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Columna
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Tantas mentiras

Existen tres tipos de mentiras: los embustes, las patrañas y las encuestas. Eso lo escribió Mark Twain y Juan Urbano lo tenía apuntado en uno de sus cuadernos de filósofo, el que dedica a la falsedad, ese monstruo de las profundidades que es capaz de devorarlo todo; que es enorme pero invisible porque siempre está a nuestra espalda; que tiene mil bocas oscuras y mil nombres distintos, calumnia, engaño, farsa, hipocresía, cinismo, falacia... "Claro", se dijo, "es que uno de los problemas de este mundo hecho de ficciones es que en él todo puede llegar a ser mentira, porque las manos de los tramposos son hábiles, nunca descansan, siempre consiguen encontrarle a cada cosa una parte de atrás o un fondo en el que esconder la verdad, a veces hasta hacerla desaparecer sin remedio, como si fuese una joya perdida a fuerza de guardarla demasiado bien".

Mientras desayunaba al sol en una de las terrazas de la plaza Mayor, leía el periódico, y eso le hizo reír y ponerse serio entre el primer café de la mañana y el segundo. Lo que le había divertido era la noticia de que las principales marcas de ropa del mundo practican en sus tiendas una artimaña a la que han bautizado como "tallaje de la vanidad" y que consiste en adulterar las etiquetas de sus prendas, de modo que lleguen a medir entre siete y quince centímetros más de lo que dicen.

O sea, que a la pregunta de cuánto pesas o qué mide tu cintura, siempre podrá uno responder: lo que digan mis pantalones. Lo que le había irritado eran las declaraciones del alcalde de Madrid asegurando que tras los atentados del 11 de marzo el Gobierno del PP y su ministro del Interior dijeron "la estricta verdad" e hicieron "lo que tiene que hacerse en una democracia". Qué bien entendió Juan Urbano que Mark Twain incluyera las encuestas en su trilogía de las mentiras, sobre todo si se trata de encuestas políticas y si uno se da cuenta de que ciertos políticos pueden llegar a un nivel de desfachatez semejante. ¿Lo que tiene que hacerse en una democracia es engañar a los ciudadanos para no perder el poder? Qué horror.

Para Juan Urbano era deprimente pensar, ante la avalancha de promesas que cada día llevaban dentro los periódicos en esta época de campaña electoral, si era posible confiar en alguien que sigue manteniendo, aunque sea unas veces sí y otras no, semejante teoría, aunque sea a costa de todas las evidencias que ha puesto sobre la mesa el juicio del 11-M y hasta contra sus propias opiniones de hace poco tiempo, en las que confesaba no haber visto ningún indicio de la participación de ETA en el crimen.

Tal vez es que Alberto Ruiz-Gallardón, que es un hombre culto al que le gusta el teatro, ha leído que Eugéne O'Neill escribió que si rompes una mentira la suma de sus fragmentos da lugar a la verdad, y por algún extraño motivo no se ha dado cuenta de que esa frase es, sin ningún género de dudas, una de las más peligrosas de todos los tiempos, por lo que tiene de coartada para los arteros, de salvoconducto para los sinvergüenzas.

Ojalá sea sólo eso, un simple error de interpretación, y el alcalde de hoy y, a pesar de Mark Twain, parece ser que también de mañana, puesto que es a él a quien dan como claro favorito las encuestas, no se añada a quienes pretenden robarle hasta sus asesinos a las víctimas de la tragedia. "Es que a mí Gallardón me gusta mucho más cuando parece del PP de mentira", pensó Juan Urbano, antes de pagar su consumición y echar a andar hacia el trabajo, "que cuando se transforma en otra esquina del peor extremo de su partido". Y esa idea le llevó a imaginar la mentira como un pájaro inmenso que sobrevolaba la verdad y ponía en ella su sombra, una sombra amenazante que tapaba la luz, que trazaba círculos siniestros sobre la realidad malherida como si esperase a que se convirtiese en carroña.

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Sintió un escalofrío, igual que si ese buitre aciago se le posara en el hombro, y después entró a su oficina, se sentó a su mesa y empezó su tarea.

De pronto, una ráfaga de aire entró por la ventana y las hojas del periódico se agitaron, lo mismo que si fuesen las alas de alguna criatura funesta.

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