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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Nobel expuesto

"Mi vida fue salto, revolución, naufrajio permanentes". Si quien esto escribió viviese, vería momentos de su vida hoy detenidos, retenidos, en el convento de Santa Clara, de Moguer. Y pues "la blanca maravilla" de su pueblo -donde él fue niñodiós- es el lugar que los acoge, quizá se llenarían sus ojos de amarillos cristales melancólicos por donde mirar el mundo; y pues es un convento -tan turbadoramente atraído él por las monjas- donde se muestran sus recuerdos, acaso entreabriría su barba una sonrisa, y porque la sala que atesora su memoria sirvió en tiempos de enfermería -tan hipocondríaco él, tan buscador de la compañía de galenos-, seguro que, aun exento ya de curar el cuerpo, habría de respirar tranquilo. Hasta el 10 de junio, Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura en 1956, nos permite asomarnos a algunas ventanas de su vida. Una vida expuesta.

Soplan vientos juanramonianos. Si días atrás el Ayuntamiento de Huelva inauguraba un monumento al poeta que vio a esa ciudad "lejana y rosa", ahora es el inmortalizado escenario de Platero y yo sede de la muestra que sobre su vida y obra (ambas la misma cosa, o más exactamente: la misma rosa) patrocinan Ministerio de Cultura, Junta de Andalucía y Diputación onubense, entre otros organismos. Cuadros, libros, manuscritos, revistas, fotos, cartas... componen las piezas originales del laberinto metamorfoseado y metamorfoseador que tejió el andaluz universal cansado de su nombre. Pero mientras con ladrillos de oro levantaba ese dédalo, fabricaba alas transparentes para escaparse. Quien se adentre podrá recorrer desde los luminosos años del colegial hasta los sombríos del exilio y las muertes. ("A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz. J.R. Sin fuerzas ya.") Relampagueado ese tiempo final por el laurel del Nobel. El poeta, profeta, pintó siendo niño la isla de Puerto Rico, y ahí está, suavemente coloreado el papel viejo: ignoraba entonces que estaba dibujando la tierra del morir. Y ahí, su diploma de buena conducta en el colegio San Luis Gonzaga, del Puerto de Santa María (sí, arboleda perdida de Alberti) y su Álbum de Poesías: el adolescente copia poemas de Zorrilla, Campoamor, Bécquer... Óleos del Juan Ramón que quiso ser pintor, volúmenes de su biblioteca, José Asunción de Silva, Verlaine, Baudelaire... o Mi rebelión en Barcelona, de Azaña, y Poems, de la admirada Emily Dickinson. Sus primerizas entregas modernistas, Ninfeas, con el atrio del maestro Rubén Darío, y Almas de violeta, tan lejanos del Diario de un poeta recién casado, en la edición original de la biblioteca Calleja, que se muestra oportunamente junto al certificado de boda, abril de 1916, Nueva York. Ella lucía unas zapatillas de raso blanco (que no están, sí en la Casa-Museo, como las alianzas y el azahar sin perfume) Después, la traducción de Los pájaros perdidos, de Tagore, ya irá firmada por Zenobia Camprubí de Jiménez.

En medio han quedado las horas en la Residencia de Estudiantes, la amistad con Jiménez Fraud, con Giner de los Ríos, las sucesivas casas madrileñas, los niños revoltosos y magníficos del 27 (ay, ese matar al padre y ese Saturno devorando a sus hijos), la Guerra Civil, el interminable destierro. En 1937 dice a Corpus Barga: "Yo creo que en esta guerra española, el individuo debe ayudar, en la medida de sus mejores fuerzas, al pueblo y al Estado, no ellos al individuo (...) En lo moral yo estaré siempre donde estuve, al lado de la democracia". Estas líneas van mecanografiadas, y a mano añade un adjetivo para calificar la guerra española: "mala". Quien aún crea el interesado bulo, el falso invento de un creador enajenado y ajeno a la realidad, quedará perplejo al leer lo que de puño y letra -esa endiablada caligrafía de encaje, tan bella, descífrenla en Monumento de amor- escribe bajo una foto, exactamente esto: "Los defensores de la civilización cristiana occidental: chulería y taberna. La chulapona y los bajos. Coro". La instantánea a la que el autor de Espacio pone tal pie muestra a los generales Mola, Saliquet, Queipo de Llano y Cabanellas rodeando a Franco.

Lugar destacado ocupa la pintura. Acuarelas de Gaya, dibujos de Bores, los retratos que hicieron al creador de revistas, al exquisito cuidador de ediciones, que, también, y más, fue J.R.J. Cuadros de Bonafé, Esteban Vicente, Juan Gris, María Blanchard... Especial mención para el paisano (de la minera Nerva) Vázquez Díaz, y para Picasso, con el que se establece un paralelismo de genialidad transformadora. Concluye el recorrido con la respuesta de Juan Ramón a la Academia sueca: "Desgraciadamente la grave enfermedad de mi esposa y la mía me impiden pensar en ese viaje que hubiese sido tan grato para mí". Y una foto gris lo desalma, anciano, abatido, depositando flores en la tumba de Zenobia. Al salir, en un claustro, se escuchan, sin verse, pájaros. Pájaros cantando.

Juan Cobos Wilkins, poeta y novelista, fue el primer director de la Fundación Juan Ramón Jiménez.

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