Apología del fracaso, la anomalía y el error
P ara transformar un descubrimiento científico en un bien económico hace falta una necesidad real, un proyecto industrial dirigido a satisfacerla, dinero para financiar el proyecto y en general una buena protección por patentes. Sin patentes sólidas hay proyectos, como los farmacéuticos, que pierden viabilidad comercial. Por eso las empresas surgidas del mundo académico para desarrollar conocimiento biomédico tienen valor y son capaces de acceder a financiación en la medida que puedan generar una sólida cartera de patentes.
Hace unos años debíamos decidir si comenzar o no el desarrollo de un nuevo fármaco basado en una tecnología muy versátil, que combinada con una molécula conocida podía mejorar de forma notable su perfil terapéutico. Para impulsar el proyecto era indispensable poder generar una nueva patente. Buscábamos argumentos sólidos para defender los aspectos de invención y novedad sin los cuales no se puede patentar. Teníamos muchas ganas de encontrarlos, ya que para llegar a nuestro prototipo habíamos estado más de un año probando diferentes estrategias encadenando fracaso tras fracaso. Esto es habitual en el laboratorio y suele desesperar a los científicos, incluidos los nuestros. Pero nuestro agente de patentes por poco no bota de alegría: ¡el rosario de fracasos transformaba nuestro prototipo en una singularidad no predecible, y por tanto inventiva y no obvia, un argumento esencial para construir una buena solicitud de patente! Solemos percibir la acumulación de fracasos experimentales como un verdadero engorro: no sirven para publicar y es difícil construir buenas tesis con ellos. Pero lo cierto es que un fracaso sistemático bien documentado fue la base de una solicitud de patente que justifica económicamente el desarrollo de al menos dos fármacos que podrían mejorar el tratamiento actual de algunas enfermedades muy extendidas.
El fracaso experimental se transforma así en un elemento positivo capaz de crear valor en un entorno empresarial. También pueden generar valor la anomalía y el error. A un famoso neurólogo le criticaban que basara muchas de sus conclusiones sobre funciones cerebrales en observaciones aisladas sin valor estadístico. Solía utilizar como defensa la parábola del cerdo que canta: "Si yo os traigo aquí un cerdo capaz de cantar, dudo que alguien abandone la sala decepcionado por tratarse de un caso aislado". Los casos aislados, las anomalías, pueden darnos pistas que interpretadas adecuadamente pueden ser la clave del avance del conocimiento hacia su industrialización, aunque más no sea porque abran la puerta de una nueva patente. En nuestra empresa una anomalía en dos experimentos realizados en paralelo por laboratorios independientes nos permitió definir nada menos que el perfil de un nuevo medicamento, y otra vez encontrar la justificación necesaria para construir una patente y comenzar su desarrollo. Al principio atribuimos la anomalía a un error experimental, pero el buen trabajo de un grupo de expertos de lujo condujo a la interpretación correcta (y patentable).
Reivindicados el fracaso y la anomalía, nos queda el error. El error es la base del desarrollo de otro de nuestros potenciales nuevos fármacos. Una molécula fue utilizada como control en un experimento pensando que protegería de la muerte a un tipo particular de células. Resultó exactamente al revés, la molécula mataba de forma exquisitamente selectiva a estas células, y el equipo descubridor de la universidad tuvo la virtud de asociar el error a la posibilidad de curar una clase de leucemia cuyo tratamiento farmacológico no está bien resuelto. El carácter inesperado de una observación obtenida por error y su asociación con la leucemia cumplían los requisitos de invención, novedad y aplicabilidad de la ley de patentes, y el grupo universitario patentó su descubrimiento. Nuestra empresa adquirió los derechos debido fundamentalmente a la existencia de la patente, y tras un corto desarrollo acabamos estableciendo una alianza internacional con una empresa especializada de forma que ahora mismo el proyecto está entrando en fase de experimentación clínica y puede ser una realidad terapéutica en cinco o seis años.
Resulta entonces que unos cuantos fracasos, una anomalía y un error sustentan parte del valor de una empresa real, surgida de la universidad, que busca transformar en nuevos medicamentos los conocimientos biomédicos. Como conclusión, una buena práctica para la transformación del conocimiento en desarrollos industriales es valorar y prestar tanta atención a los errores, fracasos y anomalías como a los resultados positivos. Y en general, supongo que como actitud mental ahorraría más de una depresión a doctorandos desesperados.
Luis Ruiz-Ávila es biólogo, director general de Advancell.
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