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¿Quién habla por Europa?

Timothy Garton Ash

A diferencia de Naciones Unidas, la Unión Europea, la semana pasada, ofreció "apoyo incondicional" al Gobierno británico en su enfrentamiento con Irán. En su declaración, los ministros de Exteriores de la UE -que representan a 27 países, casi 500 millones de personas y asume más de un tercio del comercio iraní, y que aceptaron sin reservas la versión británica de los sucesos-, dijeron que el secuestro de los marineros y marines británicos por parte de Irán era "una clara violación de las leyes internacionales" y reclamaron su "liberación inmediata e incondicional". ¿Se puede pedir más de Europa, en su grado de desarrollo actual? Si queremos que actúe de forma más enérgica, tendríamos que darle un palo más grande y una mano más fuerte para manejarlo.

Ahora que los rehenes británicos han quedado en libertad, la pregunta de fondo sigue en el aire. ¿Qué queremos que haga Europa por nosotros? ¿Y qué estamos dispuestos a hacer a cambio? Aquí, en Bruselas, uno se da cuenta de que es probable que la cuestión surja de forma muy directa durante los tres próximos meses, y que se le pregunte, sobre todo, a un hombre: Gordon Brown. Brown dice que el verdadero problema de la Unión Europea, a sus 50 años, es cómo afrontar los grandes retos del siglo XXI: la reforma económica en la era de la globalización, la seguridad energética, la sostenibilidad ante el cambio climático, el comercio, unas políticas de ayuda y unas estrategias sobre la deuda que ayuden a sacar a los países pobres de unas condiciones indignas de cualquier ser humano, ayudar a que se produzcan los cambios deseables en el mundo del islam, de qué forma actuar ante la aparición de China e India como potencias mundiales.

Estoy de acuerdo. En todos estos aspectos, el tamaño importa. Si los grandes logros europeos, en los últimos 50 años, se han producido dentro de la propia Europa, los retos de los próximos 50 serán, sobre todo, externos. La ampliación de la Unión para acoger a otros países europeos, incluidos Turquía y Ucrania, es todavía un asunto pendiente y crucial, pero a Europa se la va a juzgar, cada vez más, por lo que haga en sus relaciones con países que no sean miembros de la Unión. Durante su primer medio siglo, el proyecto europeo consistió fundamentalmente en qué hacíamos con nosotros mismos. Durante el medio siglo que empieza, consistirá sobre todo en Europa dentro de un mundo no europeo.

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A Brown -y, ya que estamos, a David Cameron, que coincide con gran parte del análisis de Brown- le sorprendería saber hasta qué punto comparten su idea en las altas instancias de las instituciones europeas. Esta estrategia coexiste con las visiones más tradicionales de franceses y alemanes, en las que la unificación europea es un fin en sí, para poder competir con Estados Unidos. Pero el análisis Browniano de la globalización (sería vanidoso llamarlo meramente británico) tiene mucha fuerza en Bruselas y, en general, en los debates de una Unión Europea inmensamente cambiada por lo que el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, llama su "gran ampliación" de 2004-2007.

Sin embargo, prácticamente todos nuestros socios de la Europa continental están de acuerdo en que la Unión necesita ciertos cambios institucionales para que esté a la altura de los objetivos. Independientemente de sus discrepancias filosóficas, los dirigentes europeos se acercan cada vez más hacia un nuevo acuerdo que debería estar sobre la mesa en el Consejo Europeo de finales de junio. Es probable que el Consejo proponga una nueva conferencia intergubernamental que negocie rápidamente los términos de un nuevo tratado, con la esperanza de que los 27 Estados miembros pudieran ratificarlo antes de 2009. Entonces, la Unión Europea podría presentarse como un socio estratégico más creíble al nuevo Gobierno de Washington, para no hablar de sus relaciones con Rusia, China, India y el resto del mundo. El nuevo tratado, que no se llamaría Constitución, incluiría muchos de los cambios constitucionales más importantes del anterior, pero prescindiría del solemne preámbulo de Valéry Giscard d'Estaing, seguramente también de la Carta de Derechos Fundamentales (que sería un documento aparte) y algunos otros elementos.

El presidente del Consejo Europeo tendría un mandato más largo, en vez del follón actual de un líder nacional diferente cada seis meses. Tanto el Parlamento Europeo como los parlamentos nacionales tendrían un papelmás importante. Quizá se ampliaría ligeramente el voto por mayoría cualificada. Habría una "cláusula de salida" para que los países deseosos de abandonar la UE dispusieran de un procedimiento claro para hacerlo. Habría -y esto es vital- una sola persona encargada de "hablar en nombre de Europa" en política exterior, un papel que combinaría el que desempeña en la actualidad Javier Solana y el del comisario europeo de Relaciones Exteriores. Esa persona presidiría el Consejo de Ministros de Exteriores, sería vicepresidente de la Comisión Europea y encabezaría un único "servicio de acción exterior" europeo. Casi todos los países quieren que se le llame "ministro de Exteriores", pero seguro que también serviría Alto Representante, e incluso es posible que fuera más exacto.

Todo esto se sometería a negociación en la conferencia intergubernamental, pero los términos de referencia para dicha reunión saldrían ya fijados de la cumbre de junio. Aunque algunos otros Estados miembros están armando un escándalo y tanto Polonia como la República Checa están siendo más británicas que los británicos, las posibilidades de que todo esto ocurra dependen de dos cosas: el resultado de las elecciones presidenciales francesas y la política de la transición Blair-Brown. Si el nuevo presidente francés es Nicolas Sarkozy, casi con certeza estará de acuerdo con alguna versión de esta propuesta. Tony Blair -uno de cuyos últimos actos en Europa será probablemente el Consejo Europeo- seguramente estaría también de acuerdo. Pero ¿qué ocurre con Brown?

Los Brownólogos más optimistas dicen que entiende muy bien los argumentos intelectuales en defensa de una Europa más fuerte, que, en el fondo, es menos euroescéptico de lo que ha parecido como ministro de Hacienda y que, en todo caso, el simpático Brown del 10 de Downing Street [residencia del primer ministro] será muy distinto del antipático señor Brown del número 11

[residencia del ministro de Hacienda]. Las opiniones cambian según el sitio en el que se está. Los Brownólogos más pesimistas subrayan su famoso desagrado por las reuniones y los contactos europeos. ("¿Quiere entrevistarse con el nuevo ministro alemán de Economía?", dicen que le preguntó una vez uno de sus colaboradores. La respuesta: "No"). Aseguran que hará todo lo posible para evitar el referéndum que los conservadores y la prensa euroescéptica exigirán inevitablemente ante cualquier nuevo tratado, por modesto que sea; sobre todo, en vísperas de unas elecciones generales. También sugieren que hace mucho que hizo un pacto faustiano con Paul Dacre, el director de Associated Newspapers, que incluye publicaciones tan influyentes como el Daily Mail y el Mail on Sunday, y con Rupert Murdoch, dueño de The Times y el Sun. Hablando en plata, el pacto es el siguiente: usted siga siendo euroescéptico, y nosotros le apoyaremos en las próximas elecciones (o, por lo menos, no emplearemos todas nuestras armas en su contra). En otras palabras, dicen que pondrá los intereses personales y de partido a corto plazo por encima de los intereses nacionales a largo plazo. ¿Cuál de estas dos direcciones tomará Brown? Nadie lo sabe, porque la Brownología es la sovietología de nuestro tiempo.

A los periodistas euroescépticos del Daily Mail y el Sun no hay nada que les guste más que denunciar a una Unión Europea supuestamente dirigida por una conspiración de burócratas de Bruselas a los que nadie ha elegido. Todavía tienen que explicar por qué sería más democrático tener una Unión Europea cuyo rumbo lo dicte una conspiración de propietarios de periódicos británicos a los que nadie ha elegido. Si Gordon Brown quiere demostrar que es un hombre de Estado, y no un mero político, tiene que dejarles en evidencia.

Timothy Garton Ash es historiador británico, profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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