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EL CÓRNER INGLÉS | Fútbol | Internacional
Columna
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Mourinho, la vida y la lucha libre

Todos los jugadores del Chelsea, por brillantes que sean, están a la sombra de su entrenador, José Mourinho. El portugués tose, y los jugadores tosen; se ríe, y ellos ríen; alza una ceja, y se asustan. Es el cerebro y el alma del equipo. Y nadie lo sabe mejor que él.

Pero, por presuntuoso que siga siendo, algo ha cambiado en el mejor entrenador del mundo de las últimas cinco temporadas. Ha perdido un grado de esa intensidad ganadora que lo ha caracterizado tanto en el Oporto como en el Chelsea, y que todavía estaba presente cuando el Chelsea arrolló al Barcelona en un partidazo de Liga de Campeones a principios de temporada. El equipo que empató contra el Valencia en la misma competición el miércoles no era el mismo, porque Mourinho no es el mismo. Lo que da motivos para apostar que pasado mañana en Mestalla el Valencia pasará a semifinales.

¿Qué síntomas de cambio se detectan en Mourinho? Uno, fundamentalmente. Que en sus declaraciones de repente se vislumbra una tendencia, potencialmente mortal en un entrenador, a relativizar. Hace un mes dijo un par de cosas difíciles de cuadrar con el Mourinho chulesco que todo el mundo conoce. "No puedo ganar siempre, cada año, cada semana", admitió, antes de agregar, en la misma rueda de prensa, que si el Chelsea le despedía, le daba igual. "Seré millonario... Tengo una familia feliz, tengo muchos amigos".

Más sorprendente aún fue lo que dijo después del decepcionante empate en casa contra el Valencia. Preguntado por el partido de vuelta, respondió, encogiendo los hombros: "Si ganamos, pasamos a semifinales. Si perdemos, hay lucha libre en Earls Court [barrio londinense cercano a Chelsea] el día de la semifinal y me iré a verlo con mis hijos".

Las alarmas deberían haber sonado no sólo en el Chelsea sino en los grandes clubes, como el Madrid, que han estudiado la posibilidad de ficharle. Un entrenador de fútbol de primera línea no puede permitirse el lujo de entender que hay otras cosas en la vida más allá del fútbol. Todos los técnicos triunfadores son unos fanáticos, unos obsesos, unos adictos. El fútbol es su droga. Les produce dependencia, sufrimiento y placer. Bill Shankly, el entrenador del Liverpool que decía que el fútbol era más importante que la vida o la muerte, no exageraba. Shankly, que, según cuentan, el día de su boda llevó a su esposa a ver un partido de Segunda División, es el estereotipo de lo que un entrenador debe de ser en cuanto a compromiso y actitud. Su sucesor hoy, Rafa Benitez, es más de lo mismo, en versión española.

El ejemplo contrario lo da Terry Venables, ex seleccionador inglés y ex técnico del Barça. Muchos se han quedado perplejos en Inglaterra ante la incapacidad de Venables de convertirse en uno de los grandes. Es un hombre inusualmente inteligente, coautor de cuatro novelas y creador de una serie detectivesca de televisión de éxito. Pero he aquí el problema. Venables nunca podrá ser un Benitez o un Alex Ferguson porque piensa demasiado. Tiene una visión peligrosamente amplia de la vida. Reconoce, incluso con humor, que a veces uno se tiene que resignar a perder; que además del fútbol hay cosas como los hijos, o la lucha libre.

Mourinho está empezando a demostrar tendencias subversivas de este tipo. No es, ojo, que haya perdido esa colosal arrogancia. En sus últimas declaraciones, publicadas ayer en Inglaterra, decía que, sin él, jugadores como Frank Lampard y John Terry hubieran sido unos don nadie; que, privado de un "líder" como él, que está presente en los más mínimos detalles del equipo, que con una mirada es capaz de cambiar el rumbo de un partido, el Chelsea seguiría hundido en la mediocridad.

Lo nuevo no es que se mire a sí mismo con admiración. Lo nuevo es que empiece a ver el fútbol, y su papel dentro de él con ironía. Es una noticia alentadora para el Valencia pero, para Mourinho, si se descuida, podría ser el principio del fin.

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