Medidas con doble vara
En casa del herrero, cuchara de palo. Paul Wolfowitz afronta la cumbre del Fondo Monetario Mundial y el Banco Mundial envuelto en una embarazosa polémica por el aumento de sueldo que decidió para su pareja sentimental, Shaha Riza, antes de que ésta pasara al Departamento de Estado. El caso es aún más rimbombante si se tiene en cuenta que el antiguo número dos del Pentágono defiende que se limite la asistencia que presta la institución en los países donde hay sospechas o evidencias de corrupción.
Wolfowitz, de 63 años, es el décimo presidente del Banco Mundial. Antes de tomar las riendas del organismo multilateral en marzo de 2005, el halcón ejerció como subsecretario de Departamento de Defensa durante el primer mandato de George Bush como presidente de EE UU. El neoconservador fue, de hecho, uno de los principales estrategas que orquestaron la intervención militar en Irak, hace cuatro años. Su política exterior unilateralista y de defensa, con la acción militar preventiva como doctrina, no ha estado exenta de polémica.
Fue precisamente su controvertido pasado por lo que extrañó que se hiciera cargo del Banco Mundial, puesto que recae por tradición en manos de un candidato propuesto por EE UU. Su imagen chupando un peine mientras se aseaba el pelo para una entrevista televisiva dio la vuelta al mundo gracias a la cinta de Michael Moore, Fahrenheit 9-11. Y recientemente volvía a llamar la atención cuando desveló al mundo los agujeros que tenía en los calcetines, al descalzarse para entrar en una mezquita de visita oficial a Turquía.
A Wolfowitz, doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Chicago, le crecen de nuevo los enanos. Esta vez por supuesto caso de favoritismo que envuelve a una amiga íntima que trabajaba en el Banco Mundial y que fue transferida al Departamento de Estado con una muy generosa paga, con el argumento de evitar un conflicto de interés. Su sueldo, de 193.590 dólares exentos de impuestos, corre a cargo del organismo y está por encima incluso de lo que cobra la secretaria de Estado, Condoleezza Rice.
Ya en la Administración de Bush, Paul Wolfowitz abanderó ante el Congreso la necesidad de revisar la ayuda económica que EE UU da a los países en desarrollo, para animarles a luchar contra la corrupción si querían acceder a los fondos de la comunidad internacional. Ahora ha reconocido su error y ha pedido públicamente perdón. Pero ya hay muchas voces que piden su renuncia.
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