El 'Robinhazo'
El brasileño mete al Madrid en la lucha por la Liga a pesar de las dudas de Capello y los dirigentes
Antes de meter al Madrid en la lucha por el título con tres goles que podrían valer una temporada -incluyendo proyectos deportivos y políticos-, Robson de Souza, Robinho, tenía preocupados a los dirigentes del club. La inquietud no era sólo metafísica. Según fuentes del Madrid, el brasileño era objeto de ofertas de hasta 30 millones de euros. Las cantidades inspiraban dudas en los directivos. ¿Debían darlo por irrecuperable y venderlo? ¿Debían esperar?
Los altos cargos del Madrid, en sus encuentros con Fabio Capello solían manifestar su curiosidad por el bajo rendimiento de Robinho. Esperaban que hiciera magia y, como no hacía más que penar, le miraban con la desconfianza espontánea que dedican a las herencias genuinas del ex presidente Florentino Pérez ciertos sectores de la junta. "¡No ha hecho nada!", se decían; "¡y el año pasado tampoco!".
"Lo único que le pido es que haga las bicicletas en el área contraria", decía el técnico italiano
Las conversaciones tenían lugar hace meses, en un clima de solemnes consideraciones. Eran tiempos en los que Robinho andaba completamente desconcertado y Capello gozaba de todo el poder que él requería. No hace mucho Capello era un técnico respetado en el Bernabéu. Cada vez que hablaba, los directivos callaban, absortos, como intentando captar mensajes encriptados.
Capello les decía: "Yo a Robinho le doy libertad total. Lo único que le pido es que las bicicletas las haga en el área contraria y no en nuestro propio campo, ¡cojones!".
Manifestaciones de este tipo dejaban pensativos a los responsables del Madrid. Por un lado, tenían a Mijatovic, el director de fútbol, que les aseguraba que Robinho podía llegar a ser el mejor de Europa. Por otro, esos comentarios de Capello dando a entender que, si fracasaba, él no tenía la culpa porque le había concedido "libertad".
El entrenador italiano se cuidaba mucho de decir que, por razones tácticas, obligaba a Robinho a partir casi desde su propia área cada vez que participaba en una jugada de ataque. Cuando llegaba a su zona natural, en las inmediaciones del área contraria, había recorrido 50 metros de tierra de nadie desgastándose en tareas para las que no nació. Si quería hacer una bicicleta ante la defensa rival, no se lo prohibía. Pero primero debía marcar a su lateral, participar en la recuperación, presionar al que llevaba la pelota si era preciso y luego correr media cancha en un perpetuo ir y venir sin balón.
Con Capello, Robinho brilla menos que un diamante en un trastero. Sin embargo, en la Liga ha conseguido meter los mismos goles que Raúl (4) jugando casi la mitad de minutos (1.400). Con 23 años recién cumplidos, ha sabido adaptarse a un país nuevo y a una competición extraña en el ambiente dislocado del Madrid contemporáneo. De crisis en crisis, el año pasado, con ocho goles, fue el tercer máximo anotador, después de Ronaldo y Zidane. También fue el hombre que más tiró a puerta, después de Ronaldo. Este año es el segundo goleador, por detrás de Van Nistelrooy.
A pesar de vivir bajo la lupa de media directiva, y bajo el peso de un entrenador que lo señala con el dedo, en un vestuario donde no encuentra demasiados aliados fuera de sus paisanos, Robinho no ha perdido la confianza en sí mismo. Tiene más carácter del que aparenta. Se cree un crack. Lo exhibe hasta cuando camina, con paso rítmico, como si bailase. La fe le ayuda a no descomponerse y a no perder pegada. Nadie en toda la plantilla del Madrid desborda más (91 regates con éxito) ni tira más seguido entre los tres palos, a excepción de Van Nistelrooy.
Van Nistelrooy tiene licencias que ningún otro futbolista puede permitirse con Capello. Es el punta. Puede vivir en el área agazapado o esperar el pelotazo sin bajar tanto como los hombres de banda o los media punta. Por eso, el holandés tira a puerta una vez cada 64 minutos.
El flaco delantero de San Pablo le sigue con un disparo cada 100 minutos. En las últimas tres jornadas, su intervención ha sido decisiva. Contra el Nàstic, el Celta y el Osasuna, imprimió su sello personal. Desequilibró a la defensa contraria, marcó tres goles, y metió al Madrid en la carrera por el campeonato. Justo cuando la Liga parecía perdida, Robinho dio el Robinhazo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.