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Tribuna:FIRMA INVITADA | SIGNOS
Tribuna
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Un bicho raro...

... es este Israel Galván, sin duda. Él lo dice y lo remacha sin tapujos. A mí, qué quieren que les diga, me gusta verlo bailar. Sencillamente porque no es previsible. En el flamenco, y habla un simple espectador, casi todo está escrito. Sin embargo a Israel, el insecto de La metamorfosis (o La transformación, Borges, dixit) de Franz Kafka, lo quiera o no lo quiera, siempre le sale algo nuevo. Le surge, le brota de esa cabeza suya, crece en esa alma suya (principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida) en la que nadie, sino el mismo, sabe lo que bulle: es el ser del artista, es el talento. Es esa mirada hacia su interior, esa mirada alrededor de sí mismo, que tal vez sin proponérselo, la que analiza y vislumbra el mundo de una manera bien distinta al resto. Así se forja el trabajo del artista, cuando su mirada contempla el mundo de otra forma. Cuando el mundo se transforma a través de esa mirada.

En una época en la que las vanguardias podríamos decir que están en crisis, vive Israel Galván, coreógrafo, bailarín (o bailaor, qué más da), lector compulsivo de libros vedados a la inmensa mayoría, voraz escuchador de todas esas músicas que logran transformarnos... Con los libros, con lo que él suele leer entre líneas en los libros, en esa materia sensible y etérea que es la música, de ahí, de lo que extrae de los libros, de lo que escucha con ese oído tan peculiar salen amasadas sus ideas y sus formas.

Conocedor de todos y cada uno de los secretos del flamenco, se adueña del espíritu que lo crea, y lo amolda, para devolvernos un hecho original, una continua y sorprendente materia artística.

Hubo otros antes: Vicente Escudero, allá por los veinte, por ejemplo; Enrique el Cojo, o el Farruco, o Nijinski, aquel ruso que murió loco de Arte, nada sospechosos de animar vanguardias espurias, porque creo sinceramente que lo falso se acaba antes de empezar. Y no es así el Arte de Israel, pues es éste sincero, honesto y equilibrado, y así será materia viva con mimbres de eternidad.

El artista debe hacer lo que quiere. Éste es un axioma intocable, si ese artista bucea en esos entresijos indescifrables del alma. Ése es el axioma de Israel, y a algunos pudiera molestar tanta independencia de criterio, pues vivimos apresados por lo culturalmente correcto. Sobrevivimos a pesar de la dictadura de lo correcto. Pero Israel se niega pertinazmente a vivir así, y se escapa del mundo, se eleva tan alto (y no son de cera su alas) que permanecerá, y nos sacará a los espectadores (muchos perezosos) lo mejor de nosotros, como un libro, como una partitura musical, como un crepúsculo.

Entre aquellos que vieran el baile de Israel por vez primera; entre aquellos que hayan tenido la dicha de observar cómo parece delirar cuando maneja su carne y osamenta (herramienta del baile, difícil de hornear), verá cómo en sus movimientos aletea el alma del artista verdadero, sin apaños, sin falsos afeites, sin engaños. De entre todos los que pisen un día un teatro donde Israel Galván se mueva, habrá siempre alguno en cuya boca se dibuje la hipocresía o el sarcasmo, el desprecio incluso; pero habrá otros a los que el balanceo y el escorzo de su baile consiga atrapar, sacarlos de ese mullido atontamiento, extraerles aquello que llevan escondido y atraerlos hacia un Arte que no es fácil. El baile de Israel es como un grand jettée que se ejecuta y ya no acaba. Es el volar sin alas. Es Israel Galván, el artista sincero. Pues en la honestidad del Arte que nos da se inscriben sus criterios de vanguardia.

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Juan Antonio Maesso es autor de la novela El lenguaje del agua (Espuela de Plata).

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