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Nuestros 'neocons'

Joan Subirats

Me sorprendió el anuncio de que el ex presidente José María Aznar presentaba un libro titulado ¿Qué piensan los neoconservadores españoles? Y me sorprendió no por que piense que no existe tal género de pensador en España, sino porque gracias a la noticia descubrí que tal género de pensadores estaban básicamente agrupados en un autotitulado think tank, de nombre Grupo de Estudios Estratégicos (Gees), nada más y nada menos que desde 1986. Curiosamente, acababa de leer el trabajo de Francis Fukuyama De dónde vienen los neoconservadores, y pensé que no estaría mal comprobar si las tesis del conocido profesor de la Johns Hopkins University encajaban en nuestro particular grupo de neocons. Sin haber podido leer aún el libro publicado por Ciudadela en el que se recogen textos publicados por Gees desde 1986, sí he podido tener acceso a los textos de la presentación del mismo. Y con ello me he hecho una idea de qué va la cosa.

Nuestros 'neocons' no tienen la misma base intelectual que sus congéneres atlánticos

Fukuyama trata de seguir el rastro del pensamiento neocon desde los primeros textos de Irving Kristol hasta la irrupción de los Rumsfeld, Wolfowitz, Feith, Perle, Bolton y Zalmay Khalilzad en las primeras posiciones del nuevo Gobierno de George W. Bush el año 2000. Al mismo tiempo, trata de demostrar que su irrupción no fue casual o conspirativa, sino que responde a movimientos más de fondo y con raíces profundas en las distintas tradiciones de pensamiento en Estados Unidos. En una línea parecida a la que desveló Mark Lilla en la revista The New Yorker en 2004, Fukuyama menciona a Leo Strauss como una pieza fundamental, pero no conectada directamente con la resultante final neocon, de esa deriva ideológica. Destaca así el repudio de Strauss al relativismo contemporáneo, y su defensa de los valores cristiano-occidentales como valores superiores. Pero su visión era más filosófica que política. Fueron otros los que convirtieron a Estados Unidos en la encarnación apoteósica de esos valores, alimentando así el nacionalismo estadounidense. Pero uno de los elementos del pensamiento straussiano, la capacidad de la política de cambiar los regímenes y de acelerar los procesos de cambio, ha tenido influencias significativas posteriores. Mejor, decían, cambiar las cosas con rapidez y autoridad, a esperar que cambien por evolución interna o incentivos exteriores. Cambiar el régimen implica acabar con el Mal, y acelerar la transición hacia los valores verdaderos de la democracia y la libertad.

La vulgata neocon fue obra de Irving Kristol, y posteriormente fue popularizada por su hijo William y por el conocido Robert Kagan en los foros The Weekly Standard, The National Interest, Commentary, entre otros. Y en sus manos se concretaron enemigos de América y, por tanto, de la civilización occidental, y se enfriaron las relaciones con Europa, vista como un continente amedrentado y afeminado (recordemos el símil Marte-Venus de Kagan en plena fase prebélica en 2003). Atacaron el realismo a lo Kissinger como obsoleto tras la caida del muro en 1989, acogieron con entusiasmo la "remoralización" de Ronald Reagan, y propiciaron esa especie de "bolchevismo" agresivo contra "las manifestaciones más extremas del Mal humano" (W. Kristol-R. Kagan, Foreign affairs, 1996). Era necesario democratizar el mundo a la americana, quisieran o no. Fukuyama concluye con una síntesis en cuatro principios: la convicción de que las características internas de los regímenes es importante y que la política exterior tiene que estar influida por los valores propios de Occidente; la convicción de que la fuerza de Estados Unidos debe ser usada proactivamente para finalidades morales; una desconfianza total en los procesos de transformación social como enemigos de la libertad, y un gran escepticismo ante la capacidad de los organismos internacionales y multilaterales para imponer seguridad y justicia en el mundo.

Nuestros neocons resultan igual de fundamentalistas, pero mucho menos interesantes. No tenemos un Leo Strauss a quien referirnos. Y con todo el respeto que merecen, no me parece que los especialistas del Gees brillen con luz propia en el panorama intelectual del país ni que su labor implique, por ahora, saltos intelectuales significativos en la tradición neocon. En la presentación del libro mencionado, se enfatizaron cosas como "la pervivencia de nuestros sistemas democráticos depende de nuestra capacidad para expandir la libertad en el mundo"; "creemos en la superioridad de los valores ... que han fundado nuestra civilización occidental"; "la amenaza [terrorista] requiere una respuesta contundente por parte de Occidente"; "[frente] al relativismo moral y la pérdida de los valores esenciales ... [necesitamos] una alianza global del conjunto de países libres", y para terminar, "la libertad se encuentra hoy especialmente amenazada en España como consecuencia de un Gobierno débil y radical que se arrodilla ante el chantaje del terror". Frente a ello, "ha llegado el momento de dar y ganar la batalla de las ideas a una izquierda melancólica que sólo sabe mirar al pasado y arrebatarle las banderas de la libertad, del progreso y de la modernidad que en algún momento nos dejamos robar por una fatal mezcla de cobardia intelectual y atonía moral". Después de este paso al frente, Aznar puso la guinda afirmando que él no es neocon ya que "no había sido nunca trotskista o maoísta", pero que convenía seguir los pasos de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II para defender la libertad. Afirmó: "Es esencial revivir Occidente ... como idea de la persona y de la libertad ... en una Europa que ha dejado de creer en sí misma". Pero eso no podemos hacerlo solos, necesitamos "el vínculo atlántico, el compromiso leal y firme de las dos orillas del Atlántico". En fin, no nos puede sorprender a cuatro años del desastre al que nos han llevado esas ideas en sitios como Irak, que Aznar no sólo no pida disculpas por meternos en ese fregado (argumentando entonces la existencia de armas de destrucción masiva inexistentes), sino que de manera chulesca se reafirme en unas convicciones que son algo más que meras incontinencias verbales. Por suerte, ni España es Estados Unidos en su capacidad para convertir en realidad letal sus bravuconerías, ni nuestros neocons tienen la misma base intelectual que sus congéneres atlánticos. No obstante, la aparición de Nicolas Sarkozy en Francia con ideas muy próximas, y la notable influencia de esas líneas de pensamiento en el principal partido de la oposición en España, nos deberían seguir preocupando. Sus errores los pagamos todos muy caros.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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