Aguirre, de bronca en bronca
La afición del Zaragoza celebró su 75º aniversario con una ilusión desbordada e inusitada al vencer al Atlético y encaramarse a los puestos europeos. "Nunca había vivido un ambiente así. Y mira que ha habido ocasiones para ello", expresó orgulloso Víctor Fernández, el técnico blanquillo. Los últimos diez minutos, cantando el himno del equipo todo el estadio, fueron tan expresivos y ruidosos como necesarios para los jugadores del Zaragoza, que aguantaron el postrer arreón del rival. Lo celebró la plantilla, que se reunió en el centro del campo y aplaudió al público, ya afónico. Lo sufrió Javier Aguirre, el entrenador del Atlético, que echó tantas broncas como recibió.
Nervioso por lo que había en juego, Aguirre se desgañitó en corregir las posiciones de los suyos, en hacer un sinfín de aspavientos y soltar berridos. Tan metido estaba el mexicano en el partido que, cuando D'Alessandro hizo una fea entrada por sus inmediaciones, salió escopetado y le tocó la cara. Éste, que se activa con el mínimo roce, le amenazó con pegarle. La disputa verbal terminó, sin embargo, en el momento en que ambos fueron separados por los compañeros. "El cabezón es muy simpático. Son cosas del fútbol. Yo jugué, el jugó... No pasa nada", respondió Aguirre al tiempo que se le escapaba una risilla picara. Luego, D'Alessandro aprovechó un parón del juego para pedir disculpas, para dar y recibir unos cachetes amistosos en la cara. Asunto resuelto.
Pero Aguirre, caliente, pronto se enzarzó en otra discusión con el banquillo contrario. "En mi casa mando yo. Sólo he dicho que no tiene que decir al árbitro cómo llevar el partido. No puede condicionar al colegiado. Y menos aquí. Me ha dado bastante rabia", convino Víctor Fernández. La pitada que se llevó el técnico rojiblanco por parte de la hinchada fue monumental.
Cuando parecía amainar el temporal, Aguirre sustituyó a Eller por Mista para apretar al rival. A un defensa por un delantero centro. Zé Castro, que se vio solo en la zaga y que no entendió la táctica, se dirigió a Aguirre y le soltó un alarido para que se diera cuenta de lo que hacía. Con un gesto paterno, le respondió que Gabi haría las funciones de central, que se tranquilizara. Y, menos la grada y Aguirre, todo se calmó. No entiende a su equipo. "En los últimos cuatro partidos fuera de casa no hemos sabido vencer", se lamentó; "la clave está en que en todos estos partidos nos han marcado goles tempraneros y no hemos sabido reaccionar. Queremos meter el segundo tanto antes que el primero". Y, como si se impusiera deberes, advirtió del defecto del Atlético: "El equipo no tiene paciencia cuando juega con el marcador en contra. Se precipita y acaba por tomar malas decisiones". Así, impotente porque el Atlético dominó, pero apenas puso en jaque al Zaragoza, sentenció: "Creo que es una derrota injusta".
Recogió el testigo Víctor Fernández, que le quitó la razón: "Hemos creado ocasiones los dos. Se ha jugado de poder a poder y... hemos marcado un gol más. La victoria nos la merecemos".
La contestación ya no la escuchó Aguirre, que se subió al autobús del Atlético con premura. Además de una derrota, se llevó a Madrid un buen puñado de broncas.
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