¿Dónde están las chicas?
Se publican muchas estadísticas comparativas de Galicia con España y Europa en lo referido a renta, empleo, índice de lectura o utilización de Internet pero echo de menos estudios que analicen la incorporación de las mujeres gallegas a los puestos de decisión en la vida económica y laboral. Me imagino porque también en los órganos gestores de los departamentos y empresas de sociometría priman a los hombres.
Hablo, pues, desde la intuición y desde la percepción de mi propia vida social. Me temo que el déficit gallego de presencia de mujeres en órganos directivos estaría a la cabeza de todos los agravios comparativos y que certificaría más que cualquier otra estadística (de infraestructuras, por ejemplo) eso que se dio en llamar el atraso histórico de Galicia, es decir, nuestra ralentizada evolución hacia los estándares de modernidad. En mi nueva vida de empresario, en la que tengo que frecuentar foros inéditos para mí, es espectacular la ausencia de mujeres. Si lo comparo con mis experiencias anteriores en los ámbitos de la música, la enseñanza o los equipos de producción audiovisual, el agravio diferencial más evidente es el abusivo índice de machos por consejo de administración y, debería incluír también, el escaso empleo de la lengua gallega, no en vano ciertos discursos románticos consideraban el idioma dentro del género femenino.
Los datos en bruto de la demografía o de la presencia de mujeres en la vida universitaria convertirían todavía en más grande ese abismo arbitrario de discriminación. Por eso me resulta paradójico que la reciente promulgación de la ley de igualdad por el Gobierno central no haya suscitado más repercusiones en Galicia. Pocas cosas más lamentables que el rechazo de la derecha a la aprobación de esa legislación y, sobre todo, cuando ese rechazo lo expresan mujeres. Si alguien conoce algún medio mejor que la obligatoriedad del cumplimiento de cuotas que lo diga, pero también me temo que la alternativa sólo sería la perpetuación de la situación actual.
El esfuerzo que tendrá que realizar Galicia para cubrir esas expectativas de cambio, como en tantas otras cosas, es enorme y, desde luego, mayor que en otras partes. Por eso también extraño que no se hayan alzado voces desde la Administración autonómica para reclamar recursos, medios, gestión de competencias o adaptación de esa normativa a la situación real de Galicia. Las mujeres de Galicia no sólo tienen que soportar el tópico acientífico de la estructura histórica de matriarcado, sino que necesitarían además medidas que implementen y aceleren la consecución de ese objetivo de igualdad en la gestión de la vida económica. Sería absurdo contraponer al prejuicio atávico de que los hombres son más listos y más fuertes la superioridad de las mujeres, pero no me cabe duda de que las mujeres pueden cambiar el mundo, siquiera sea porque la conquista del lugar que les pertenece es un resorte de justicia y racionalidad inapelable.
En el Museo do Pobo Galego, en la sección de etnografía dedicada a la casa, se puede leer en un panel, algo así como que los hombres trabajaban en el campo y el mar, mientras que las mujeres se ocupaban de las tareas domésticas a no ser que fuese necesario su intervención en los otros trabajos. Las mujeres han mantenido en pie en Galicia la dosis de dignidad mínima necesaria ante los efectos arrasadores de la emigración o de la miseria de la vida rural. Son anécdotas, pero si utilizamos determinadas actividades artísticas actuales, podremos comprobar el fuerte avance y modernización que ha supuesto la incorporación de la mujer a la música tradicional rompiendo el tópico de que la gaita era un instrumento para machos o la fuerte renovación que en la maltrecha y minoritaria poesía gallega ha supuesto la proliferación de mujeres.
Las chicas son guerreras y necesitamos de su coraje y sensibilidad para superar cuanto antes la mediocridad. La mejor aportación de los machos será la de no convertirnos en un estorbo.
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