencial. Dejarnos que nos acerquemos a un pintor que resiste la mirada una y otra vez, que da felicidad como el remanso de un río, que nos devuelve la soleada y añorante sensualidad de alguna tarde de primavera. Que nos permite ser mirones y admirar cómo Tintoretto es un pintor tan emocionante como el más hermoso poema. También como el mejor fotograma. Pasear por el Prado e imaginarse que en cualquier momento puede llegar una hermosa poetisa de provincias que se vino a vivir a un tintoretto. Hagan cola, quedan unas semanas. No se pierdan.
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