_
_
_
_
Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Descrédito del héroe

Lo más heroico que he visto hace tiempo es la historia de Leónidas. Un héroe mitificado por el cine, mitificado por la historia, por la leyenda. Aquel gran guerrero, el rey de Esparta que defendió con gloria y murió con más gloria en el paso de las Termópilas frente al muy superior ejército del abusón rey de los persas, del amanerado Jerjes. Es una heroicidad de cine, de una nueva visita a las películas de romanos, quiero decir de griegos, de espartanos, que pronto podrán ver en casi todas las pantallas. No habrá nueva ley del cine que lo impida.

Y tampoco hay razones para impedir que una película divertida, heroica y reivindicadora del concepto de libertad del hombre occidental arrase en las taquillas mundiales para todos los públicos. Una película de Hollywood que toma el buen partido frente a las depravaciones que vienen de Oriente y la esclavitud que viene de los fanatismos del Sur. Es como una de aquellas de colosos, de cuadrigas, de esclavos, pan y circo que veíamos cuando fuimos tan pequeños, pero con más tecnología y menos extras.

Yo miraba a Leónidas en la película, y realmente es la imagen que uno tiene de un héroe, de un superhombre que sabe que para conseguir la libertad tenía que luchar con mucha ira. Claro que Leónidas es un gran mito. Aunque fuera un perdedor en la batalla, era un triunfador para la gloria. Además, sabía organizar unas manifestaciones, unas palabras y unos seguidores muy, pero que muy bonitos. Pero, eso sí, pocos y elegidos. Los mejores trescientos espartanos. Después de ver la película me dio por pensar en esos otros manifestantes occidentales tan empeñados en imponer su verdad aunque sea mentira. Y esos ejércitos desarmados, abanderados pero muy pocos seleccionados -nada que ver con el selectivo rigor espartano- que formaron las multitudes de esos demócratas, quiero decir de esos guerreros de la España cañí, del pensamiento navarro y otros himnos, también estaban siguiendo a su líder. Y allí estuvo, por allí repite, por otro lado resopla y se mantiene firme, también barbado como noble espartano. Y yo, desde mi pequeñez de espectador, no soy capaz de ver lo heroico. Y me acerco a ese "navegante solitario", al que pasa de sus ochenta años y sigue señalando las mentiras desde sus poesías, desde ese último y necesario Manual de infractores. Me acerco a Caballero Bonald mirado, contado por muchos en esa revista siempre viva que es Litoral. Y allí recuerdo aquellos versos que estaban refugiados en su libro para desacreditar héroes: héroes tan lerdos como estampas / de beatos, también / como reliquias oriundas / de tristes émulos de nada... héroes palurdos, prenatales, gárrulos / tan zafios como ídolos / de aldea, orlados / con el laurel o la ovación / que a una común estolidez adeudan, / sólo la historia a la que pertenecen / pudo engullir tan deleznable historia.

Los desacreditados héroes de una nación que no les necesita, ni les reclama, deberían mejorar sus formas, sus discursos y sus canciones. También deberían cambiar de pelotillas, de voceros y de bocazas. O no, que sigan, que suban el tono, que abunden en sus coplas, en sus himnos y en sus insultos. Siempre habrá un Caballero Bonald para que, sin gritos, sin prisas, sin pausas, sin academicismos, les sepa decir lo que muchos pensamos, pero que lo diga él por versos o por prosas. Cuidado con los poetas. Es decir, cuidado con la falta de poetas. Sin ellos es difícil convencer de la verdad de tantas cosas. La mejor España, también la peor, nos la han contado y cantado los poetas. No se puede uno fiar de un proyecto de futuro donde no haya poetas. O si los hay -si me acuerdo de algunos- están demasiado escondidos detrás de tantas banderas. Y no los busquen en el café Gijón, ya no quedan poetas en el café. No quedan ni bohemios. Quedan, que les dure, los camareros caballeros como Pepe Bárcena, como Onofre Vila. Y quedan algunos de los actores que tampoco van a esas manifestaciones de tantas, demasiadas, banderas. Aunque les hubieran buscado no los habrían encontrado. No lo habría permitido el poeta, el versificador Pedro Beltrán, que tanto se alegraba de cualquier invitación a comer o beber, que se alegraba hasta las puertas del infarto, pero que mandaba en su pobreza. A aquel niño de Cartagena que confundió a Manuel Azaña con los Reyes Magos no le habrían conseguido invitar después de haber estado en algunas manifestaciones. No le gustaba mezclarse con gente de ese porte, de ese estilo, de esa tropa. No le busquen, se fue sin decir adiós. Sus cenizas estarán cantando zarzuelas republicanas. Sus amigos nos volveremos a preguntar dónde estaba su arte para haber trabajado tan poco en ochenta años. Un héroe de la clase no trabajadora. Un tipo corriente. Penúltimo superviviente de una bohemia a destiempo e inexistente. Un español de otro tiempo. Un amigo del tiempo de los sainetes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_