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Columna
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Los dobles

Rafael Alberti escribió en los años ya lejanos de la Guerra Civil un poema titulado Galope, que tiene el aire espumoso de los caballos y de los himnos. El poeta comunista manejó una vez más sus riendas de gran poeta en todos los caminos de la lírica y consiguió que las palabras se adaptaran a las intenciones. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna. El caballo albertiano cruzaba las tierras, las grandes, las solas, desiertas llanuras, y avanzaba como un himno para oponerse al ejército enemigo. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! Pasados los años, en medio de la dictadura impuesta por los vencedores de aquella guerra, Paco Ibáñez musicó el poema, y lo convirtió en canción de lucha contra las represiones de la España totalitaria. A galopar, se cantaba en los conciertos del cantautor, las asambleas universitarias y las manifestaciones callejeras. No es de extrañar que hace unas semanas me conmoviera la sorpresa de oír el poema de Alberti coreado, entre banderas con águilas imperiales, en una de las concentraciones del PP contra la política antiterrorista del Gobierno. Agotado el estupor, me dio por pensar que no era tan raro. Los improvisados albertianos se limitaban a caricaturizar una de las costumbres más singulares, en sentido profundo, del pensamiento y la estrategia de la derecha contemporánea. Se trata de convertirse en los dobles del movimiento emancipatorio y aprovechar sus argumentos para justificar operaciones de calado reaccionario. Los neoconservadores han sido maestros a la hora de utilizar el concepto de libertad, elaborado por los autores clásicos de la izquierda o por los movimiento rebeldes de los años 60, para defender las operaciones más agresivas del neoliberalismo. En nombre de la libertad se fuerza la liquidación del Estado, de los espacios públicos, de los amparos políticos y civiles. La jugada es cínica. Como la libertad social no es un valor abstracto, sino una posibilidad histórica, sólo puede realizarse dentro de un Estado con espacios públicos y amparos políticos. Pero no quiero detenerme ahora en esto. Me interesa más señalar la utilización de los argumentos emancipatorios en maniobras muy conservadoras. La derecha se ha acostumbrado a convertirse en el doble pervertido de sus contrarios.

La política radicalizada del PP aplica con disciplina la consigna. Como casi todo en la derecha española, los usos vienen de la época de Aznar. Fascinado por Felipe González, quiso imitarlo, convertirse en un líder de prestigio internacional, y luego superarlo, ser más felipista que Felipe y hacer lo que su modelo debería haber hecho: marcharse por voluntad propia, dejando un partido victorioso y con fama de honrado. La jugada le salió fatal, dejó un partido derrotado, envuelto en escándalos mediáticos y urbanísticos. El gran líder español ha acabado a sueldo de una multinacional de la información, pronunciando por el mundo conferencias contra el Gobierno de España. Los sucesores han heredado su complejo de doble estropeado. Crispan la situación, y para defenderse de las quejas generales se dedican a denunciar la crispación provocada por el Gobierno. Siguen con sumisión el mandato impuesto por unos ideólogos de derecha extrema desde algunos medios de comunicación, y después decretan un boicot disparatado contra el grupo Prisa. Avergonzados por lo que deben esconder, y por lo que queda en evidencia en los tribunales, apuestan por la confusión de la equidistancia, para extender la idea de que todos son iguales. Y no es verdad. De ninguna manera. Y a otra cosa: no creo que esta estrategia se deba a un deseo irresponsable de ganar las elecciones, aunque haya que jugar con fuego. Lo que va aflorando es la angustia de una cúpula de derecha extrema dispuesta a no perder el poder en su partido. Nunca pensé que los reaccionarios cantasen con tanto fervor a Alberti. Tampoco pensé nunca que yo iba a desear la consolidación de un buen partido conservador. El que merece la España democrática.

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